Pere Aragonès
Cómo alternar con adultos
Pere Aragonès se considera, en teoría, el presidente de una milenaria nación sin Estado, aunque, en la práctica, no dirige ni una nación ni un estado, sino una comunidad autónoma del Reino de España (lo que antes se conocía como una región, vamos). Su misión durante la cumbre hispano francesa del pasado jueves consistía en dar la bienvenida a Pedro Sánchez y Emmanuel Macron y luego hacer mutis por el foro, retirándose para que los mayores pudieran hablar de sus cosas. Y lo hizo, pero de la peor manera posible, dándose el piro antes de que sonara La marsellesa y, sobre todo, el ofensivo himno español. Quedó como un gañán y un maleducado, pero yo creo que de eso se trataba precisamente, pues ya lo habían puesto de vuelta y media los lazis más radicales por su supuesto servilismo hacia los dirigentes de los países que nos oprimen. Antes de esfumarse, eso sí, aprovechó las conversaciones con Sánchez y Macron para plantear sus reivindicaciones nacionalistas, aunque lo cierto es que no le dieron mucho tiempo para ello: Sánchez lo tuvo veinte minutos de plantón y luego le dio bola durante la friolera de treinta y seis segundos, una audiencia generosa, eso sí, en comparación con los veinte segundos que le concedió Macron (aunque según TV3, le dio tiempo a cantarles las cuarenta a ambos estadistas europeos).
Previamente, se había puesto de acuerdo con su jefe, Oriol Junqueras, para repartirse el trabajo: El Petitó de Pineda se sumaba brevemente al paripé y el beato Junqueras se manifestaba en la calle contra la cumbre franco-española. Una muestra de coherencia más bien peculiar que acabó pagando el beato, quien fue abucheado por la turba procesista –hubo quienes manifestaron su deseo de que lo volvieran a enviar al talego, como si el hombre no hubiese tenido bastante con los tres años y pico de cárcel que se chupó antes de que lo indultaran- y tuvo que marcarse un Montilla, largándose apresuradamente de lo que, equivocadamente, consideraba su propia manifestación de protesta. Huelga decir que tanto Aragonès como Junqueras hicieron el ridículo habitual en estos casos, haciéndonos quedar mal a todos los catalanes que apreciamos un poco de buena educación en los actos oficiales, que para los demás ya está Tito Álvarez para liarla parda.
Yo creo que a Aragonès le hubiese gustado quedarse a participar en los asuntos de sus mayores, pero Sánchez ya le dejó claro desde el principio que iba a recibir el trato habitual de presidente de comunidad autónoma, que es un poco de convidado de piedra, pero es lo que le tocaba para no causar fricciones con otros mandamases regionales. Como Ada Colau, Aragonès estaba en el MNAC para dar la bienvenida a los que mandan de verdad y luego marcharse, a ser posible, después de escuchar respetuosamente los himnos nacionales de España y Francia. Pero, claro, siendo quien es y representando lo que representa, tenía que ponerse en modo "la puntita nada más", estrechar la mano de los presidentes de dos países de verdad y aprovechar para darles un poco la tabarra con sus cosas antes de tomar las de Villadiego.
El reparto de tareas, para colmo, no fue del agrado del lazismo radical, al que, por una vez y sin que sirva de precedente, hay que darle la razón: en situaciones así, o tragas o te plantas, aunque los de ERC crean que ambas actitudes son perfectamente compatibles. Afortunadamente para el partido que hace como que gobierna Cataluña, la manifestación de protesta se redujo a unos 6500 jubilados y desocupados traídos en autobús desde diferentes puntos de la Cataluña profunda (no es del todo descartable que algunos fuesen los mismos que iban años atrás a la plaza de Oriente de Madrid para alabar al caudillo), aunque algunos optimistas elevaron la cifra hasta 30.000, con la intención de demostrar que el prusés sigue vivo.
¿Lo sigue estando o no? Las cosas no estaban muy claras hasta que se manifestó Artur Mas y vino a decir que el prusés no está ni vivo ni muerto, sino en el congelador. Y esta aplicación de la teoría del gato de Schrodinger a la independencia de Cataluña creo que lo deja todo meridianamente claro. ¡Vuelve e ilumínanos, Astut, por lo que más quieras!