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El expresidente catalán huido, Carles Puigdemont, volvió ayer a firmar su aportación habitual a la política nacional: una gota de crispación y otra pizca de confrontación. El ex jefe del Ejecutivo apareció como siempre, en X desde la distancia, para tratar de imponer su agenda independentista, rechazada una y otra vez en las urnas.
Pero Puigdemont, inasequible al desaliento, cargó contra los Reyes de España, pese a que los Jefes de Estado dieron la cara y se plantaron en el epicentro de la tragedia de la DANA en la Comunidad Valenciana.
Como lo hizo el presidente Carlos Mazón, que sospechaba que lo iban a abuchear, como finalmente pasó.
A diferencia de él, algunas figuras públicas sí saben estar al nivel de la responsabilidad que implica su cargo. Puigdemont ha optado por hacer lo que hace siempre: ser un agente de inestabilidad y disenso, obrar como una figura tóxica que no contribuye en nada a la convivencia.
En el caso de Valencia, lo que se impone en estos momentos es la coordinación máxima entre administraciones, dejar al lado la gresca política para ayudar a los miles de afectados a recuperarse. La receta de Puigdemont, la del regate corto, la crispación y el mensaje inflamado en X no sirve, no vale, y debe ser rechazada. Tajantemente y sin ambages. Por todo el mundo.