Leticia Sabater
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Desde que dejó de presentar programas de televisión para la gente menuda, Leticia Sabater (Barcelona, 1966) lleva años intentando levantar una carrera seudo musical a base de mantener viva la llama de la Canción del Verano, un fenómeno que no ha vuelto a ser lo mismo desde el triste fallecimiento del inolvidable Georgie Dann. La Canción del Verano fue otrora un acontecimiento nacional en el que participaban, además del bueno de Georgie, grupos como Los Diablos o Formula V (y algunos años, Torrebruno: ¿alguien se acuerda de La suegra yeyé? Yo aún la llevo incrustada en las meninges). Con el paso del tiempo, la cosa empezó a languidecer y actualmente se reduce a la lucha de titanes entre Leticia Sabater y King África, inasequibles ambos al desaliento (este último se ha traído de refuerzo para este verano a Los Inhumanos: ¡así ya podrá!). Mientras King África se mantiene en su línea picarona-tropical y continúa alargando hasta el infinito las palabras que acaban en erre, Leticia va elevando a la enésima potencia su tendencia a la guarrerida española, que diría Chiquito de la Calzada, e incrementando el octanaje sesuarl de sus propuestas. Si ustedes creían que La salchipapa (2016) tenía doble intención, a ver qué me dicen de la canción de Leticia para este año, que responde al desacomplejado título de Titi, cómeme el toto.
Si Miley Cyrus dejó de ser Hanna Montana para convertirse en una joven hipersexualizada, Leticia Sabater ha hecho algo parecido, pero a lo bestia. Tras La salchipapa vinieron Toma pepinazo (2017), Trínchame el pavo (2019, ésta siempre me recuerda a Cóseme la faja, la canción de La Mulatita de Azúcar en La vida por delante, la película de Fernán Gómez) o La bananakiki (2021). Pero el más claro precedente de Titi, cómeme el toto es, sin duda alguna, 18 centímetros papi (2019), que hace referencia exactamente a lo que ustedes están pensando (y por si no lo habían pillado, presten atención a la petición de Leticia de que le rebocen la cara con mayonesa). En el hit de este año ya no hay eufemismo alguno: Leticia reclama un voraz cunnilingus. Y para eso no valía la pena tomarse la molestia de escribir algo parecido a una letra de canción: la cosa consiste en unos ruidillos tecno cutres sobre los que Leticia insiste una y otra vez en su petición (o, más bien, exigencia). Ignoramos quién es el destinatario del furor uterino de la cantante, pero igual se trata del papi de los dieciocho centímetros. O no. Puede que la canción esté dedicada a un futuro amante, aunque Leticia ya ha dicho que no es fácil irse a la cama con ella, que los hombres le tienen un poco de miedito (¿a alguien le extraña?).
La principal novedad de Titi, cómeme el toto es que en vez de consistir en unos planos de Leticia en bikini delante de un forillo caribeño, el (descacharrante) videoclip (presupuesto a ojo: entre 50 y 100 de las antiguas pesetas) transcurre en una especie de puticlub de carretera e incluye algunos bailarines epicenos (como los de Nebulossa, para entendernos) disfrazados de gatos de color rosa. Debo reconocer que los videos de Leticia gozan de justo predicamento entre los devotos del cutrelux (que diría el gran Paquito Clavel), que los intercambiamos y comentamos ampliamente. Pero, aparte de nosotros (y del sector más descerebrado del colectivo gay, el que piensa que Eurovisión es más serio que una película de Bergman), no sé muy bien quién los ve. Eso, en cualquier caso, no le quita el sueño a nuestra heroína, que sigue cada año erre que erre, encajando estoicamente el pitorreo de quienes no la entienden y condenada a ser carne de meme: el último que vi la comparaba físicamente con Axl Rose; me pregunto qué será lo próximo que le caiga a nuestra Madonna del Todo a Cien.