José Andrés
Dar de comer al hambriento
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Cada vez que, a alguien al que le van muy bien las cosas, hace algo por los demás, suele salir el inevitable resentido presuntamente de izquierdas (papel que, hasta hace poco, interpretaba muy bien Pablo Echenique) a decirle que lo suyo es puro teatro y que menos caridad y más pagar impuestos. Ésa fue la bronca que se llevó en su momento Amancio Ortega, mandamás de Zara, cuando financió un ala nueva de un hospital español. Por eso me extraña que aún no se haya puesto en marcha el ventilador contra el cocinero José Ramón Andrés Puerta, en arte José Andrés (Mieres, Asturias, 1969), por intentar alimentar a los palestinos sometidos al acoso israelí a través de su ONG World Central Kitchen, ayudado por Oscar Camps y su Open Arms. En TV3, no sé muy bien por qué, aunque me lo huelo, siempre hablan de Camps sin citar a José Andrés, pese a que éste se plantó a los cinco años en Barcelona y en esa ciudad dio sus primeros pasos en el mundo de la cocina y llegó a trabajar para El Bulli de Ferran Adrià (con el que montaría años después, en el 2019, el Mercado Little Spain de Nueva York).
A los 21 años, nuestro hombre emigró a Estados Unidos, la tierra de los libres y el hogar de los valientes (según reza el himno nacional), donde, tras una temporada no muy brillante en Nueva York, se trasladó a Washington, donde las cosas empezaron a funcionar y acabó siendo un personaje de referencia que fue incluido en la lista de los cien personajes más influyentes del mundo de la revista Time en 2012 y 2018. José Andrés se podría haber limitado a ganar pasta y nadie podría habérselo echado en cara (salvo, tal vez, Pablo Echenique), pero prefirió liarse la manta a la cabeza y fundar su World Central Kitchen, que ha participado ya en varias campañas de alimentación en coyunturas complicadas, como cuando el huracán Katrina o la pandemia del Covid 19. Cierto es que la figura del cocinero humanista cae mejor que la del cocinero a secas, pero resultaría ligeramente miserable dar por supuesto que las buenas obras de nuestro hombre se llevan a cabo con un ojo puesto en la taquilla. Prefiero creer en su buena fe y no me ha dado motivos para dudar de ella.
A fin de cuentas, las acusaciones modelo Echenique, ¿de qué sirven? Aunque el millonetis de turno se haga el humanitario, lo cierto es que siempre se beneficia de ello alguien que lo necesita. Teniendo en cuenta la nula contribución de Echenique a la mejora general del mundo (y la mía), ¿quiénes somos nadie para señalar con el dedo al rico benefactor de turno y decirle que lo hemos calado y que a nosotros no nos la da con queso? Tengo la impresión, además, de que, en el caso de José Andrés, su compromiso social le da más trabajo y problemas (los más recientes, con las autoridades israelíes) que otra cosa. Puestos a no meterse en líos, podría haberse quedado en casa cada vez que había una hambruna y no calzarse camisas de once varas. Solo por haber popularizado en Estados Unidos la cocina española ya tendría derecho a galardones como el Princesa de Asturias, que le cayó en 2021.
Lo dicho: me extraña que aún no haya salido nadie a decir que es un farsante. ¿Estaremos mejorando?