La Sagrada Familia es la obra más reconocida de Gaudí a nivel internacional, pero el Park Güell no se queda atrás. Esta obra, que nació como urbanización y acabó siendo uno de los parques más grandes de Barcelona, atrapa por la fusión de la naturaleza con las intervenciones arquitectónicas y artísticas del genio modernista.
El proyecto, un encargo del mecenas más importante del arquitecto de Reus, Eusebi Güell, no fue fácil. Arrancó en 1900 y se interrumpió en 1914 debido a dificultades económicas, al darse cuenta de que el plan de hacer una urbanización era demasiado ambicioso.
Una bienvenida particular
En cualquier caso, la obra refleja la ambición de Gaudí de integrar sus creaciones con el entorno natural, rompiendo los límites entre el diseño y la naturaleza. Un hecho que se ve nada más entrar. El visitante es recibido con dos edificios de formas caprichosas que parecen sacados de un cuento de hadas.
La famosa escalera del dragón y la galería dórica transportan a los visitantes a un mundo mágico, donde las líneas rectas desaparecen y cada rincón sorprende con su creatividad. Todo invita a una incursión que se diría al país de las maravillas de Alicia. En cambio, la inspiración fue otra.
Inspiración de cuento
Las citadas casitas que flanquean la entrada al parque son dignas de cuenta. Parecen ya pensadas para incluir una taquilla, aunque en realidad, eran las casas del guarda de la urbanización que no fue.
Pero Gaudí no iba a hacer algo corriente. El de Reus se inspiró en un famoso cuento de los hermanos Grimm para dar forma a estas pequeñas y originales construcciones. Si alguien ha leído la obra de estos alemanes y se acerca al parque, tal vez les son familiar.
La obra de Gaudí parece inspirarse en una narración infantil, recreando un escenario de fantasía que conecta con el imaginario colectivo de la infancia. En concreto, estos edificios de entrada recuerdan a las descripciones de la casa de dulces de Hansel y Gretel. Pero es mejor ir poco a poco.
Origen del Park Güell
La historia del Park Güell está estrechamente ligada a su impulsor, el empresario Eusebi Güell, quien adquirió la propiedad de Can Muntaner de Dalt en 1899 con la intención de desarrollar un complejo residencial inspirado en los jardines ingleses. Sin embargo, el proyecto no tuvo en cuenta la accesibilidad y el transporte, factores clave para su éxito.
A pesar de que Gaudí aceptara el proyecto, de la voluntad de su mecenas de seguir adelante, de la belleza del diseño de Gaudí, la realidad les jugó en contra. Las obras se detuvieron en 1914 y solo dos de las viviendas planificadas llegaron a construirse. Entre ellas, la casa de muestra, donde Gaudí vivió durante años, y otra encargada por la familia del doctor Martí Trias Domènech.
¿Un fracaso de Gaudí? Visto el resultado, incluso inacabado, no lo parece. ELl Park Güell se transformó en un parque público y, con el tiempo, en uno de los lugares más visitados de Barcelona. Su diseño, que fusiona la creatividad de Gaudí con la naturaleza del Monte Pelado, ha llevado a muchos estudiosos a especular sobre las fuentes de inspiración del arquitecto.
Las teorías son múltiples y variadas, pero si hay una que parece tener fundamento es la que relaciona las casetas de la entrada con el cuento de los hermanos Grimm. Ni los alemanes pudieron imaginar que un día sus casitas dulces de fantasía dejarían huella en los pabellones de portería del parque.
El cuento de Hansel y Gretel no solo era conocido en Barcelona como una historia infantil, sino que también fue llevado a escena en el Liceu en 1901, justo cuando Gaudí comenzaba a trabajar en el Park Güell. La ópera, escrita por Engelbert Humperdinck y traducida al catalán por Joan Maragall, se presentó en un montaje que, según las críticas de la época, no cumplió con las expectativas de los barceloneses. El decorado, diseñado por Mauricio Vilumara, fue criticado por no capturar la esencia de la casa de dulces del cuento, lo que dejó a muchos asistentes decepcionados.
Sin embargo, Gaudí supo plasmar esa magia perdida en su obra. Los pabellones del Park Güell, con sus formas ondulantes y colores vivos, parecen recrear la casa de la bruja que tanto anhelaban los espectadores del Liceu. Es fácil imaginar que estos edificios, con sus tejados que parecen caramelos y setas gigantes, son una reinterpretación de aquel cuento, un homenaje al mundo de la infancia y a la fantasía.