David Fincher

David Fincher Wikipedia

Examen a los protagonistas

David Fincher

10 diciembre, 2023 00:00

El pretencioso

No pensaba decir nada de la última película de David Fincher (Denver, Colorado, 1962), El asesino, pero llevo días leyendo en las redes sociales opiniones positivas (cuando no de una admiración desmesurada) y me han entrado ganas de decir que a mí me pareció una birria sin paliativos que, además, me ha llevado a reconsiderar toda la carrera del director norteamericano, donde son más las obras que no me interesan que las que me interpelan de una u otra manera. Me pasa con Fincher lo mismo que con Ridley Scott, otro personaje que suscita elogios sin tasa, aunque a mí me parezca que sus dos únicas buenas películas son Alien y Blade runner. En el caso de Fincher, recuerdo con sumo agrado Seven (1995) y El club de la lucha (1997), pero el resto de su producción no consiguió emocionarme lo más mínimo: The game, La habitación del pánico, El extraño caso de Benjamin Button, Zodiac, Perdida (desangelada versión de una estupenda novela de Gillian Flynn, que se adaptó a sí misma sin mucho acierto, tal vez porque lo que funcionaba leído en un libro no lo hacía visto en una pantalla)...

En cualquier caso, hasta El asesino, el señor Fincher no había conseguido indignarme nunca. Puede que no me interesara lo que me contaba, o incluso que me aburriera un poco, pero jamás me había sentido tan timado como con su último largometraje, escrito, curiosamente, por el mismo guionista que escribió Seven, Andrew Kevin Walker, quien aquí da muestras de una pretenciosidad y una incompetencia francamente preocupantes, como si hubiera visto el clásico de Jean Pierre Melville El silencio de un hombre y lo hubiese entendido a su manera, o sea, al revés. El asesino es la típica historia de venganza de toda la vida de Dios (como las de Charles Bronson, para entendernos), pero con pretensiones filosóficas. El protagonista, Michael Fassbender, se pasa todo el metraje hablando en off y diciendo cosas supuestamente profundas que parecen sacadas de un manual de autoayuda o de un libraco de Paulo Coelho. El comienzo es involuntariamente cómico: el asesino nos cuenta con su voz en off su método para llevar a cabo eliminaciones impecables y, a la hora de quitar de en medio al sujeto designado, tras días de estudiarlo por el teleobjetivo de su rifle de precisión mientras nos da la chapa con su decálogo del perfecto asesino por encargo, yerra el tiro y se carga a una pelandusca que lo estaba entreteniendo. Así conseguí el primer y único ataque de risa de toda la proyección.

El resto se lo pueden imaginar. A nuestro héroe se le acaba la tolerancia de sus jefes, quienes optan por intentar eliminarlo, cayendo uno tras otro a manos de su empleado, que ha recuperado la puntería desde que se cargó a quien no era. Muerto a muerto, el hombre nos sigue dando la chapa en off, hasta que encuentra a Tilda Swinton, que se infla a whiskies y le cuenta un chiste verde protagonizado por un oso y un cazador de tendencias sodomitas. Cuando ya ha matado a quien tenía que matar, nuestro hombre se retira a la República Dominicana con su novia, de la que no llegamos a saber nada, pero ya da lo mismo porque tampoco hemos averiguado nada sobre el asesino por encargo que protagoniza este costoso y pretencioso disparate que, en mi modesta opinión, no va a ninguna parte.

Hay quien ha visto la sombra de Hitchcock planear sobre el engendro. Hay quien lo define como un prodigioso ejercicio de estilo. Hay, incluso, quien encuentra brillante la interpretación de Michael Fassbender, que se limita a no mover ni un músculo de la cara en dos horas. Yo me la tragué entera porque la echaban en Netflix y porque me cuesta mucho dejar una película a medias, pero cuando terminó, me sentí tontísimo y con una poderosa sensación de haber perdido miserablemente el tiempo. Y ni siquiera entendí por qué el asesino de marras era fan de los Smiths.