Las arquitecturas del desastre
El coronavirus, que cambiará la conducta humana y provocará transformaciones en las formas de vida, induce a pensar que el progreso ya no es una ley de la Historia
3 mayo, 2020 00:10En marzo concluyó una interesante exposición en el Mori Art Museum de Tokio. Se titulaba Inteligencia Artificial, Robótica, Ciudades, Vida: cómo vivirá mañana la humanidad. Incluía proyectos urbanos de diversos estudios de arquitectura y urbanismo. Prácticamente todos eran autosuficientes en energía, eliminación de residuos y movilidad interior. Algunos contemplaban materiales reutilizables. Un mes después del cierre de la exposición, y con la mirada actual, sorprende que ninguno de estos proyectos hubiera previsto una epidemia. Es probable que los arquitectos y urbanistas tengan que replantearse este factor porque, según la mayoría de expertos, las epidemias serán recurrentes. Algunos estudiosos ya lo habían advertido. En Las cenizas de Prometeo (2018), Joaquim Sempere prevé en un futuro no muy lejano la posibilidad de “hambrunas masivas, migraciones desordenadas, desertificación de grandes extensiones, conflictos civiles, guerras, epidemias y pandemias”.
El filósofo inglés John Gray sugiere que habrá que pensar en trasladar “muchas de nuestras actividades al ciberespacio”, pero antes de alcanzar esa solución, es previsible que ciertas actividades como las de “las oficinas, los colegios, las universidades, las consultas médicas y otros centros de trabajo cambien para siempre”. En cualquier caso, el futuro será distinto al presente, con cambios en la movilidad y en los tipos de vivienda, así como en la organización de las ciudades y de las áreas y regiones metropolitanas. Soñar el futuro tiene una larga tradición. Ahí está la Utopía de Tomás Moro, considerada el primer relato utopista, aunque antes, Luciano de Samosata (125-181 dc) narró un viaje a la Luna y describió a sus habitantes. La aportación de Moro fue una historia en la que resulta esencial la organización política paradisiaca. Para que nazca la utopía hay un paso previo imprescindible: el rechazo al presente. Hoy ese rechazo es casi unánime.
El filósofo inglés
Mapa y alfabeto de una edición de 'Utopía' de Tomás Moro / BRITISH LIBRARY
Desde el principio hubo, al menos, dos tipos de utopías. Las pesimistas hablaban de paraísos pasados y perdidos. Sus autores acostumbraban a situar ese espacio de felicidad en el Este. Las optimistas describían posibles mundos felices que se ubicaban en el futuro y en el Oeste. El coronavirus puede generar ambas miradas: llevar a evocar un pasado ideal que, en realidad, nunca existió, y dar pie a imaginar mundos mejores. El confinamiento para frenar el avance del coronavirus ha mostrado que otra organización del tiempo y del espacio humano es posible. Que los cambios para mejor se efectúen y se consoliden es ya otro asunto.
Hubo tiempos en los que dominaba la fe en el progreso. Algunos pensadores sostenían que la historia tenía un sentido: el paso del esclavismo al feudalismo representaba un avance. Llegó luego la revolución industrial y su correlato político, la democracia formal. El siguiente periodo tenía que ser el socialismo, previo a una sociedad sin clases en la que se suprimirían el trabajo alienado y la explotación del hombre por el hombre. El paraíso en la tierra.
El filósofo Peter Sloterdijk
Es posible que las cosas mejoren, pero resulta difícil pensar que el progreso inevitable sea una ley de la historia. Hoy se tiende al pesimismo. Y la incidencia del coronavirus, que supondrá transformaciones en las formas de vida, no mueve a la esperanza. En cualquier caso, el vaticinio de Peter Sloterdijk (El imperativo estético) quizás resulte exagerado: “La proximidad física ha dejado de ser condición de sociabilidad. El futuro es el telesocialismo. El pasado regresa como la vida en telehordas”.
El mañana tendrá en cuenta la epidemia, pero no sólo. El futuro (soñado o temido), que ya se estaba diseñando asumirá el riesgo de contagios masivos, pero no olvidará otros peligros, como la crisis de los combustibles fósiles y la necesidad de nuevas energías. Una ventaja en este caso es que las renovables suponen una excelente perspectiva de negocio. Sempere cita algunas firmas interesadas: Danone, Google, Nike, Philips, Renault, Solvay y Unilever.
Tomás Jiménez Araya / UOC
Desde 1950 hasta ahora, el mundo ha pasado de 2.500 millones de personas a 7.700 millones, y se prevé que se alcancen los 9.300 millones en 2050, explica Tomás Jiménez Araya (El eslabón perdido de la globalización). Un crecimiento nada equilibrado. La población urbana ha pasado de 751 millones a 4.200 millones. Un informe de Naciones Unidas sostiene que se mantendrá la tendencia, si bien un 90% de ese crecimiento se producirá en países de Asia y África. Y eso a pesar de que en los últimos tiempos se ha producido lo que Jiménez Araya denomina “revolución reproductiva”: la extensión del control de natalidad, al que se han incorporado las mujeres árabes, con una caída de la fecundidad en esos países. Como consecuencia. la “preocupación tradicional centrada en el alto crecimiento de la población ha ido cediendo espacio a otras cuestiones acuciantes, como el envejecimiento, la movilidad irregular de la población, la urbanización desordenada y las presiones ambientales”.
Vejez, movilidad, organización urbana, medio ambiente han resultado centrales durante la pandemia. Los ancianos son la población más castigada, porque la familia tradicional se ha disuelto sin soluciones alternativas; las residencias han sido antesala del tanatorio. La movilidad ha sido restringida de forma drástica, limpiando el aire de las ciudades. El desorden urbanístico, la radical separación entre vivienda y trabajo, ha fomentado el parón económico. Estos factores explican, probablemente, que Cataluña y Madrid hayan sido los territorios más afectados.
Jordi Borja / CARMEN SECANELLA
La incidencia de la pandemia ha resultado menor donde hay menos densidad demográfica y ha puesto de relieve que muchos desplazamientos laborales eran prescindibles. En las últimas décadas, el precio del suelo en las ciudades había empujado a las industrias a la periferia. Jordi Borja (El fin de la ciudad posmodernista), señala: “En las regiones metropolitanas de Madrid y Barcelona el suelo urbanizado se ha duplicado en 10 años (1996-2006), es decir la urbanización reciente iguala a la realizada a lo largo de toda la historia”. Paralelamente, los centros históricos sufrían transformaciones diversas.
En unos casos, la ciudad central se convierte en “administrativa (congestionada de día, vacía de noche) o monumental-turística de la cual son excluidos gran parte de los ciudadanos”. Otras veces, sigue Borja, los centros históricos encaran un proceso de degradación que supone “que una parte de la población los abandone y los ocupen sectores más pobres y marginales”. Cuando esto ocurre, la ciudad tiende a multiplicar los centros. Parte de la estrategia urbana de la izquierda mientras fue hegemónica en la Barcelona metropolitana buscó fomentar la multicentralidad. Pero la definición canónica de centro sigue funcionando: aquel lugar dónde es más probable encontrarse con alguien. Las posibilidades de coincidir con cualquiera son más altas en la plaza de Cataluña que en la de Virrei Amat. Ahora, la epidemia recomienda evitar ese centro.
Página del Somnium sive Vita de Luciano en una edición del siglo XVI
¿Qué cambios se avecinan tras la irrupción incontestable y transversal del coronavirus? Un experto inmobiliario explicaba que la primera respuesta al confinamiento fue la contracción de la demanda, después, en cambio, se intensificó el interés por inmuebles mejor dotados para esta circunstancia. No es una tendencia masiva, pero sí detectable. Personas que se habían interesado por un piso en el centro se abren a vivir en la primera y segunda coronas metropolitanas. Sobre todo si se han incorporado al teletrabajo. En la medida en que es una impresión de urgencia, habrá que ver si se consolida. Hasta ahora, el menor coste de la vivienda era un estímulo para abandonar la ciudad, pero suponía inconvenientes: más tiempo de desplazamientos, malas telecomunicaciones y menos servicios. Falta mucho para alcanzar la ciudad informacional de Manuel Castells.
No serán los únicos cambios. Fernando Gil, profesor de Geografía en la Universidad de Barcelona, ha observado que la pandemia se ha cebado en los países más turísticos: España, Italia, Francia y Estados Unidos. Y en este último caso: Nueva York. Coincidencia o no, el Gobierno alemán apuntala la relación entre turismo y expansión del virus al pedir a sus ciudadanos que no viajen al extranjero. España, donde el turismo exterior (80 millones de visitantes anuales) tiene fuerte impacto económico, prevé que parte de la crisis se deberá al vacío en la playas, imposibles de llenar con el turismo interior.
Pero había en el horizonte otros cambios que la pandemia puede ayudar a consolidar. El primero, el interés por la agricultura de proximidad. Que el proyecto de triturar el parque agrario del Delta del Llobregat no haya cuajado puede resultar, después de todo, una ventaja. El encarecimiento del transporte por el agotamiento del petróleo impulsará la producción agrícola de proximidad, acabando con situaciones escasamente comprensibles como la que señalaba John Gray: Reino Unido encara el Brexit sin capacidad para autoabastecerse de frutas y verduras. En el futuro inmediato habrá una revisión del mercado global y un cierto auge de las producciones locales. Un cambio que implica una alteración en las distribuciones urbanas y en la estructura de la población activa.
Pero había en el horizonte otros cambios que la pandemia puede ayudar a consolidar. El primero, el interés por la
Otra transformación afectará al parque de edificios, de gran pobreza energética. Hay ejemplos que sugieren el sentido de los cambios. Friburgo (Alemania) ha iniciado una política en la que las reformas en las viviendas tienen que ir asociadas a mejoras energéticas. El proyecto es conseguir una reducción del 40% de las emisiones en el horizonte de 2030, pasando de un consumo energético de 65 kilovatios hora por metro cuadrado residencial a sólo 15. Medidas de este tipo se aprecian mejor si se tiene en cuenta que el 70% de las emisiones de gases se originan en las ciudades.
Fotograma de la película Metrópolis, de Fritz Lang
Todos estos elementos, combinados, pueden generar movimientos a gran escala. En las dos últimas décadas han dejado de crecer las megalópolis y la perspectiva es que se frene también el crecimiento de las metrópolis en beneficio de ciudades de hasta medio millón de habitantes, señala Jiménez Araya. Y una cuestión menor, pero paradójica, apunta Fernando Gil: la alta mortalidad registrada entre la población anciana puede provocar un alza en la esperanza de vida al nacer, porque el confinamiento ha supuesto también una reducción drástica de muertes por accidente laboral y de tráfico, que implican a individuos más jóvenes, con más años de vida por delante, factor que afecta al cálculo de este indicador. Para decirlo con palabras de Teresa de Jesús: Dios (exista o no) escribe derecho con renglones torcidos.