Rafael Moll
El productor "zelestial"
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Te das cuenta de que te estás haciendo viejo cuando empiezan a morirse los amigos y algunos personajes a los que no conoces de nada, pero que siempre han estado ahí (pienso en Leonard Cohen o David Bowie, por poner un par de ejemplos recientes). En cierta medida, sientes que tu mundo va tocando a su fin y que empiezas a vivir una etapa de propina vital que no sabes cuánto va a durar. Ayer falleció, a los 72 años, Rafael Moll, músico (tuvo un grupo a finales de los 60, La Troupe) y, sobre todo, productor discográfico (trabajó con una larga lista de nombres que incluyen los de Sisa, Gato Pérez o Joan Manuel Serrat) y figura fundamental de la difunta sala Zeleste, a las órdenes del también fallecido Víctor Jou. Aunque llevaba un tiempo alejado de la música en activo (su último trabajo, si no me equivoco, fue en la editorial Planeta, en un departamento musical que nunca llegó a levantar el vuelo), seguía viviendo mentalmente en el Zeleste de los buenos viejos tiempos, cuando ese local de la calle Platería cambió para bien la vida nocturna del joven barcelonés aficionado a la música (y al alcohol, ¿para qué negarlo?: allí se inspiró Gato para escribir su magnífica Ebrios de soledad). Si le seguías en Facebook, como hacía yo, siempre lo encontrabas colgando recuerdos de los que, evidentemente, fueron los mejores años de su vida (Sisa sostenía, cariñosamente, que si entrabas en la tienda de Desigual situada donde había estado el Zeleste, igual te encontrabas a Rafael en un probador, sentado ante su ordenador y colgando cosas en Facebook).
Rafael Moll nunca fue un amigo íntimo de quien esto escribe, pero sí una presencia recurrente, familiar y muy agradable. Hasta hace poco, me lo cruzaba a veces por el Eixample paseando con su anciana madre, que lo ha sobrevivido. Pararme un rato a cruzar cuatro palabras con él siempre me alegraba la mañana, pues se trataba de un tipo afable que nunca intentaba endilgarte sus puntos de vista sobre nada y que parecía interesarse sinceramente por cómo te iban las cosas. Puede que como músico (llegó a tocar la batería y el oboe) no fuera gran cosa, pero, a principios de la Transición, supo encontrar su lugar en la Barcelona que evolucionaba no se sabía muy bien hacia donde desde un Zeleste que aún no había alcanzado su condición de mítico. Se inventó a la Orquestra Platería, trabó una fuerte amistad con Sisa, Gato Pérez, La Voss del Trópico o Carles Flavià, produjo el célebre Qualsevol nit pot sortir el sol y ejerció de segundo de a bordo de Víctor Jou con eficacia y entusiasmo: a su manera, fue una figura fundamental de la escena musical (y social) de la Barcelona de nuestra juventud.
Durante una época, tras unas supuestas desavenencias con Jou, abandonó Zeleste y fundó Cabra, una agencia de contratación para algunos de los artistas citados, regresando posteriormente al nuevo Zeleste, el del Poblenou, que nunca logró reproducir el ambiente mágico que imperaba en el local de la calle Platería. Creo que no duró mucho allí, y que luego entró en Planeta, donde se jubiló. La nostalgia por los buenos viejos tiempos, eso sí, nunca lo convirtió en un pelmazo monotemático. Gracias, supongo, a cierta autocrítica irónica y a un indudable sentido del humor, tan suave y discreto como él. Con el amigo Rafael desaparece otro personaje de mi mundo particular, a causa de un cáncer que le diagnosticaron demasiado tarde, cuando ya estaba muy extendido (se nos ha ido en tres meses).
Desde la pandemia, el número de bajas ha sido notable para un servidor de ustedes (tranquilos: no les voy a dar la lista de amigos y conocidos muertos). Como dice Sisa, Es lo que nos toca, Ramón. Y supongo que tiene razón. Mi principal conclusión sobre la desaparición de Rafael es que ahora sí que Zeleste ha cerrado definitivamente sus puertas, que se mantenían abiertas gracias a él en un rincón de Facebook.