Bob Pop
Una carrera a contrarreloj
Me lo presentó hace varios años Isabel Coixet, con la que colaboraba en un programa de radio, y me cayó bien de inmediato. Se llamaba Roberto Enríquez, pero había adoptado el alias de Bob Pop, que me pareció tan brillante como adecuado para el personaje. Aunque le gustaba hacerse el frívolo, era evidente que su cultura iba mucho más allá de la del tertuliano medio de Tele 5 y que, como no tardé mucho en descubrir, arrastraba una pena de esas que, como cantaba Héctor Lavoe, hieren muy hondo: su padre había dejado de dirigirle la palabra desde que descubrió que era homosexual y el viejo seguía en sus trece mientras Bob, herido, lo había dejado ya por imposible.
Bob nació en Madrid, pero vivía en Barcelona porque aquí había conocido a un colombiano, Mauricio, con el que se acabó casando. Se ganaba la vida entre la radio y algunas revistas, pero aspiraba a más. Y lo fue logrando poco a poco, trabajando para Andreu Buenafuente, escribiendo libros y, ahora, protagonizando una serie sobre su existencia que emite el canal TNT y lleva por título Maricón perdido. Podríamos decir que Bob Pop vive un momento dulce –Alfaguara ha reeditado su novela Mansos, que en 2010 pasó prácticamente inadvertida- si no fuese por la maldita enfermedad degenerativa que ya arrastraba cuando lo conocí, aunque entonces apenas se manifestaba.
La última vez que lo vi, en la fiesta de cumpleaños de Isabel, ya iba en silla de ruedas, tras una larga etapa apoyado en un bastón, y me cuentan que un brazo ya no le responde. La enfermedad ha decidido arreciar cuando mejor le iban las cosas a nuestro hombre, quien parece metido en una personal carrera contrarreloj para llevar a cabo sus muchos proyectos. Me resulta admirable: en su situación, yo, que me conozco y sé lo agonías que puedo ser sin necesidad de vivir grandes dramas, no saldría de la cama. Bob, por el contrario, sigue apuntándose a un bombardeo, riendo y haciendo reír con sus comentarios a menudo delirantes y más profundos de lo que aparentan.
Despreciado por su progenitor, maltratado en el colegio por su condición sexual y obligado muchas veces a ganarse la vida con trabajos que no estaban a su altura, Bob puede dar lecciones de hombría a más de uno. Lo tenía todo en contra y no solo consiguió sobrevivir, sino hacerse un sitio en el universo de la cultura popular por el sencillo sistema de explicarse a sí mismo, de basarse en su achuchada existencia para fabricar libros y series de televisión y comunicar su visión del mundo (creo que habría destacado en la stand up comedy, pues conversar con él es de las cosas más divertidas que me han pasado en la vida).
Mientras la enfermedad ataca con ganas, nuestro hombre, en vez de amilanarse, multiplica su presencia pública, alumbra nuevos proyectos, asiste complacido a la buena recepción de Maricón perdido y sigue soltando burradas con fundamento en cuanta ocasión se le presenta. Puede que otro se quedara permanentemente en casa, lamentando su suerte, pero Bob no es de esos y no deja pasar ni una ocasión de divertirse y divertir, que es a lo que vino a este mundo, aunque algunos se propusieran amargarle la vida desde un buen principio. La coincidencia de su creciente popularidad con el incremento de la presión por parte de su enfermedad me parece otra de esas bromas de mal gusto que tanta gracia le hacen a Dios, nuestro Señor, o al responsable de este fascinante desastre al que llamamos existencia.