Tim Burton
Perdido en su laberinto
Noticias relacionadas
El cineasta norteamericano Tim Burton (Burbank, California, 1958) ha pasado por Barcelona para presentar su exposición (inmersiva, por supuesto, hoy día las exposiciones son inmersivas o no son) Labyrinth, que encapsula supuestamente su mundo cinematográfico y personal. Se le ha visto muy contento mientras visitaba el hospital de Sant Pau y la Sagrada Familia, lo cual no es de extrañar si tenemos en cuenta que lo ha hecho en compañía de su novia, la actriz italiana Monica Belluci, gracias a la cual envía el mensaje a todos los frikis de que en este mundo todo es posible (previamente, compartió un montón de años con la británica -y también algo frikoide- Helena Bonham Carter, y antes aún con la casi marciana Lisa Marie, un fenómeno de mujer en todos los sentidos).
Es de suponer que la expo se llenará de fans del señor Burton, entre los que uno se incluye hasta principios de este siglo, cuando el hombre empezó a rodar unas películas a las que no he conseguido verles la gracia jamás.
En mi modesta opinión, las cosas se empezaron a torcer con su (innecesaria y hasta inoportuna) versión de El planeta de los simios, obra con un final insuperable que Burton, lamentablemente, fue incapaz de superar, teniéndose que conformar con rendir un homenaje algo patoso a un clásico. La situación empeoró (para mí) con Sweeney Todd, el barbero asesino de Fleet Street, adaptación de un musical de Stephen Sondheim, músico muy venerado, pero que, a mí, con perdón, siempre me ha parecido más cursi que un repollo con lazos (salvo alguna canción suelta, como Send in the clowns, que me resultó conmovedora en la versión de Bryan Ferry). Para alguien que detesta los musicales de Broadway, como es mi caso, ver a uno de sus directores favoritos filmando a Sondheim no fue precisamente un plato de gusto.
Lo que vino después ha sido correcto y previsible, como si el hombre se empeñara en hacer siempre lo que se espera de él (Willy Wonka y la fábrica de chocolate, Alicia en el país de las maravillas o Dumbo) y nos hubiera arrebatado para siempre el efecto sorpresa de sus primeras y más fascinantes obras, como La gran aventura de Pee Wee, Bitelchús, Ed Wood o las dos películas sobre el hombre murciélago, Batman y Batman vuelve (nada que ver con la lamentable trilogía de Christopher Nolan, al que soporto aún menos que a Sondheim, aunque también acapare fans a cascoporro).
El Tim Burton de finales del siglo XX es un sujeto peculiar, original, con un punto de insania y refrescante en una industria propensa a lo rutinario que no tiene mucho que ver con el director tan fiable como previsible en el que se ha convertido en el XXI. El Tim Burton que iba improvisando película a película era mucho más interesante que el Tim Burton que ejerce de Tim Burton. Es curioso que apenas hiciera concesiones al principio de su carrera y que luego, ya afianzado en Hollywood, se limite a interpretar el papel de subversivo domesticado que hace lo que se espera de él.
De todos modos, como le dijo Orson Welles a Peter Bogadnovich, basta con una buena película para que se te recuerde como a alguien que ha cumplido con su deber. Y el señor Burton tiene muchas más que una.