Una ciudad, mil miradas / DANIEL ROSELL

Una ciudad, mil miradas / DANIEL ROSELL

Artes

Una ciudad, mil miradas

Una exposición conjunta entre el Pompidou y el CaixaForum analiza en Barcelona cómo los fotógrafos y los cineastas han representado a la ciudad en el siglo XX

15 febrero, 2020 00:00

Historia vibrante y nerviosa, escrita, alternativamente, con el ritmo frenético del jazz y las sincopadas músicas de las vanguardias de los felices años 20, con el ulular de las sirenas en Mayo del 68, con el retumbar atronador de los cañones y las bombas en las terribles guerras del 36 en España o del 39 en toda Europa, la fotografía ha mantenido con la ciudad una relación nutritiva y estrecha: ambas –la ciudad entendida como cosmogonía de la moderna vida urbana– nacieron a mitad del siglo XIX, en paralelo al despuntar de las comunicaciones, la industrialización, los transportes y el turismo. Es decir: todo lo que constituye la era contemporánea.

Como si encontrara en ella el molde justo que precisaba para liberarse de la tutela del teatro y la pintura, la fotografía encontró pronto en la ciudad el escenario vivo –aturdido de movimiento, eléctricos cambios de luz, inéditos juegos de perspectiva, licencia para picados o contrapicados, la irrupción de la multitud o de la melancolía de las calles abarrotadas en las que nos sorprende por primera vez la punzada de sentirnos desoladamente solos en medio del gentío– que necesitaba para afirmar su identidad como un arte nuevo.

El nuevo flâneur se convirtió en fotógrafo. Ciudad y fotografía son, al decir de Florian Ebner “dos máquinas de visión” fraternizadas. Desde Daguerre, que en esa amplia toma que es Boulevard du Temple (1838) ya recoge la diminuta presencia de un caballero al que le están limpiando las botas, la fotografía abrazó a la ciudad como el gran teatro donde se representaba el espectáculo de la vida moderna ante una nueva audiencia urbana. Y lo hizo de una forma tanto activa (performativa, convirtiendo la calle en decorado y arte) como participativa:  contribuyendo a crear un imaginario (arquitectónico, cívico, político) de la ciudad que luego alimentaría a la ciudad misma. París es Brassaï y Doisneau. Nueva York es William Klein. 

Mujer vagabunda por la calle /// Lisette Model. Lower East Side, Nueva York (Depresión) c.1950. Centre Pompidou, Paris, Musee National d’art Moderne - Centre de creation industrielle © Galerie Baudoin Lebon © Centre Pompidou, MNAM-CCI/Philippe Migeat/Dist. RMN-GP.jpg

Mujer vagabunda por la calle (1950) Lower East SideLisette Model. © Galerie Baudoin Lebon © Centre Pompidou, MNAM-CCI/Philippe Migeat/Dist

Dividida en 10 capítulos, Cámara y ciudad, la gran exposición con la que Caixaforum Barcelona inaugura su colaboración con el Centro Pompidou de París, hurga en el relato de esa compleja y floreciente relación. Así, con las imágenes de Zuber, Boucher o Krull, en los años 20, elevamos el cuello para asombrarnos ante la euforia de nueva ciudad vertical que, levantada con acero y metal, expresan con rotundidad visual el nuevo impulso constructivista que, metafóricamente, también refulge alrededor de la Torre Eifell conectada a la electricidad del futuro mediante relámpagos en una célebre imagen de André KertészParís, en verano, una tarde de tormenta (1925)- o que prenderá en las pantallas con las vanguardistas “sinfonías cinematográficas”, como las del fundamental Lászlo Moholy-Nagy que celebran la nueva belleza de, por ejemplo, los transbordadores.

 Aleksandr Ródtxenko. La escalera 1930. Centre Pompidou, Paris, Musee national d’art moderne - Centre de creation industrielle © Aleksandr Ródtxenko, VEGAP, Barcelona, 2019 © Centre Pompidou, MNAM-CCI/Service de la documentation photographique du MNAM/Dist. RMN-GP.

La escalera (1930). Aleksandr Ródtxenko. © Aleksandr Ródtxenko, VEGAP, Barcelona, 2019 © Centre Pompidou, MNAM-CCI/Service de la documentation photographique du MNAM/Dis

Por las estancias de la exposición vemos cómo los fotógrafos van desplazando su atención, puesta en los inicios de la fotografía en la glorificación de la nueva arquitectura y en la vida burguesa, girándola hacía las condiciones de vida del proletariado en las periferias. Bien sea a impulsos de la convicción y la clarividencia de saber que las calles de los barrios pobres, además de un teatro urbano, son también “un campo de batalla”, como proclama Helen Levitt en su película En la calle, o bien sea perdiéndose en la marginalidad de la noche para rescatar una galería muy teatral de los nuevos tipos urbanos –la chica alegre, el proxeneta, el sereno, el vagabundo– que entre 1929 y 1932, y ungido con el espíritu de un Baudelaire con cámara, Brassaï retrata en Paris de nuit, una de las colecciones, especie de tableau vivant, más bellas de la historia de la fotografía.

Diane Arbus. Pareja de adolescentes en la calle Hudson, N.Y.C. 1963. Centre Pompidou, Paris, Musee national d’art moderne   Centre de creation industrielle © The Estate of Diane Arbus

Pareja de adolescentes en la calle Hudson (1963). Diane Arbus. Centre Pompidou. © The Estate of Diane Arbus

La ciudad se metamorfosea igual que la fotografía. De la vanguardia de la Nueva Visión –imágenes radicales que trabajan la especialidad como una nueva forma de abstracción– a las angulaciones caprichosas de Rodchenko; de la straight photography, con su estética de la autenticidad que pregona la (aparente) invisibilidad del fotógrafo –un mito de la visión objetiva, que sin embargo permite tomar clandestinamente imágenes tan icónicas como Blind woman, de Paul Strand, de 1916, pórtico de la exposición, un ejemplo audaz del matrimonio entre documentalismo social y las formas simplificadas del modernismo–, a la dialéctica de la ciudad moderna, un ser vivo en continua transformación que va acelerando su vértigo, desbocando su ritmo, en paralelo a la transformación de la propia fotografía, que también va desarrollando una tecnología que arranca en las largas tomas (10 minutos) de Daguerre –incapaces de fijar la trepidación de las calles– a la liberación de la llegada de las cámaras de paso universal, ideales para moverse ágil y discretamente por la ciudad, que a mitad de los años 30 trae Leica, inaugurando la tensión entre reflexión y movimiento que Robert Frank resumirá en un célebre mandato, “Hold Still / Keep Going” (Quédate quieto / Sigue adelante), que parece concebido como una Biblia para el aventurero urbano armado con cámara. Camina. Un paso adelante. Detente. Mira. Dispara. Continúa.

Torre Eiffel con relámpagos ///  André Kertész. París, en verano, una tarde de tormenta 1925. Centre Pompidou, Paris, Musee national d’art moderne – Centre de creation industrielle © RMN-GP © Centre Pompidou, MNAM-CCI/Philippe Migeat/Dist. RMN-GP.

Torre Eiffel con relámpagos (1925). André Kertész. © RMN-GP © Centre Pompidou, MNAM-CCI/Philippe Migeat/Dist. RMN-GP.

Del poder documental de ese ojo entrometido que es la fotografía rastreando las calles, dan cuenta las imágenes de Gabriel Casas sobre la huelga general de Barcelona de septiembre del 31 –con sus guardias de asalto alzando la mano prohibiéndole a Casas que dispare su cámara inoportuna e intrusa– o las de Pérez de Rozas o Agustí Centelles capturando escenas de la guerra civil que nos hablan de la fotografía que –a través de las revistas, de los carteles– se ha convertido ya en una nueva arma de difusión política. Años después –en los 50– Joan Colom seguirá registrando clandestinamente la vida marginal del Raval de Barcelona hasta que una denuncia judicial tumbe una de las carreras más prometedoras de la fotografía española. Colisiones: la ciudad vela a los objetivos sus rincones más acres. En la España de “la calle es mía” de Manuel Fraga, es imposible documentar la represión franquista hasta que, ya a inicios de la Transición, fotógrafos como Manel Armengol o Pilar Aymerich muestren al mundo la nueva España –contracultural, feminista, homosexual– que en la calle ha plantado cara a los grises.

Pérez de Rozas. Recogida de colchones para los refugiados 20 de octubre de 1936. Arxiu Fotogràfic de Barcelona, Ajuntament de Barcelona.

Pérez de Rozas. Recogida de colchones para los refugiados 20 de octubre de 1936. Arxiu Fotogràfic de Barcelona, Ajuntament de Barcelona.

Recogida de colchones para los refugiados 20 de octubre de 1936. Pérez de Rozas Arxiu Fotogràfic de Barcelona, Ayuntamiento de Barcelona.

La ciudad como espacio de revueltas. Una chica se enfrenta a los guardias cuyas armas con las bayonetas caladas parecen rendirse ante el poder elemental, la belleza y la debilidad de la simple flor que ella sujeta en la mano, en la icónica imagen de Marc Riboud. Vemos volar un adoquín contra el cielo recortado sobre la calle Saint-Jacques de París lanzado, visto de espaldas, por un anónimo joven airado, en la imagen de Gilles Caron. Mayo del 68. Una espalda revolucionaria son todas las espaldas.

Mujeres de la república /// Pérez de Rozas. Colecta para las víctimas del fascismo 23 de agosto de 1936. Arxiu Fotogràfic de Barcelona, Ajuntament de Barcelona.

Mujeres de la república (1936). Pérez de Rozas.Arxiu Fotogràfic de Barcelona, Ayuntamiento de Barcelona

244 fotografías de 80 creadores (155 provenientes del Pompidou y 55 cedidas por el Archivo Nacional de Cataluña, el Arxiu Históric del COAC, el Macba o el Reina Sofía, entre otros centros que completan la visión internacional, aunque marcadamente francesa, con la iconografía española, pero abrumadoramente catalana) constituyen un denso “ensayo visual sobre la transición a la modernidad”, según Florian Ebner, comisario de la exposición y responsable del departamento de Fotografía del Centre Pompidou. 

Todo, según Marta Dahó, “sin pretender articular un relato histórico exhaustivo” que, ciertamente, sería imposible, pues el concubinato entre fotografía y ciudad, que la moda de la street photography –ese género democrático que convierte instantáneamente en fotógrafo a cualquier comprador de una cámara nada más salir de la tienda– ha multiplicado exponencialmente, hasta convertir a la pareja en el matrimonio fundamental para comprender la deriva de la vida contemporánea.
 

Del humanismo poético y el existencialismo con el que depuramos el trauma y el horror de la II Gran Guerra –fotos de Doisneau, Masclet, Boubat–, hasta el nervio punzante, histérico, de la agresiva ciudad capitalista que nos agrede con sus neones publicitarios en las imágenes de William Klein y de ahí, vuelta a empezar, al vagabundear subjetivo, existencial, de un Friedlander o un Robert Frank que capturan la melancolía, el absurdo o la soledad del hombre engullido por la ciudad.Destellos del asfalto. Resplandores del acero. El espacio público, que la fotografió, abrazó, ensalzó, glorificó, expandió como modelo con didactismo y profusión sometido ahora, finalmente, a la vigilancia del ojo del cíclope de las cámaras del Poder, de Google Earth o de Google Street View que han convertido a la fotografía, como a la ciudad, en un píxel al alcance instantáneo de un clic. Todos, urbanitas, cabemos en él.