Hay lugares de una gran belleza y pasan desapercibidos hasta que alguien repara en ellos. Los búnkeres del Carmel son un claro ejemplo. Durante años, Barcelona los ignoró y sólo eran conocidos por los vecinos del barrio, hasta que los acondicionaron, promocionaron y ahora mueren de éxito.
Algo parecido sucede con algunas iglesias y otros templos religiosos, que están repartidos por Cataluña. Una de ellas ha llamado la atención de National Geographic que se ha sentido en la necesidad de poner en valor una catedral que, a pesar de su belleza parece pasar desapercibida por los turistas y el gran público, la catedral de Tarragona.
De Roma al Cristianismo
La capital más meridional de Cataluña es un polo del turismo. Su pasado romano y sus playas atraen a los más fascinados por la historia. Su imponente circo, el teatro e incluso las murallas que invitan a pasear por el pasado son un reclamo, en cambio, la iglesia más importante de la ciudad pasa desapercibida cuando tiene un atractivo, como mínimo, similar.
Como recuerda la publicación, la catedral tiene también su nexo con el Imperio romano, se erigió sobre las ruinas del templo de Augusto. Pero no fue fácil acabar con él. Tras convertirlo en un templo visigodo, el arzobispo Hug de Cervelló decidió erigir una catedral en 1175, pero no fue hasta 160 años más tarde, en el 1331, que fue consagrada en plena Edad Media. En cambio, su fachada no sería acabada hasta 1348.
Gobernada por el 'arzobispo pirata'
La peste causó estragos en la época y paralizó las obras hasta la fecha. Pero esta no es la única historia interesante que esconde el templo. Durante varios años fue gobernada por el “arzobispo pirata”, Pedro Jiménez de Urrea, un fiel defensor de las batallas contra los otomanos, enviado por el Papa Calixto III a luchar contra ellos y mejor saqueador.
De sus incursiones en territorio enemigo, el clérigo se quedó con varios objetos de valor. De lo que sacó de esta gesta todavía perdura el estandarte de la flota papal y las sillas del coro que, se supone, financió con el botín.
Historia de Santa Tecla y origen del nombre
De esos tiempos se rumorea que viene la devoción a Santa Tecla. El estandarte papal que se trajo Jiménez de Urrea fue sacada de la galera Santa Tecla. Claro que tantos tesoros ocultos trajo problemas y parece que la misma virgen tuvo que intervenir.
En una lucha de poder entre la Iglesia y la monarquía, el rey Pere el Cerimoniós entró con sus tropas a Tarragona y se quedó con la iglesia. Fue una mala idea. La leyenda cuenta que el monarca acudió una noche, espantado por los ruidos, cerca del altar y allí tuvo una discusión con Santa Tecla, que acabó abofeteándole hasta dejarlo noqueado en el suelo. Poco antes de morir, el poderoso dictaminó que los bienes se quedaban en la iglesia.
Multiples influencias
Pero por si estas historias no fueran suficientes, no está de más acercarse al templo por su valor arquitectónico y artístico. El retablo que refleja la vida de la Madre de Dios deja boquiabiertos a quienes se adentran en esta iglesia de 16 metros de alto y planta rectangular de 104 metros de largo y 26 de ancho.
Su pasado visigodo convive con las diferentes mejoras realizadas que fusionan diversos estilos arquitectónicos. Elementos del románico catalán y de los inicios del gótico conviven en armonía en sus paredes. Claro que también hay cosas curiosas como una procesión de animales en uno de sus capiteles.
Una joya entre ruinas romanas
A pesar de todas estas historias, de conservar su antiguo foso, la capilla románica de Santa Tecla y decenas de leyendas, su fama ha pasado desapercibido. De nada ha servido que sea declarada monumento nacional, el pasado romano de la ciudad parece pesar más.
La visita a la catedral de Santa Tecla, en cualquier caso, bien merece una visita y no pasar desapercibida. Conocerla es una oportunidad única para sumergirse un poco más la historia de Tarragona.