Inés Arrimadas
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La expresidenta de Ciudadanos siempre sostuvo que no necesitaba la política para vivir y que cuando llegara el momento de abandonarla volvería a la actividad en el ámbito privado, del que provenía. Ciertamente, no ha tardado mucho en encontrar de nuevo acomodo en este espacio, algo que no borrará la última imagen que ha quedado de ella entre la población, que no ha sido precisamente positiva.
La historia recordará necesariamente a Inés Arrimadas como alguien que echó por tierra la ilusión de cerca de millón y medio de catalanes que depositaron su confianza y esperanza en ella como alternativa a los gobiernos de corte nacionalista y que vieron cómo, tras ganar unas elecciones autonómicas, eligió el boato y el oropel de la política nacional al no poder comandar la Generalitat.
Un empeño el de hacer camino en Madrid que tampoco resultó fructífero. Su excesiva ambición y escasa paciencia (ambas malas consejeras en política, que compartía con el entonces líder de la formación, Albert Rivera) frustró la posibilidad de que el primer Gobierno de coalición de la presente democracia tuviera como protagonista a una formación que había despertado no pocas ilusiones entre la ciudadanía, y que hubiera evitado el panorama actual, fragmentado, crispado y con una notable presencia del populismo.