Josu Jon Imaz
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Si hay una compañía que pueda tener una visión privilegiada sobre la transición energética y sus consecuencias, esta es Repsol. Su giro estratégico de finales de la pasada década, asumiendo desde el segmento de los combustibles fósiles los compromisos del Acuerdo de París y llevando a cabo su particular proceso de descarbonización, ha marcado un antes y un después en el sector y ha servido de referente a numerosos gigantes europeos que no han tardado en seguir sus valientes pasos.
De ahí que sea especialmente válido el diagnóstico del consejero delegado de Repsol, Josu Jon Imaz, acerca del proceso de desindustrialización que sufre Europa como consecuencia de una transición en exceso contaminada por planteamientos ideológicos. Y que, para más inri, tampoco está logrando los objetivos de elevar la demanda eléctrica en detrimento de la de los combustibles fósiles en el Viejo Continente (estancada en los últimos cinco años) ni el de reducción de emisiones, que se han incrementado en los últimos dos ejercicios a consecuencia de la dependencia energética de Rusia.
Imaz ha pedido a la nueva Comisión Europea que saldrá de las elecciones europeas recientemente celebradas nada menos que un giro en su política energética para que Europa sea capaz de descarbonizar pero, al mismo tiempo, reforzar su industria, fuente de generación de riqueza, empleos de calidad, salarios elevados y fomento de la innovación.
Para este logro, la receta pasa por dejar al margen los planteamientos ideológicos, prejuiciosos y cortoplacistas y optar tanto por la neutralidad tecnológica (que no demonice fuentes como el petróleo y el gas, fundamentales para que la transición hacia las energías limpias sea posible) como por el estímulo de las inversiones, al estilo de la Administración Biden en EEUU, que no es precisamente un perfil sospechoso de no estar alineado con la lucha contra el cambio climático.