Los salmos de Paul Simon
Simon acaba de publicar Seven psalms, un trabajo que llega al corazón y al alma
20 junio, 2023 23:40¿Qué puede llevar a un músico pop a componer un salmo? ¿Una fe trabajada durante toda la vida? ¿Una inesperada epifanía religiosa? ¿Una excentricidad mística? Lo ignoro, pero los que lo han hecho suelen haber experimentado la necesidad a una edad tirando a provecta, como es el caso de Paul Simon (Newark, Nueva Jersey, 1941), que cumplirá 82 años en octubre de este año y acaba de publicar Seven psalms, su primer álbum de material nuevo desde Stranger to stranger (2016), aunque en el 2018 grabó una serie de nuevas versiones de viejos temas bajo el título conjunto de In the blue light.
Bryan Ferry escribió y compuso su primer y único salmo a principios de los años 70 y lo incluyó en el tercer disco de Roxy Music, Stranded (1973). Era un tema largo (ocho minutos y dos segundos), solemne y bellísimo en el que el líder de Roxy cantaba acompañado por su grupo y por un coro masculino francamente beatífico, pero constituyó una rareza en su carrera, pues siempre se ha distinguido más por el collage musical y la ironía conceptual que por la religiosidad, habitualmente ausente de todas sus canciones. En Psalm, por el contrario, citaba a Jesucristo y parecía poseído por una espiritualidad insólita que nunca había dado señales de vida, más allá de sus agridulces reflexiones sobre las relaciones sentimentales. Psalm iba totalmente en serio y parecía impropia de un hombre de 27 años, que era la edad que tenía entonces el señor Ferry (aunque en el primer disco de Roxy Music, publicado el año anterior, el mismo día que el Ziggy Stardust de David Bowie, ya incluía en un tema la frase When we were young, o Cuando éramos jóvenes). A día de hoy, nadie sabe muy bien qué le pasó para componer un tema como Psalm.
45 años después, otro miembro de Roxy Music, el saxofonista Andy Mackay, publicó un disco espléndido que pasó totalmente desapercibido y que se titulaba 3 psalms (2018). Vista desde fuera, la cosa tenía un poco más de lógica: Mackay había cumplido 72 años y resultaba hasta cierto punto verosímil que hubiese empezado a pensar en Dios, una entelequia a la que, como Ferry, tan poca atención había prestado hasta entonces.
En el 2023, es el venerable Paul Simon quien, tal vez consciente de que empieza a estar en tiempo de descuento, se nos pone solemne y religioso tras toda una vida ejerciendo de judío nominal de esos que no pisan una sinagoga ni que los maten y no suelen lucir el tradicional yarmulke ni para taparse la calva. Afortunadamente para sus seguidores, entre los que me cuento desde que escuché por primera vez The boxer, cuando compartía carrera con uno de los mayores parásitos de la historia del pop, Art Garfunkel, al que conoció en el colegio y del que tardó décadas en librarse aunque, negado para la composición o para tocar algún instrumento, se limitaba a hacerle las segundas voces (y encima lo chinchaba recordándole con cierta frecuencia que era prácticamente un enano), la ambición mística de Seven psalms no se ha traducido en una propuesta grandilocuente ni llamada a infundirnos el temor de Dios: ejerciendo de discreto folksinger, secundado por su mujer desde 1992, Eddie Brickell, en un par de temas, Simon se sirve de la voz que le queda (un vozarrón, comparado con la que conserva el pobre Ferry, que es escasa, tirando a nula) y de todos los instrumentos acústicos que domina para ofrecernos siete preciosas canciones en las que consigue colarnos en todas al Altísimo desde la perspectiva de un agnóstico que, en el tramo final de su vida, ha llegado a la conclusión de que en ésta tiene que haber algo más de lo que está a la vista. A algo hay que agarrarse cuando vas a por los 82, sobre todo si el resultado es un álbum tan hermoso como Seven psalms.
Testamento musical
Es un disco corto. Poco más de media hora. Siete canciones, con la primera de ellas, The Lord, ejerciendo de presencia recurrente que se cuela en las demás –en medio o al final- como si su autor quisiera recordarnos a quien va dirigido el álbum. Lejos del country & western cristiano de los entrañables Louvin Brothers, Simon no se centra en un dios concreto porque detecta su presencia en todas partes: en lo bueno y en lo malo, en las alegrías y las tristezas, en las personas y en las cosas y hasta en la epidemia del coronavirus (The covid God, lo llama).
La escucha de Seven psalms es emotiva, agradable, lenitiva y marcada por la compasión que Simon transmite por todo y por todos. Seven psalms te llega al corazón y al alma, siempre que dispongas de esos dos elementos metafóricos que tanto contribuyen a convertirte en un genuino ser humano. Hay en la propuesta, indudablemente, un aire de despedida, de testamento musical de un hombre que ha cumplido con creces como artista a lo largo de seis décadas y que parece enfrentarse a una muerte que presume próxima desde una serenidad que no suena a impostada. Tal vez porque, como dice en uno de sus salmos, "la cabeza aún me funciona".