Vida y Color
Hubo un tiempo en que el gasto en sobres de cromos era notable en la semanada de un chaval de Barcelona, con colecciones de series de televisión
20 enero, 2020 00:00En una secuencia de la película de Iván Zulueta Arrebato, Will More, sosteniendo un álbum en las manos, le pregunta a Eusebio Poncela: “¿Cuántas horas podías pasarte mirando este cromo?”. No sé si los críos siguen coleccionando cromos, pero los tiempos en que esta actividad era una parte trascendental de la infancia --casi tanto como comprar tebeos-- ha pasado definitivamente a la historia. Supongo que es una afición demasiado rupestre, por no decir cutre, en una época en la que no hay ni un niño sin su móvil y sin su pantallita.
Pero hubo unos tiempos en los que el gasto en sobres de cromos era notable en la semanada del chaval barcelonés. Y sí, Will More tenía razón, había cromos --como viñetas de comic-- que te podías pasar horas mirándolos, aunque en aquella imagen no se movía nada, sino que eras tú el que debía hacer todo el trabajo de fascinación.
Hay que reconocer que el asunto se deterioró con inusitada rapidez. Los álbumes buenos eran de la época de mi hermano mayor: recuerdo las colecciones de cromos de Ben Hur, Los diez mandamientos o El Cid como auténticas obras maestras en las que las imágenes de las películas estaban impresas de maravilla. Yo ya pillé una época más chapucera en la que te endilgaban cromos en blanco y negro coloreados de forma funesta, pero aún pude hacer algunas colecciones de mérito.
Mis favoritas eran las de actores de series de televisión. Las series me interesaban más que las películas que se exhibían en los cines porque me enganchaba a sus personajes protagonistas y sabían que me harían compañía una vez a la semana: han tenido que pasar cincuenta años para recuperar esa sensación con las series de las cadenas en streaming; en el ínterin, alejamiento total de unas ficciones sin el menor interés que solo empezaron a levantar cabeza con Twin Peaks y Expediente X.
En mi relación con los cromos, a veces pasaban cosas extrañas. Cuando todos mis compañeros de clase se hacían la cole de Vida y color --que iba sobre la naturaleza y sus prodigios, si no recuerdo mal--, a mí me prohibieron mis padres seguir su ejemplo. Nunca he sabido por qué. ¿Serían más caros de lo habitual? ¿Se habría colado alguna imagen psicalíptica detectada por mis progenitores?
Cuando me salí con la mía y me puse a coleccionar los cromos de Viaje al fondo del mar (la serie de Irwin Allen sobre el submarino Seaview, que aquí todo el mundo pronunciaba Sibius, protagonizada por Richard Basehart y David Hedison), mi madre me hacía saber cada vez que me veía enganchándolos en el álbum que nunca había visto una colección más absurda y unos cromos más feos. Afortunadamente, sobre los de las estrellas de la tele no tenían nada que objetar. Ni de las postales sobre el mismo tema que se encontraban en algunas papelerías del Ensanche (a excepción de una de Raquel Welch con bikini prehistórico en una película de la Hammer).
Actualmente, las series de televisión carecen de su preceptivo álbum de cromos. Y el negocio de las postales ha pasado a mejor vida cuando cualquiera puede bajarse de Internet la foto que quiera. Evidentemente, no queda ni una de aquellas papelerías con el escaparate lleno de postales con el careto de los Cartwright, Perry Mason, Roger Moore en El Santo o el recientemente fallecido Edd Byrnes, el Kookie de 77 Sunset Strip. Normal: ya se sabe que lo rupestre vivió su época de gloria en la prehistoria.