Nacho Abia
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Grífols ha desaprovechado una buena oportunidad para sacar la cabeza en el contexto de semanas decisivas para su futuro. Un período en el que se contemplará el desarrollo de la due dilligence, que determinará si finalmente Brookfield da el paso y decide adquirir la empresa en operación conjunta con la familia fundadora. Pocas veces unos resultados alentadores llegan en instantes claves. Tampoco es habitual ver que una auditora deja en evidencia a una empresa e incluso desencadena una suspensión de cotización en un momento tan inoportuno.
Fiel reflejo de lo que ha sido Grífols desde que comenzó el año. El planteamiento de una eventual OPA que devuelva el control ejecutivo de la empresa al primer accionista y cierre de un plumazo la crisis originada por el informe de Gotham se encuentra a su paso con obstáculos imprevistos y trampas difíciles de sortear.
Los acontecimientos dejan numerosas dudas. Pero también una evidencia: que la herencia de la etapa anterior no va a ser fácil de dejar atrás. Nacho Abia, el consejero delegado que Grífols incorporó para encontrar una salida del laberinto, ha podido encauzar el camino de la empresa de vuelta a la senda de los beneficios. Pero debería haber sido más tajante a la hora de tratar de eliminar una serie de lastres que el grupo aún arrastra, y que permanecen ocultos pero que pueden aparecer en cualquier momento.
Mientras Grífols no sea capaz de generar noticias únicamente en el ámbito de sus negocios, cualquier maniobra destinada a iniciar una nueva etapa y olvidar la pesadilla de los últimos meses será en vano. Y los mercados no ofrecen demasiadas oportunidades.