Los días perfectos de Txema Salvans
El fotógrafo "nihilista" recoge en el libro 'Perfect day' imágenes imposibles con personas que se evaden de los propios lugares que escogen
26 abril, 2020 00:00Txema Salvans es un fotógrafo, un nihilista, con una vista de lince para captar los elementos grotescos de nuestro paisaje vital, lugares y personas, cuando también tienen algo de entrañable o cómico, con una visión muy definida, muy perfilada, de manera que todos sus libros hasta ahora –ya debe de llevar cinco o seis– son claramente hijos suyos, y de nadie más. Ahora ofrece de nuevo esa visión en su libro Perfect day, de cuya publicación en la prestigiosa editorial anglosajona Mack Books me enteré el otro día al abrir The Guardian y encontrarme el reportaje dedicado a él bajo el título Baños de sol junto a la fábrica de cemento: los puntos calientes más extraños de España.
Iba ilustrado, claro está, por media docena de imágenes seleccionadas entre los cientos, quizá miles, que Txema Salvans ha ido pacientemente tomando a lo largo de los últimos quince años, a lo largo del litoral mediterráneo, de Algeciras a Rosas. Con paradas en sitios como la cementera de Vallcarca, el parking del Carrefour en el Prat, Marinador, Torrevieja, el complejo industrial de Algeciras, Benidorm… Y con la particularidad a priori de que, aunque los “modelos” siempre están de espaldas al mundo y de cara al mar, de cara al infinito, el fotógrafo se sitúa entre éste y aquellos, de espaldas al mar y de cara a los hombres, de manera que capta a éstos rodeados de todo aquello a lo que precisamente ellos procuran dar la espalda, lo que chirría: el contexto de derribo, de ruina, de fealdad, de suciedad. Imágenes de los sitios más decadentes, insalubres, feos, desordenados, caóticos, en fin, en principio más inapropiados para que un hombre, una pareja o una familia instale las tumbonas y el parasol para pasar un “día perfecto” al sol. Imágenes, dice Txema, de la asombrosa resiliencia humana, de nuestra determinación de vivir y disfrutar pese a todo y en cualquier circunstancia.
El libro consiste en 45 fotografías. El título, tomado de la canción de Lou Reed, se ajusta al contenido como la mano al guante: “Un día perfecto, / beber sangría en el parque / y luego más tarde, / cuando oscurezca, volver a casa. / Un día perfecto, / alimentar a los animales en el zoo / y luego una peli y vuelta a casa. / Un día perfecto, / me has hecho olvidarme de mí mismo, / he creído ser / otro, alguien bueno.” Etc.
Le pregunté a Txema si estas fotos ilustran realmente su idea de lo que es un “día perfecto”. Él es un fotógrafo vocacional aunque en realidad se formó como estudiante de Biología y sigue siendo lector de publicaciones científicas; de ahí, quizá, que me respondiera en estos términos: “La vida es un fenómeno muy poco probable en el universo, y dentro de esa improbabilidad la autoconciencia, que nos caracteriza como seres humanos, es otra improbabilidad mayor. De manera que el hecho de estar nosotros vivos, ahora, es, en términos biológicos, algo prodigioso, y por lo menos en este sentido cualquier día es un día perfecto. Todos los días lo son” De esta paradoja viene la naturaleza irónica, divertida y a la vez desalentadora, de sus fotos.
Recuerdo que cuando le acompañé a hacer las que ilustrarían Barcelona museo secreto --un libro que se proponía revelar atractivos ocultos en las calles y las arquitecturas de la ciudad--, hace ya muchos años, íbamos en las motos de acá para allá y cada día me sorprendía con sus encuadres, con su distancia, su inteligencia oblicua del panorama. Comprendí que tenía la suerte de haberme encontrado con un artista, cuyas imágenes no solo realzarían mi texto sino que “dialogarían” con él, si se me perdona la trillada expresión, porque él tenía una idea clara del mundo y sabía encontrar en todas partes las imágenes que correspondían a esa idea. Solo tuve que reprocharle una vez esa tendencia a destacar, ante cualquier monumento glorioso o lugar recoleto, a algún elemento humano de derribo; una inclinación a poblar mis fantasías barcelonesas de ancianos, de tullidos, de jorobados, de gente confusa y triste. Alarmado por aquella deriva que podía convertir el libro en una especie de túmulo, recuerdo que una vez le pedí: “No metas ni un viejo más, Chema, que deprimirás al lector. ¿Por qué en vez de desastres humanos no salpicas nuestras páginas de otro tipo de gente?” Me preguntó a qué tipo de gente me refería. Yo lo tenía claro y se lo expliqué: “Estaba pensando, básicamente, en chicas guapas y en niños. Siempre es agradable verlos, ¿sabes, Txema? Y precisamente Barcelona está llena de chicas y de niños. Mete más de ese material humano en nuestro libro. Las chicas y los niños son graciosos, son simpáticos, le gustan a todo el mundo”. Me miró condescendiente. Llegamos a un acuerdo. En aquel libro hay un poco de todo.
Desde entonces ha ido publicando otros libros de fotografía, ya sin pactar con nadie la proporción de jóvenes y viejos, sino a su libre albedrío (aunque, en su opinión, “el libre albedrío del que gozamos es parecido al del plancton, que se mueve dependiendo de la marea, y esto es aún más claro en tiempos de globalización y de pandemia”.) Hace unos años hablamos aquí de The waiting game, sus imágenes de la prostitución en las carreteras españolas: mujeres sin suerte esperando en no-lugares, a pleno sol, que se pare un coche. Luego publicó una variante sobre el tema e la espera, con pescadores de caña. Luego, My Kingdom, sobre la España real, el placer y el poder. Ahora, la pandemia y el confinamiento le da a la publicación de Perfect day un contexto que comercialmente quizá sea catastrófico pero conceptualmente es ideal.