Tim Burton
¿De nuevo en forma?
El cineasta norteamericano Tim Burton (Burbank, California, 1958) ha triunfado a lo grande en la última edición del festival de Venecia con la muy demorada secuela de Beetlejuice (en España, Bitelchús), que lleva el redundante título de Beetlejuice, Beetlejuice. Pese a que el guionista de la primera entrega, Michael McDowell, ya no está entre nosotros (aunque se siga forrando en el otro mundo con su exitosa saga literaria Blackwater), parece que la cosa ha quedado bastante redonda, si hemos de hacer caso a lo que se ha escrito al respecto. Yo le hago caso por la cuenta que me trae, ya que hace años que las películas del señor Burton dejaron de proporcionarme los estímulos y la alegría que le fueron consustanciales durante la primera etapa de su carrera. En su momento, disfruté mucho de aquel delirio sin pretensiones que fue Beetlejuice y me gustaría volver a hacerlo con su secuela. O sea, que le pongo fe, aunque creo que el hombre no ha levantado cabeza desde aquel innecesario remake de El planeta de los simios que lo llevó a emprender una senda previsible y falsamente excéntrica que nada tenía que ver con las películas que le habían dado justa fama entre todos los frikis de este mundo (yo diría que su momento más bajo fue con Sweeney Todd, adaptación del musical de Stephen Sondheim, pero no me hagan mucho caso, ya que detesto los musicales de Broadway en general y los de Sondheim en particular, aunque no tanto como los de Andrew Lloyd Webber).
Desde mediados de los años 80 hasta finales del siglo XX, la carrera del señor Burton fue ejemplar: Pee Wee Herman's big adventure, Beetlejuice, sus dos aproximaciones a Batman, Eduardo Manostijeras, Pesadilla antes de Navidad, Ed Wood, Mars attacks!, Sleepy Hollow… Toda una serie de fantasías animadas de ayer y hoy que lo confirmaban como uno de los excéntricos con más talento de Hollywood. Y, de repente, como si se hubiese dado cuenta de que interpretaba a un personaje al que debía ser fiel, se convirtió en alguien que sólo hacía cosas que se veían venir: El planeta de los simios, Sweeney Todd, Alicia en el país de las maravillas, Willy Wonka y la fábrica de chocolate, Dumbo… Películas rutinarias basadas en el refrito y que inducían al aburrimiento a los que, años antes, nos propulsábamos al cine cada vez que nuestro hombre estrenaba algo nuevo.
No sé si una secuela de Beetlejuice era necesaria o no, pero me tomo el asunto como un intento del señor Burton por resetear su carrera, que lleva años dando tumbos sin saber muy bien a donde se dirige. Volver a territorio conocido antes de emprender nuevas aventuras es comprensible y disculpable. Y parece que las cosas han salido razonablemente bien. Lo comprobaremos el próximo día 6, cuando se estrene en España Beetlejuice, Beetlejuice. Me resisto a creer que mi antiguo ídolo esté acabado, y me tomo como una buena señal de que no es así el hecho de que haya conseguido emparejarse con Monica Bellucci, una hazaña que no está al alcance de cualquier friki.