Jarvis Cocker
Pulp: el retorno
Pasó por el Primavera Sound de Barcelona el gran Jarvis Cocker (Sheffield, 1963) al frente de sus renovados Pulp, el último grupo británico de pop que llegó al alma a un servidor de ustedes allá por los años 90, cuando la industria pretendía obligarme a escoger entre Oasis y Blur y hacerme creer que la capital de Inglaterra tenía algo que ver con el Swinging London de los años 60. No fui a ver a Pulp porque ya tengo una edad (o dos: siete años más que el señor Cocker), no tomo alcohol ni drogas y no me gusta que me pisen, pero les rendí homenaje en casa poniendo a un volumen insoportable algunas de mis canciones favoritas (debo decir que me sentí rejuvenecer cuando apareció la vecina de abajo a suplicarme que bajara los decibelios mientras yo daba saltos como un poseso a los acordes de Common People, ¡ese himno!).
A Pulp le tocaron los peores años posibles para intentar hacerse oír, los noventa, cuando el cantamañanas de Tony Blair se inventó el New Labour, la Cool Britannia y un remake lamentable del Londres de los años 60 que no colaba de ninguna de las maneras (Keith Richards salía en los 60 con Anita Pallemberg, mientras que uno de los hermanos Gallagher, no recuerdo cuál, pero da igual porque no soporto a ninguno de los dos, se tenía que conformar con Patsy Kensit; ¿Cool Britannia?: como dirían los franceses, mon cul!). Ejerciendo de terceros en discordia entre Oasis y Blur (como antaño los Kinks entre los Beatles y los Stones), Pulp alumbraron un pop con fundamento, que diría Arguiñano, con letras ingeniosas, sarcásticas y divertidas y músicas que, recogiendo todo tipo de anteriores influencias, sonaban a nuevas.
Cuando el grupo se disolvió, Jarvis Cocker emprendió una interesante carrera en solitario, aunque un poco más en el margen de la industria, ya que el hombre iba a su bola, cada nuevo disco no tenía nada que ver con el anterior y solo él parecía saber hacia donde se encaminaba (el álbum para voz y piano con Chilly Gonzales fue una brillante marcianada melancólica). Daba la impresión de que nuestro hombre se encontraba a gusto en la marginalidad, y no es de extrañar porque en sus años de presunta gloria siempre se había sentido un poco como el patito feo del nuevo pop británico (por no hablar de sus famosas salidas de pata de banco, como cuando le dio, completamente cocido, por intentar pegar a Michael Jackson mientras le gritaba que era un pedófilo de mierda).
No sé lo que durará esta reunión de Pulp. Tampoco sé muy bien a qué obedece, si a unas genuinas ganas de seguir trabajando en equipo o al lógico deseo de hacer caja a costa de la nostalgia de sus envejecidos fans, pero me da lo mismo. Si hay disco nuevo, mejor para mí. Si no, siempre puedo desempolvar los viejos (especialmente, Different class) y ponerlos a toda pastilla en el salón de mi casa. Aunque vuelva la vecina a pedirme que deje de hacer el ridículo y de destrozarle los tímpanos.