Pérez Siquier, azul desierto
El gran fotógrafo almeriense, artista indócil e intuitivo, pionero del color, reúne su legado en libros, documentales y una retrospectiva integral de su obra
27 junio, 2020 00:10En una ciudad a la que no mira nadie, un hombre solitario mira por el rectángulo del visor de una cámara, un acto que, en sí mismo, ya es una forma de estar solo en medio de la multitud. A mitad del siglo XX, fotografiar en Almería era una doble metáfora del aislamiento. Apartado y periférico, viviendo en una ciudad excluida en el fondo del saco de un mapa al que ninguna carretera conduce, ese hombre dispara solitariamente su Contax armada con un 50 milímetros.
Es un hombre de melena blanca, alto, estiloso, elegante. Su padre, un empleado del catástro aficionado a la cámara, le ha desvelado el milagro de la fotografía mostrándole, siendo un niño, cómo la imagen emerge misteriosamente del fondo de la cubeta en el laboratorio que montaba en la buhardilla. Puesto a trabajar en una casa donde solo se podía dar estudios a un hermano mayor, aquél hombre se convirtió en un probo empleado de banca que ocupa la libranza de los fines de semana en trepar hasta los pobres y embarrados cerros de La Chanca, en la frontera liminar de su ciudad.
La Chanca (1957) / © Carlos Pérez Siquier
Impulsado por el afán neorrealista de documentar la dura vida de los habitantes de aquellas covachuelas miserables que, sin embargo, los pintores del Grupo Indaliano, simultáneamente al impulso honesto y verista de aquél hombre, están explotando con gran provecho como un exótico motivo pintoresquista para decorar los salones de la burguesía local.Le llaman El Americano. A Carlos Pérez Siquier (Almería, 1930), que es nuestro hombre, los niños y las mujeres de La Chanca que no habían visto una cámara fotográfica en su vida, le llamaban El Americano. Solo un forastero, creerían ellos, podría tener algún interés en unas vidas que, por entonces, principios de los años 50, no interesaban absolutamente a nadie. El sorprendente arco artístico y vital de un fotógrafo solitario que desde un córner de la Península retó a todos los cánones fotográficos de su tiempo y que, sin embargo, por ello fue ignorado, muchos años encandila hoy a los jóvenes aficionados que ahora, que en el otoño de su vida, descubren su obra con asombro mientras fotógrafos tan brillantes como David Jiménez, Ricardo Cases o Txema Salvans lo festejan como a un maestro.
La Chanca (1960) / © Carlos Pérez Siquier
Las imágenes de su célebre reportaje en blanco y negro en La Chanca que abrieron su carrera nos muestran a un fotógrafo inicialmente humanista y neorrealista que vagabundea como un flâneur errabundo por escarpadas callejuelas capturando lo mismo a las viudas enlutadas que a las niñas arcangélicas que le miran encuadradas en el quicio de su casa. Pérez Siquier, sin buscar la denuncia social ni encajar sus fotografías como la ilustración de unas ideas previas, sin escenificar sus ideas y sin “la mala leche”, dice él, del Eugene Smith del crudo reportaje en Deleitosa, mira La Chanca sin moralismos ni convirtiendo un clic en un juicio de valor.“Tampoco llega a estetizar la miseria ni a regordearse en ella”, subraya Carlos Gollonet, junto a Carlos Martín, comisario de una muestra de Mapfre que ha celebrado recientemente su trayectoria. Simplemente, Siquier deja fluir la vida ante su cámara, permite que las figuras se expresen, no interviene –nunca ha escenificado una fotografía, ha reiterado siempre Siquier con mucho orgullo– e incluso, ya en blanco y negro, y en tomas como la célebre del paraguas invertido, asomó al fotógrafo geómetra y formalista que vendría luego.
La Chanca (1957) / © Carlos Pérez Siquier
Efectivamente, siempre que se habla de esta primera época, se plantea el debate de si Pérez Siquier construyó su reportaje embelleciendo la crudeza de un barrio cuya zona de cuevas dramáticamente más harapientas y miserables, foco de tifus y tracoma, en realidad él no pisó nunca. Ya en 1957, cuando Siquier envía la imagen tumultuosa de una boda al paso de una calle de La Chanca en 1957 a un concurso de la Agrupación Fotográfica de Cataluña, la imagen es rechazada y Xavier Miserachs le explica por carta que esa imagen “solo documentaba la realidad”, mientras que una foto moderna está obligada “a recrearla”. Incomprendido por sus propios camaradas, mayoritariamente realistas, del Grupo AFAL que junto a José María Artero ha lanzado desde Almería como la avanzadilla de la modernidad fotográfica en guerra contra las imágenes rancias, pictorialistas y sacrificadas a la belleza dominante del baritado y de la técnica exquisita que dominan el salonismo de la fotografía española de los 50, Pérez Siquier vive el doble rechazo de no ser entendido por la progresía y de ser condenado por la corriente fotográfica más conservadora de la época –en la revista Arte Fotográfico, su director Ignacio Barceló lo acusa de “regodearse” en la pobreza- mientras él era hostigado por un franquismo que no quería ver esas imágenes.
La Chanca (1958) / © Carlos Pérez Siquier
Es decir, desde el propio inicio de su aventura fotográfica, Carlos Pérez Siquier era una rara mirada situada “fuera de lugar, incómoda” que generó “incomprensión”, según explica Carlos Martín. La respuesta a ese conflicto del propio Siquier, quien nunca fue ni remotamente un “fotógrafo político” y para el que la realidad es solo real “hasta cierto punto” –según le dijo con su divertida mordacidad habitual a la historiadora de la fotografía Laura Terré, es otra de las declaraciones bravas y directas que alimentaron su carrera de francotirador silvestre siempre a contracorriente de todos. Por si quedara alguna duda de su beligerancia, ahí va el credo de Pérez Siquier: “Mi fotografía no está dirigida a los melindrosos y pusilánimes, ni a los que solo son capaces de ver belleza en las formas abstractas”.
La Chanca (1963) / © Carlos Pérez Siquier
Indócil y extremadamente intuitivo, autosometido a una presión creativa que todavía, a sus 90 años, no conoce el descanso, la constante revisión actual de su trabajo en nuevas publicaciones –nuevo título en Photobolsillo de La Fábrica– exposiciones –Mapfre– películas documentales –Azul Siquier, de Felipe Vega– o programas de televisión como Detrás del instante, en La 2, nos recuerdan el carácter innovador de Pérez Siquier cuando, por ejemplo, empezó a tomar sus primeras imágenes en color en La Chanca ya en 1962, cuando el color era estigmatizado como un pecado de vulgaridad por cardenales del peso de Cartier-Bresson, Walker Evans o Paul Strand. En España, ningún fotógrafo autoconsiderado serio usaba el color en esa época.
La Chanca (1965) / © Carlos Pérez Siquier
Ahí, disolviendo la narratividad documental en el cromatismo emocional de unas imágenes más pictóricas, emerge un nuevo fotógrafo que practica una ruptura total que acentuó en series posteriores como Informalismos, que toma en 1965 en La Chanca, trabajando sobre las abstracciones contenidas en los desconchones de las paredes que, a manera de espontáneos graffitis, van creando los propietarios de las casas pintando sus fachadas en capas y estratos “como si fueran tiempos geológicos”, explica el propio Siquier, que además de intuitivo ha sido un creador con un discurso fotográfico anticipado a su tiempo y mucho más elaborado que lo que su habitual declaración de fotógrafo intuitivo sugiere. No: Siquier, que de niño ya escribía, ha sido un fotógrafo culto y formado que, hasta donde se podía en la España también culturalmente autárquica de los 50 y 60, intentó estar conectado con las corrientes internacionales.
S.T (1965) / © Carlos Pérez Siquier
Es ahí, en ese trabajo en color sobre La Chanca que, igual que el que hizo en blanco y negro, tardará 30 años en verse, donde su foco se cierra, las fotografías pasan a ser imágenes, donde establece conexiones con artistas como Kooning, Tàpies o Millares y donde incuba el gran trabajo que vendrá luego: su serie La playa. Mientras viaja por las costas de España por encargo del Ministerio de Turismo construyendo –junto a Masats o Miserachs– el imaginario turístico de España, Pérez Siquier, sin saber entonces quién es Rohtko ni Kacere, se arrastra por la arena de las playas de Almería con una Rollei 6x6 guiado por la obsesión –otra palabra clave en su periplo– de fotografiar la irrupción de los nuevos bárbaros del Norte en las calas cavernícolas de una provincia que iba a dejar de ser paradisíaca.
Marbella (1974) / © Carlos Pérez Siquier
Celebración de la carne, bella u oronda, expuesta bajo el mejunge de las cremas solares en su vulgaridad sin glamour, tostándose impúdicamente al Sol, en La playa, un trabajo que ha tardado 40 años en publicarse como libro autónomo, Pérez Siquier alcanza el clímax mordaz, irónico, kitsch y pop de su trabajo en color. Bacanal de detalles fragmentarios –bañistas decapitados, licras bajo las que restallan fosforescentes barrigones, lujuria de celulitis y varices– y ordalía de triángulos y colisiones de volúmenes que anhelan el puro expresionismo abstracto, La playa es la consagración de un fotógrafo que ama la forma por encima de todas las cosas.
Marbella (1983) © Carlos Pérez Siquier
Solo un hombre hecho –se diría que genéticamente– de salitre y playa, un hombre azul como Pérez Siquier, podría capturar así la intensidad mediterránea sin excluir de ella la sombra de melancolía y de tristeza que irradian los cuerpos cuando son abandonados a su suerte, o se tiene la certeza de que todo lo que vemos –sombrillas chirriantes, bañadores psicotrópicos; plenitudes vacacionales– morirán clausurado el invierno
Cádiz (1980) / © Carlos Pérez Siquier
Que, además, en 1972 Pérez Siquier decidiera realizar un proyecto fotográfico en un espacio, como la playa, sin prestigio intelectual alguno en la cultura española de la época, que la relegaba como un espacio trivial y de ocio consumista, dobla el mérito de su empeño revolucionario y pionero. Por supuesto La playa, como otras veces en el periplo de Pérez Siquier, mucho antes que en España, primero llamó la atención en publicaciones extranjeras como Camera International o Harper´s Bazaar. Fue a partir de este trabajo que Martin Parr, expresidente de Magnum y otro ojo experto en dinamitar los ocios vacacionales, incluyó a Siquier en Colour Before Color, una antológica, en Nueva York y en 2003, que restituía al fin el valor iniciático en el tratamiento del color de cinco fotógrafos europeos.
Roquetas de Mar (1973) / © Carlos Pérez Siquier
¿Cambió eso la consideración de Pérez Siquier en España? Sí y no. Por una parte, fue en 2003 cuando recibe, al fin, el Premio Nacional de Fotografía pero todavía 10 años después, en 2013 y según advierte Gollonet, Martin Parr escribió algo que la cultura española le había negado al gran fotógrafo almeriense: “En la historia de la fotografía hay algunas imágenes tan radicales que la gente simplemente no sabe dónde situarlas. Las imágenes de playas de Carlos Pérez Siquier resultan ahora tan frescas como el día en que se tomaron”. Exactamente, 30 o 40 años antes.
Roquetas de Mar (1975) / © Carlos Pérez Siquier
Desde entonces, Pérez Siquier, un viejo rockero que siempre ha dicho que morirá “con las fotos puestas”, en lugar de replegarse sobre su archivo y vivir de los réditos de su redescubrimiento, se ha mantenido plenamente activo, travieso y guerrero en series como Trampas para incautos, unos ambiguos y surrealistas trampantojos visuales que, mediante el encuadre y la composición, alteran nuestra percepción. O en la serie Encuentros, que es un alarde de yuxtaposiciones de masas de color que transparentan el pensamiento visual de Pérez Siquier, ese maestro del corte y la fisura, capaz de construir con un segmento de la realidad una fotografía donde antes no había nada, seccionando líneas, tonalidades, curvaturas, luces o geometrías.
La Chanca (1957) © Carlos Pérez Siquier
Mirar esas fotografías donde antes no había nada, que es el mayor prodigio de la fotografía, contemplar en la imagen cómo lo hace, nos invita a descubrir la epifanía de su ojo trabajando, ya sea en monocromo y en clave humanista o en el registro de un viejo maestro de los colorines que, viviendo en una ciudad aislada de todo, no tuvo más remedio que ser original. Ahora, a sus 90 años, asomándose al mar desde la terraza de su casa en la playa de esa ciudad que fue su Macondo visual, Carlos Pérez Siquier sigue mirando, mirando y fotografiando, celebrando cada tarde el milagro de mirar bebiéndose un gin-tonic con una torta de Inés Rosales. Mirando como si eso significase seguir viviendo.