Santiago Abascal
Lo mejor de cada casa
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Santiago Abascal (Bilbao, 1976) está que se sale. Soy consciente de que cuando estás al frente de un partido de extrema derecha tienes que dar la nota con cierta frecuencia, pero últimamente nuestro hombre está sobreactuando. Primero monta en Madrid un cónclave del facherío internacional y se trae a Javier Milei, que es lo más parecido que hay en el campo de la política a Chucky, el muñeco diabólico y que aprovecha su paso por España para marcarse, a medias con Pedro Sánchez, un chusco incidente diplomático relacionado con las presuntamente turbias actividades de la esposa de éste, Begoña Gómez. Luego se va a Tel Aviv y, mientras arrecian los bombardeos israelíes sobre Palestina, le rinde pleitesía a ese carnicero en vías de convertirse en presidiario que es Benjamín Netanyahu. El otro día, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, identificó al tarado alemán que atacó a cuchillazos a una manifestación de extrema derecha con Pedro Sánchez (un personaje que, evidentemente, le obsesiona; yo tampoco lo soporto, pero de ahí a relacionarlo con el asesinato de los Kennedy…).
Nuestro Santiago se está tomando su papel muy en serio. Y no se limita a tratarse con la cara seudo amable del fascismo de toda la vida (Marine Le Pen, Giorgia Meloni), sino que se empeña en dejarse ver con lo más energúmeno que encuentra. Mientras otros líderes de extrema derecha se esfuerzan para aparentar que son inofensivos y que sólo les mueve un amor desmesurado hacia su país (tan profundo como el que siente nuestro presidente del gobierno por su esposa), Abascal parece muy interesado en presentarse ante la opinión pública como el Lobo Feroz o el Hombre del Saco. ¿Le dará votos semejante actitud? No estoy muy seguro.
Yo diría que ahora que la izquierda es cada día más tonta, más errática y más woke, lo que debería hacer la derechona es presentarse como adalid de la sensatez: Podemos, Sumar y el neo PSOE se lo han puesto muy fácil. Creo que Vox, como apósito radical del PP, tendría algo que rascar. Pero para eso, el señor Abascal debería elegir un poco mejor sus compañías. No me parece que la de un tío que se pasó la campaña electoral de su país blandiendo una motosierra y la de un animal de bellota que si deja de ser presidente lo empapelan sean las más adecuadas a la hora de pillar cacho.
Desde que lo echaron del PP porque no daba un palo al agua (como bien debe recordar el pobre Basagoiti), la verdad es que Abascal se ha fabricado un partido resultón (para según quién). Pero, como dirían los italianos, le manca finezza. Entre el aspirante a convicto de Israel (tiene pendientes tres juicios) y el león argentino que surfea sobre una ola de lágrimas socialistas (cuando no está ocupado en hacerle la pelota a Elon Musk, próximo asesor presidencial de Donald Trump si el Hombre Anaranjado gana las próximas elecciones), me van a situar a Abascal en el sector más locoide de la extrema derecha internacional (aparta, Orban, que no das la talla). Y esa es la mejor manera de acabar siendo tan irrelevante como sus odiados bolcheviques de Podemos y Sumar.