José Luis Perales
Un señor de Cuenca se despide
El gran José Luis Perales se está despidiendo de sus múltiples seguidores con una gira por toda España que hace unos días lo llevó a la localidad catalana de Calella de Palafrugell. Éxito absoluto y críticas elogiosas en la prensa, algunas de ellas escritas por gente de mi quinta que, al igual que yo, no lo soportaban en sus años mozos (los suyos y los del señor Perales). El tiempo, ya se sabe, todo lo cura, y Perales ha pasado a ingresar la nómina de artistas de los que la gente de mi generación abominaba años atrás. Me temo que es un fenómeno muy extendido del que yo tampoco me libro. De adolescente, solo ver a Raphael o a Camilo Sesto por televisión, experimentaba tal desagrado --habiendo vendido mi alma al rock&roll, como era el caso-- que necesitaba cambiar urgentemente de canal, cosa imposible en aquel país que solo contaba con uno y había que tragarse lo que te echaran. En el caso de Perales, nadie se mostraba más beligerante que mi difunto amigo Jaume Perich, que lo utilizó para varios de sus chistes gráficos, siempre como ejemplo de cantante insoportable. A veces me pregunto si Perich se mantendría hoy en sus trece o si, como yo, habría desarrollado hacia el crooner de Cuenca --o hacia Raphael y Camilo-- una tolerancia rayana en la admiración.
Desaparecido el asco que me daban esos ídolos populares, compruebo ahora que ya no cambio de canal cuando aparecen por televisión, pues sé que lo que me espera en todos los demás es mucho peor. Incluso disfruto con el histrionismo de Raphael y pienso que Camilo, además de tener un chorro de voz, era un compositor muy eficaz, que es también lo que opino de José Luis Perales (Cuenca, 1945), un hombre cuyo aspecto funcionarial le llevó a iniciar su carrera escribiendo para otros un material que no se atrevía a defender en persona (lo cual no es ningún desdoro: lo mismo le pasó, por ejemplo, al gran Paolo Conte, al que descubrí con la versión adorablemente pachanguera que de su Azzurro llevó a cabo Adriano Celentano).
Perales ha escrito para Raphael, para Rocío Jurado, para Mocedades y para Jeanette, entre otros. Y cuando venció la timidez y se decidió a pasear por los escenarios españoles su figura de jefe de sucursal bancaria, el público respondió con entusiasmo, sin importarle tener delante a un señor que en vez de negarles un crédito los emocionaba con sus muy sentimentales canciones. Aunque no le conozco personalmente, me aseguran quienes han tenido la dicha de tratarlo que Perales es, además, una persona estupenda, un tipo encantador, un buen muchacho. Y yo me lo creo a pies juntillas. Como compositor, ciertamente, se ha pasado la vida dándole vueltas al mismo tema, el amor y sus alegrías, dificultades y desgracias, pero lo mismo puede decirse de mucha otra gente, de Agustín Lara a Camilo Sesto, pasando por Quintero, León y Quiroga. El tema, reconozcámoslo, da mucho de sí. Junto a la muerte, es el gran tema de esta vida, y debemos reconocer que las posibilidades de triunfar en la música dedicando todas tus canciones a la muerte son más bien escasas.
Intuyo que a los jóvenes de ahora Perales les da el mismo asco que a mí cuando tenía su edad. Pero también crecerán, se harán mayores, envejecerán. Y Perales seguirá allí, aunque puede que no físicamente, para arrullarles en la madurez y llevárselos a su terreno. A fin de cuentas, estamos hablando de uno de los inmortales de la música popular española.