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Tal vez la pista del titular no sirva de mucho. En Cataluña son muchas las ciudades y pueblos cuyo origen se remonta al Imperio romano. Pero solo una logró lo imposible: reconciliar una amistad que parecía rota para siempre: la de Dalí y Federico García Lorca.

Es de sobras conocida la historia de estos genios. Se conocieron en 1923, en la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde también coincidieron con Buñuel. El poeta ya tenía 25 años y el pintor era un adolescente de 19 años en busca de su estilo.

Lo que unió la residencia de estudiantes apenas se pudo romper. Ambos se enamoraron el uno del otro a nivel intelectual. Se nutrían mutuamente de su arte. “Tú eres una borrasca cristiana y necesitas de mi paganismo (...) Yo iré a buscarte para hacerte una cara de mar”, le llegó escribir el catalán al andaluz.

Y es que cuando acabó su estancia en Madrid, Lorca y Dalí mantuvieron una relación epistolar con encuentros esporádicos en diversos puntos de España. De hecho, el pintor le llegó a crear los decorados a Lorca para la representación de Mariana Pineda en Barcelona.

Dalí y Lorca, una separación

Pero, la leyenda dice, que Lorca con tanta carta y palabra bonita del artista surrealista se llegó a enamorar. Al menos, así lo contaba Dalí: “Federico, como todo el mundo sabe, estaba muy enamorado de mí, y probó a darme por el culo dos veces, pero como yo no soy maricón y me hacía un daño terrible, pues lo cancelé en seguida y se quedó en una cosa puramente platónica y en admiración”.

No se sabe cuánto hay de cierto en eso. Lo único que se sabe es que en 1927, tras la enésima visita de Lorca a Dalí en Cadaqués, su relación se deterioró. Mucho. Apenas se hablaban, las misivas se cortaron. 

La ciudad que los unió

No fue hasta siete años más tarde que todo empezó a encauzarse. Tal vez, demasiado tarde. Cuenta la historia que en el año 1935, ambos artistas se reencontraron en Tarragona. Fue gracias a un encuentro en el que estaba presente el millonario Edward James, también poeta. Gala también estuvo en el encuentro.

Al llegar a Barcelona ese mismo año, Lorca confirmaba la ruptura posterior y la reciente reconciliación en un diario local. “Siete años sin vernos y hemos coincidido en todo como si hubiésemos estado hablando diariamente”. Y añadía halagos al genio empordanés: “Genial, genial Salvador Dalí”.

El reencuentro fue real. Juntos planearon colaborar de nuevo en una ópera que debía e incluso hacer un viaje juntos por tierras italianas. Una escapada que nunca sucedió.

Debía ser en 1936, año en que estalló la Guerra Civil. Como bien se sabe, Franco y los golpistas consideraban a Lorca un enemigo del régimen y acabaron con su vida. A las cuatro de la madrugada del 18 de agosto de 1936, las tropas franquistas lo fusilaron.

El viaje que no fue

El mismo Dalí confesó años más tarde el dolor que le causó esa muerte y el recuerdo que tenía. Ese 1936 perdió a un gran amigo, un ser inspirador para él, para Buñuel y para tantos artistas de entonces e incluso de ahora. El pintor lamentaba a los allegados que si Lorca hubiera decidido emprender ese viaje de reconciliación por las costas italianas, tal vez, seguiría vivo.

Eso sólo es una hipótesis, lo único ciertos son dos cosas. Que Tarragona, la imperial Tarraco, sirvió como lugar de reconciliación de estos dos grandes genios universales. Una amistad, que pudo durar largos años y se vio rota por la Guerra. Una realidad tan dolorosa como el hecho de que hoy, en 2024, 88 años después del asesinato de Lorca, todavía se desconoce quién acabó con la vida del poeta y donde está enterrado.

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