Óscar Tusquets: “Si me dieran hoy la Creu de Sant Jordi no la aceptaría”
El arquitecto catalán reflexiona sobre su oficio, la banalidad de una parte del arte contemporáneo, su relación con Dalí y los años de la mítica Barcelona de los setenta
2 diciembre, 2019 00:00“Ha conseguido hacer de su vida y de su obra una alianza de contrarios integrados y disidentes, tradicionalista y rupturista, y, siempre, inesperado, elegante, innovador y sobre todo libre”. Así describía Mario Vargas Llosa a Óscar Tusquets. Arquitecto de profesión, desde hace años dedica parte del día a la escritura y a la pintura. Con varios libros editados, publica ahora Pasando a limpio (Acantilado), una serie de reflexiones entremezcladas con citas propia y ajenas en torno a la arquitectura, el arte de vanguardia, la pintura, el libro en papel y artistas como Velázquez, Coderch o Dalí.
–En su libro dice usted que no es apocalíptico, pero tampoco integrado
–Es que es así. No soy para nada un apocalíptico y la prueba es que estoy abierto a las novedades. Me gusta Instagram: me parece un instrumento cojonudo. Tengo una cuenta, me siguen muchas personas de todas partes del mundo. Yo sólo sigo a gente que verdaderamente me interesa, como es el caso de mi amiga Isabel Coixet, que, con todo el trabajo que tiene, cada día cuelga algo de interés. ¡No sé de dónde saca el tiempo! Yo no cuelgo algo cada día, en absoluto. Por otro lado, tampoco soy un integrado: me parece horroroso el teléfono, creo que solo debe usarse para avisos breves, no para largas conversaciones. No me gusta nada hablar por teléfono ni que me llamen, menos aún si estoy pintando. Por esto creo que WhatsApp es un avance increíble: te llegan mensajes y tú los lees solo cuando te va bien.
–En una entrevista dijo no había dejado la arquitectura, sino la arquitectura le ha dejado a usted.
–Sí, me ha dejado, pero yo me veo capaz de hacer cosas y, junto a mis colaboradores, todavía participo en proyectos, como el montaje de alguna exposición. La última gran obra que he hecho ha sido el Metro de Nápoles, donde me limité a hacer de artista, no tuve que encargarme ni de presupuestos ni de cálculos. Eso sí, ya no me encargan viviendas.
–¿Ve reflejada su idea de la arquitectura en la que se hace ahora?
–Cuando empecé a no ganar concursos y vi que el Premio FAD, en el que nunca creí demasiado, premiaba a quienes proponen una arquitectura que a mí no me interesa me di cuenta de que mi idea de arquitectura ya no era la imperante. Una cosa que he aprendido con la edad es que difícilmente tu obra gustará a aquellos cuyas obras a ti no te gustan. De ahí mi desconfianza hacia ciertos premios. Hace un tiempo me convencieron para que participara en uno que buscaba reconocer a arquitectos españoles que trabajan fuera. Decidí presentarme con el Metro de Nápoles, que el Daily Telegraph definió como el más bonito de Europa. ¡Ni me preseleccionaron!
–Usted defiende una arquitectura que, lejos de ser un espectáculo, intervenga en el modo de vida, en la forma de habitar los espacios.
–Precisamente por esto me entusiasma la Filarmónica de Berlín. No solo propone una forma arquitectónica nueva, sino que genera una nueva forma de vivir. Con respecto a la arquitectura espectáculo desde hace algunos años ha entrado en descrédito; ahora se tiende a hacer una arquitectura pobre, minimalista. Basta ver a quién se ha premiado recientemente en los Pritzker o en los FAD. Dicho esto, para mí una cosa son las obras arquitectónicas y otra cosa son las esculturas visitables. Por ejemplo, el Guggenheim es igual que la estatua de la libertad de Nueva York. Claro, decir esto es un poco…
–¿Provocador?
–Siempre digo que las dos cosas que me han hecho más impopular para cierta gente es defender la Sagrada Familia y elogiar Benidorm. Incluso mi editora, Sandra Ollo, me dijo tras leer libro: “Óscar, después de ese capítulo tan sofisticado sobre la casa Malaparte, ¡le sigue uno dedicado a Benidorm!”.
–Leyendo las páginas que dedica a Benidorm es imposible no pensar en Robert Venturi y su ensayo Aprendiendo de Las Vegas.
–Venturi es un referente. No entiendo por qué sorprende mi postura: Benidorm es fantástico como lo es también la Sagrada Familia. Lo que pasa con la obra de Gaudí es que la intelligentsia la ha despreciado siempre. Por esto hace tiempo escribí un artículo titulado: ¿Cómo pudimos equivocarnos tanto? Yo también era de aquellos que despreciaban la Sagrada Familia, pero mi opinión cambió tras hablar con Alfons Soldevila. Me insistió mucho en que estaba completamente equivocado y para convencerme me llevó a conocer a los jóvenes arquitectos que están trabajando en el templo. Conversión de San Pablo. Me caí del caballo. Gaudí se habrá equivocado en muchos detalles, pero la luz y el espacio son incomparables.
–Hablando de opiniones que le han hecho impopular, usted es defensor de la tauromaquia.
–Tanto como grande… no. Soy un aficionado y, como tal, reconozco que en una plaza de toros he vivido momentos de intensa emoción. Sin embargo, estoy convencido de que el toreo va a desaparecer como han desaparecido muchas otras cosas fantásticas. Es así. Me gusta el toreo porque, además de tener su amplia tradición pictórica, es el único arte que conozco en el que, si te equivocas, te matan. Si Damien Hirst o Murakami, dos fantasmas del arte, toreasen, el toro los cogía en dos segundos. Mientras que en el arte de vanguardia se puede vender cualquier cosa, en el toreo, si no tienes idea de lo que estás haciendo, el toro te mata.
–No ha terminado de explicarme su entusiasmo por Benidorm.
–Desde un punto de vista urbanístico, Benidorm es modélico, sobre todo a la hora de afrontar el problema de la vivienda que surgió en el siglo XX a raíz de las vacaciones pagadas. Además de ser una ciudad de un buen rollo increíble, es ideal para jubilarse. Piénsalo bien: has sido un obrero en Liverpool toda tu vida y por cuatro perras puedes retirarte en una ciudad con un clima maravilloso, donde se va caminando a todas partes, y cerca del mar… ¿Qué más se puede pedir?
–Le Corbusier dijo: “Un chalet individual puede ser un sueño para veinte personas, pero una pesadilla para dos millones”.
–Yo no soy muy de Le Corbusier, pero suscribo esta frase. El ejemplo paradigmático de cuán infernales pueden llegar a ser los chalets es Los Ángeles; una ciudad de enorme extensión, donde se necesita un coche para todo, el servicio de recogida de basura debe hacer kilómetros y kilómetros para llegar a todos y el gasto energético es enorme por las distancias… Es una ciudad equivocada. Benidorm tiene una densidad de población aceptable y es una ciudad en la que no se percibe estrés alguno. A mí me encanta el Downtown de Nueva York, pero es un lugar angustioso. Benidorm es todo lo contrario porque entre un rascacielos y otro hay una cierta distancia, hay sol, jardines… Es una ciudad fantástica.
–Los Ángeles es el ejemplo paradigmático de ciudad lineal, un modelo urbanístico que en nuestro entorno no termina de funcionar.
–Visto desde el punto de vista del ahorro energético, hay una densidad de población por debajo de la cual las cosas son ruinosas. Aparte de esto, y para hablar de nuestro contexto, la ciudad mediterránea no es por tradición dispersa porque su origen es la ciudad romana, que era concentrada. En ella, la gente vivía agrupada.
–En su libro aparecen personas clave en su vida. Una de ellas es José Antonio Coderch.
–Era un personaje fascinante, Ha sido el mejor arquitecto español desde la posguerra hasta la actualidad. Él introdujo la mediterraneidad en la arquitectura. Gio Ponti lo descubre gracias a su diseño de la Casa Ugalde, un pequeño chalet que había construido en Sitges y que era moderno y, a la vez, se inscribía en la tradición mediterránea. Todavía hoy visitar la Casa Ugalde es emocionarse, solo un grande la habría podido diseñar. Yo aprendí muchas cosas con él; ahora bien, no puedo negar que era una persona contradictoria, con manías persecutorias y con mucho carácter.
–¿Es Coderch su maestro?
–En realidad, mi maestro fue Federico Correa, que era discípulo directo de Coderch. A pesar de los desacuerdos políticos que había entre ellos, arquitectónicamente hablando, estaban muy unidos. En mi libro anterior, Amables personajes, dedico un capítulo a Coderch en el que menciono algunas de sus frases: “Si quieres alcanzar la excelencia, huye de la mierda”. En este libro, en cambio, narro el día en el que lo fui a visitar y me contó que Trías Farga le había preguntado si aceptaría la Creu de Sant Jordi que la Generalitat quería darle. Él, indignado, le contestó que si estaban convencidos de que se la merecía se la tenían que dar aún a riesgo de que él la rechazara. ¡Qué hombre! Ya no existen personajes así. Yo la tengo la Creu de Sant Jordi, pero soy demasiado perezoso para devolverla como hizo Rosa Maria Sardà. Quizá debería hacerlo, pero tengo otras cosas que hacer…Además, me la dieron hace muchísimos años, cuando era inimaginable lo que está sucediendo ahora. Lo que te puedo asegurar es que, si me la entregaran hoy, no la aceptaría.
–Otro de los nombres clave en su vida fue Dalí.
–Fueron diez años de una amistad fantástica. Yo era antidaliniano, como todos los progresistas, pero en una ocasión, en la fiesta que anualmente daba Federico Correa en su casa, me encontré con Dalí, que fue con Amanda Lear. Nos presentaron y no tardó en decirme que le interesaba mucho lo que yo hacía. Me impactaron sus palabras porque, por entonces, yo había hecho una casa y media en Cadaqués y poco más. Me invitó a ir a Portlligat al día siguiente y fui acompañado de Beatriz de Moura, que era mi mujer de aquel momento. Estuvimos dos horas en su casa, de la que salí fascinado. Dalí era una de las personas más creativas, listas, divertidas e imaginativas que he conocido. Tuve una enorme suerte de haber compartido su amistad y proyectos como la habitación de Mae West para su museo de Figueras. Estuve con él en París varias veces y en Nueva York. Fui con él al Misterio de Elche: no se puede describir con palabras. Tuve buena relación con Dalí porque yo era joven, más o menos presentable físicamente y arquitecto. A Dalí le entusiasmaba la arquitectura y poder hablar de Borromini con alguien que lo comprendiese. No era algo que podía hacer habitualmente, pues estaba siempre rodeado de marchantes y hombres de negocios.
–Usted cuenta lo que dijo Dalí a la pregunta de qué cuadro salvaría si se quemara el Museo del Prado.
–Su respuesta fue fantástica: “Yo salvaría el aire, y más concretamente, el aire que Velázquez encerró en Las Meninas, que es el aire más transparente y de mejor calidad que existe”.
–Su respuesta me hizo recordar otra de Eugeni d’Ors: “Salvaría el cuadro que está más cerca de la puerta”
–Esta frase también es muy buena.
–Su admiración por Dalí y Velázquez contrasta con las críticas que dirige a Hirst y Murakami en el capítulo dedicado al fraude del arte contemporáneo.
–Hirst es simplemente un tipo que tiene un contrato con un pescador de Australia que le vende los tiburones a 20.000 euros para que él los pueda exponer y ya está. Vas a Arco, a la Bienal de Venecia o a Kassel y ves cada cosa… Recuerdo en Kassel una artista que ofrecía al público unos auriculares a través de los cuales les daba órdenes: desnudaros, abrazos, arrodillaros… ¡Y esto es la vanguardia!
–¿En el arte de vanguardia prima el concepto y no la habilidad manual del artista?
–Es más que evidente que ni Murakami, ni Hirst ni Koons ponen las manos sobre las obras de las que se declaran autores. Basta verlos: visten como hombres de negocios. Duchamp era un artista admirable, pero, en gran medida, es el responsable de la deriva que ha tomado el arte de vanguardia. Lo que diferencia a Duchamp de todos los que vinieron después es que él hizo cosas que nadie había hecho antes y, por tanto, sus obras resultan impactantes. Pero ¿qué sentido tiene repetir lo que ya se ha hecho? Cuando fui a la Dogana de Venecia me encontré un cuadro de tres metros por tres metros totalmente blanco. ¡Otra vez! Una auténtica estafa. Fui con mis hijos, cuando todavía eran pequeños, al Palazzo Grassi, donde en una habitación oscura había un paquete de cigarrillos que saltaba por los suelos. Mis hijos me pidieron que les explicara qué significaba, pero ¿qué les iba a decir? ¿Cómo les iba a decir que aquello era una obra de arte?
–Arthur Danto decía que el arte contemporáneo requiere siempre de un aparato crítico.
–Si no te explican la historia, ninguna de estas instalaciones tiene sentido. La vanguardia niega lo figurativo y rechaza el trabajo manual, propio de todo artista, que yo reivindico. Yo trabajo con ordenador, pero sigo haciendo croquis a mano, porque estoy convencido de que hay una relación profunda entre el cerebro y la mano. En breve, los editores de la revista Apartamento me publicarán un libro con muchos de los sketches de mis diseños, reproducidos con el mismo tamaño y papel de los originales.
–Hay muchos escritores que corrigen a mano.
–Mi hermana Esther, por ejemplo, era incapaz de corregir algo si no estaba impreso. Cada vez que leía algo, lo corregía. No sabía leer sin corregir. Mi editora, Sandra Ollo, también imprime para corregir. Si bien yo prefiero dibujar a mano, a la hora de escribir me gusta utilizar el ordenador. Eso sí, cuando pinto puedo escuchar música o tener encendida la televisión, pero cuando escribo necesito silencio absoluto, nada puede distraerme.
–En una época en que lo que prima es la especialización, usted es arquitecto, escribe, pinta…
–No sé cómo se enseña hoy la arquitectura, pero cuando yo estudié el plan de estudios era fantástico: estudiabas matemáticas a la vez que historia del arte y dibujo clásico. Era una formación muy completa que te podía servir para hacer cualquier cosa. El problema de hoy es que no hay trabajo; a los jóvenes arquitectos no sé qué decirles. Cuando yo terminé la universidad solamente había dos escuelas, la de Madrid y la de Barcelona. Ahora, ¿cuántas hay? Hoy se construye mucho menos de cuando yo salí de la facultad.
–Usted perteneció a la gauche divine.
–Sí, es un tema recurrente. Veo difícil poder decirte algo original. Éramos jóvenes que nos lo pasábamos bien, no hay que darle más vueltas.
–Muchos comparan con nostalgia la Barcelona de la gauche divine con la de ahora.
–Algunos dirán que hay mucha gente interesante que no conozco, pero no es mí impresión. Yo soy una persona abierta, interesada en lo que hace la gente joven, pero creo que la Barcelona actual no se puede comparar con la de entonces. Yo era amigo de Pau Riba, de Sisa, de Serrat… No veo gente así ahora. No se respira a la actitud de aquellos años. Y no digo esto porque esté cerrado a lo que se hace ahora, me interesa mucho la gente más joven que yo que hace cosas interesantes, como los editores de la revista Apartamento o como Albert Serra, a quien conocí porque él es también un daliniano convencido y coincidimos en un congreso en París. He visto su última película, Liberté; no me ha gustado, pero la recuerdo y esto ya es mucho. Sin embargo, La muerte de Luis XIV me gustó. Lo que me interesa de Serra es su capacidad de meterte en un mundo propio. También es cierto que hay momentos irrepetibles, que no pueden durar, porque son momentos de exaltación que duran lo que duran. Y esto es lo que pasó; Barcelona vivió unos años de exaltación y luego le tocó el turno a Madrid con la Movida.
–A diferencia de la Movida, la gauche divine estaba compuesta por jóvenes de buena familia.
–Ouka Leele era también de buena familia. Sí, quizás tengas razón, pero ¿y qué? La gauche divine era más burguesa, estaba Riba que era nieto del gran poeta, pero también había gente que venía de ambientes muy distintos; Mariscal, por ejemplo, o Nazario, que era un andaluz emigrado a Barcelona. Sus memorias son increíbles, este hombre se lo debe apuntar todo, porque es imposible tener tanta memoria. Dejando aparte el tema político, que hace muchísimo daño a la cultura y a la economía, no podemos pensar que aquellos años de la gauche divine se repitan porque fueron una serie de circunstancias concretas las que lo propiciaron: las dictaduras en Latinoamérica hicieron que muchos escritores hispanoamericanos se instalaran en Barcelona, donde había un grupo de jóvenes arquitectos discípulos de Coderch que empezaban a hacer cosas y también un grupo de escritores y editores muy potentes. Recuerdo a Ferrater, ¡qué guapo! ¡Qué ligón! Era un hombre cultísimo, como también lo era Jaime Gil o Barral. Creo que he tenido mucha suerte.
–¿De haber vivido ese momento?
–Efectivamente. Lo comento a menudo con Luis Clotet. Fuimos la primera generación europea que no tuvo el riesgo de ir a ninguna guerra. Vivimos los años sesenta, el fenómeno de The Beatles y los Stones, conocimos un Ámsterdam impresionante y un Londres apabullante.