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La historia contará que los primeros meses de Puig Brands como empresa cotizada no fueron precisamente un camino de rosas. El revolcón del mercado registrado este viernes, tras la retirada de lotes de un producto de Charlotte Tilbury por una falla de calidad, ha sido el último de una serie que ha llevado a la acción a cotizar un 22,5% por debajo de su precio de salida a bolsa, que se produjo a comienzos de mayo.
Las primeras sospechas de que dar el salto al parqué en el precio máximo de la banda orientativa no había sido lo más adecuado se confirmaron cuando la compañía tuvo que afrontar el escrutinio de los inversores a los primeros resultados publicados. Aunque Puig ha mantenido sus estimaciones a medio plazo, los números decepcionaron dado que las expectativas con las que el grupo de perfumería y belleza premium llegó a la bolsa eran notablemente elevadas.
El entorno general ha sido complicado debido a que las tensiones geopolíticas y los numerosos procesos electorales en todo el planeta han generado turbulencias en los mercados que, incluso, han provocado no pocas cancelaciones de salidas a bolsa. En particular, los segmentos de negocio en los que opera la compañía no están siendo precisamente los favoritos de los inversores, como muestran las evoluciones bursátiles de gigantes como LVMH y Hermes.
De ahí que la valentía de la familia fundadora al decidir dar el paso pese a las dificultades haya sido loable. Sin embargo, no parece haber aplicado todos los filtros necesarios para adaptarse a una nueva realidad, como es la de estar de forma permanente en el siempre exigente foco inversor. La propia compañía lo advertía en el folleto de la salida a bolsa: el salto al mercado de una empresa familiar es especialmente complicado y supone un esfuerzo añadido de transparencia y profesionalidad. Episodios como el de las últimas horas demuestran que aun debe predicar con el ejemplo.