Josep Lluís Alay
¿'Lazi', zote o ambas cosas?
Se ha inaugurado en Barcelona una magna exposición que reúne abundantes obras de Pablo Picasso y Joan Miró, dos artistas esenciales del siglo XX que, además, mantuvieron en vida una entrañable amistad. El Museo Picasso y la Fundación Miró han unido esfuerzos para enfrentar amistosamente sus respectivas creaciones y todo el mundo se lo ha tomado como una buena noticia para el depauperado panorama barcelonés del mundo del arte. ¿Todo el mundo? No exactamente. Hay un sujeto al que la cosa le huele a cuerno quemado y que se la ha tomado muy mal, hasta el punto de afirmar en Twitter (o, como se dice ahora, X, antes Twitter) que no hay que ir a ver la exposición de marras. Se trata del inefable Josep Lluís Alay, amigo del alma de Carles Puigdemont (y su hombre de mayor confianza) que tiene el cuajo de levantarse cada año 113.118 euros por ejercer de jefe de gabinete de alguien que ni tiene gabinete ni es nada más, pese a los aires que se da últimamente gracias a la ayuda interesada de Pedro Sánchez, que un triste fugitivo de la justicia. No se me ocurre una manera más indigna de ganarse la vida, francamente.
Viejo conocido de la policía, el quimérico Alay, que lleva viviendo del cuento procesista desde el 2018, adquirió la condición de person of interest por su supuesta participación en las actividades de Tsunami Democràtic (él la niega), por desviar presuntamente fondos para cosas del prusés (motivo por el que fue detenido cuando la operación Voloh, de la cual ha quedado exonerado en una causa archivada) y por establecer diversos contactos con rusos tirando a turbios en la etapa álgida del delirio independentista. Sobre arte contemporáneo, este parásito patriótico nunca se había pronunciado, pero parece que ahora ha llegado su momento. Según él, hay que pasar de la exposición dedicada a Picasso y Miró porque la inauguró el rey Felipe VI, y eso es, a sus ojos, algo intolerable para cualquier catalán de bien que aspira a la independencia de la patria sojuzgada.
Puede que a los demás nos parezca que la exposición tendría el mismo interés en el caso, harto improbable, de que la hubieran inaugurado Vladimir Putin, Benjamín Netanyahu o el ectoplasma de Charles Manson, pero el señor Alay parece ser de esos tontos que les señalas la luna y miran al dedo. Supongo que lo siguiente será renegar de cualquier hospital que inaugure el Rey y decirle a la gente que antes de visitarlo es mejor morirse. Aunque sea de asco, que es de lo que acabará palmando el liante Alay, maestro del incordio y la siembra de cizaña reciclado ahora en analfabeto artístico.
No le negaré, evidentemente, su habilidad para llegar estupendamente a fin de mes con un trabajo que ni es un trabajo ni es nada, pues otros procesistas se han tenido que contentar con breves condenas de cárcel, algún porrazo de la policía el día de autos y la sensación generalizada de que lo suyo no va a ninguna parte. En su género, Alay es de lo más listo que hay, aunque a mí me recuerde aquella frase de Groucho Marx a la hora de describir a su hermano Harpo en una de sus películas: “Y este es el cerebro de la organización. Lo cual le dará una idea de cómo funciona la organización…”