Yolanda Díaz
Me voy, pero no me voy
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Empezó el beato Junqueras diciendo que dimitía de sus cargos en ERC, pero que no se iba del todo, sino que se ponía a calentar para salir en noviembre, cuando optará de nuevo al puesto de mandamás. No tardó mucho en seguir su ejemplo la vicepresidenta del gobierno, Yolanda Díaz (Fene, A Coruña, 1971), que también ha dimitido sin dimitir del todo de sus obligaciones al frente de Sumar, tras ver que los resultados de las elecciones europeas no habían sido los previstos (por ella). Como se ponga de moda esta costumbre de dimitir a medias, este país va a ser aún más ingobernable de lo que ya es.
Lo que es evidente es que las cosas no le están saliendo a la señora Díaz como ella deseaba. Y mira que no ha tenido escrúpulos a la hora de medrar. Recapitulemos: Pablo Iglesias la ungió como heredera al frente de Podemos y ella, lo primero que hizo fue intentar desintegrar Podemos y sacarse de la manga un nuevo partido, Sumar, con el que se suponía que iba a rozar la gloria. Por el camino, consumada la traición a su padrino (un tipo capaz de renunciar a la vicepresidencia del gobierno para ejercer de tabernero proletario, o sea, que igual se merecía la puñalada de Yoli Sonrisas) la tomó con su parienta, Irene Montero, y las amigas de ésta (en especial, Ione Belarra). La teoría de la señora Díaz, intuyo, era que Podemos se había convertido en una antigualla inútil para la extrema izquierda y que ahora había llegado su momento de acaparar todos los votos de ese sector social. Lamentablemente, Podemos agoniza, pero no se acaba de morir, mientras Yolanda da un paso adelante y dos hacia atrás. Cuando las elecciones gallegas, consiguió que no la votaran ni sus conciudadanos. Y en las europeas, nada de barrer a Podemos, pues ha habido que conformarse con sacarle un escaño de diferencia. Resumiendo: lo viejo no acaba de morir y lo nuevo (aunque también sea tirando a viejuno) no acaba de nacer. Ha llegado el momento, al parecer, de dimitir a medias.
Entre Sumar y Podemos ya llevamos dos intentos (fallidos) de fabricar una alternativa al PSOE, que, pese a los esfuerzos de Pedro Sánchez, no termina de hundirse (de hecho, le ha ido sorprendentemente bien en las europeas, gracias, en parte, a tener la suerte de contar como principal opositor con Alberto Núñez Feijóo). Y yo diría que Yolanda se está dando cuenta de que no es tan fácil como creía lo de eliminar a lo que queda de Podemos: que se preparen en Europa para las ocurrencias de Irene Montero, que, convenientemente alternadas con las de Alvise Pérez, pueden provocar momentos de gran hilaridad entre la comunidad política europea. Escuchar memeces no es lo que más satisface a un parlamentario, pero si, por lo menos, se le ofrece un material variado entre la extrema izquierda y la extrema derecha, pues todo eso que se lleva.
Conclusión: el fin del bipartidismo en España fue una mera ilusión. Entre Ciudadanos, Vox, Podemos y Sumar, yo diría que ha cundido entre los ciudadanos aquello tan triste de “Jesusito, Jesusito, que me quede como estoy”.