Nacho Abia
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No ha sido precisamente plácido el estreno de Nacho Abia como consejero delegado de Grífols. En su primera semana en el cargo ejecutivo, tras incorporarse al consejo a mediados del pasado mes de febrero, ha visto cómo la compañía reexpresaba sus cifras de deuda en el marco del exhaustivo escrutinio al que está siendo sometida por parte del supervisor bursátil, la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV).
Todo un síntoma de la ardua labor que Abia tiene por delante, que no sólo debe incluir una gestión conducente a reducir de forma drástica el elevado endeudamiento que lleva un largo tiempo asfixiando a la farmacéutica; además, Grífols está más que necesitada de recuperar la confianza de los inversores, que parece haber perdido por completo, tanto por lo sucedido previamente a la publicación del informe de Gotham City como por la forma de gestionar la grave crisis que desencadenó el ataque del fondo bajista.
El mercado ha hablado en varias ocasiones desde entonces y en todas ha demostrado a la compañía que los remedios para salir de la crisis han de ser quirúrgicos, traumáticos, muy alejados de poner paños calientes y dejar que el temporal amaine de la misma forma en que llegó.
Serán muchas las decisiones que tenga que tomar el ejecutivo en poco tiempo, y muchas de ellas no serán bien recibidas en el seno de un grupo acostumbrado en los últimos años a prácticas de negocio familiar aplicadas a un gigante mundial de, por entonces, más de 10.000 millones de euros, con destacada presencia en mercados tan relevantes como EEUU y China. Un desafío no apto para pulsos temblorosos.