Josep Maria Argimon
Yo a Prada, tú al hospital
El consejero de Sanidad de la Generalitat de Cataluña, Josep Maria Argimon (Barcelona, 1958), ya debe de estar haciendo la maletita para dignificar con su presencia la edición número 53 de la Universitat Catalana d´Estiu (Universidad Catalana de Verano) que se celebra, como cada año a mediados de agosto, en la localidad de Prada de Conflent, situada en la Cataluña Norte (o sea, en el sur de Francia). Como ese aquelarre patriótico lo financiamos todos los catalanes del sur con nuestros impuestos, que la Chene invierte alegremente en lo que le conviene, Prada se llena por esas fechas de políticos del régimen dispuestos a dar la chapa a una gente cuya asistencia se ve fomentada por las subvenciones del régimen. Se trata, pues, de predicar para los conversos, y la cosa pasaría tan desapercibida como las andanzas a lo Forrest Gump del gran Tururull de no ser porque TV3 suele informar a diario de sus actividades patrióticas. Este año, el lema es algo así como “hacer de los Países Catalanes una nación normal”, y para allá se va a ir el doctor Argimon con sus propias ideas, intuyo, para acceder a esa ansiada normalidad nacional.
Lamentablemente, en estos momentos resulta que la normalidad nacional es una incidencia notable de la variante delta del coronavirus que se está cebando con los más jóvenes y que ciertas decisiones del doctor Argimon han sido, digamos, discutidas. Por ejemplo, los festivales musicales que tal vez no deberían haber sido autorizados (incluidos los dos desmadres para franceses que están teniendo lugar ahora mismo en Salou, el Fansbreak y el Summer Rockz, donde no está muy claro que haya música, pero sí unas excursiones en catamarán y unos jolgorios en los que no se ve ni una mascarilla, pero la muchachada se lo pasa pipa pimplando hasta altas horas de la noche, para desesperación del gremio de bares y discotecas, que se ve obligado a cumplir unas restricciones que los participantes en las saturnales de Salou se pasan por el arco de triunfo). Nuestra normalidad incluye también la alarmante situación de los geriátricos catalanes, donde la han diñado recientemente 35 de los 71 ancianos españoles ahí recluidos (no sé yo si aportar la mitad de los viejos muertos en toda España contribuye a hacer de los Países Catalanes una nación normal, pero eso es lo que hay).
Ante este panorama, el doctor Argimon se va a Prada a hablar del futuro, ya que del presente no parece tener gran cosa que decir, ni de la situación sanitaria en general ni de sus brillantes medidas para mejorarla. Hay que comprenderle. Dejando aparte la posibilidad, no del todo desdeñable, de que se trate de un galeno de fuste, a nadie se le escapa que el cargo que ocupa le cayó, como a todos sus colegas, por ser un lazi de campanillas. Ya sabemos que así es cómo reparte las consejerías el régimen: lo primero es demostrar la adhesión inquebrantable a los principios fundamentales del movimiento; si luego resulta que vales para la posición que te ha tocado en el gobiernillo, mejor que mejor, pero vamos, tampoco es una condición sine qua non para medrar en la política catalana.
Siga pues el doctor Argimon metiendo camisetas y pantalones cortos en la maletita, que lo importante es ir a Prada a dar la chapa a los cebolludos subvencionados con nuestro dinero. Lo de los carcamales muertos y lo del sindiós de Salou, pues ya veremos cómo lo solucionamos, si es que lo solucionamos. Mucha prisa no detecto yo en nuestro consejero de Sanidad, pero hay que reconocer que para conservar el cargo no hay como sumarse a la expedición a Prada. Intentaremos sobrevivir sin él, que se parece bastante a intentar sobrevivir con él.