'Sangre en los labios': pasiones de amor lésbico, violencia 'pulp' y culturismo
La directora británica Rose Glass firma su segundo largometraje, una versión asilvestrada y macarra de la odisea de Thelma y Louise, que cuenta los arrebatos pasionales de dos mujeres con los códigos extremos del neonoir
10 abril, 2024 19:00Una chica que trabaja en un gimnasio en el que se trafica con esteroides. Su amante lesbiana y culturista que sueña con ganar un concurso en Las Vegas. Una examante desnortada y dispuesta a todo por reconquistar a su chica. Un padre siniestro que colecciona insectos, propietario de un campo de tiro y que trafica con armas. Una hermana maltratada y prendada del violento marido, al que parece querer más con cada paliza que recibe de él. Una madre que desapareció misteriosamente hace años. Un poli corrupto, dos agentes del FBI y un estrecho barranco repleto de cadáveres.
Sangre en los labios (Love Lies Bleeding), segundo largometraje de Rose Glass, podría definirse como una versión macarra y asilvestrada de Thelma y Louise. Es una película desacomplejadamente pulp, en la que hay ecos de los Coen primerizos (Sangre fácil), algunas gotas del Lynch de Sailor y Lula, y neones y personajes inquietantes estilo Nicolas Winding Refn. Podríamos añadir como mínimo un par de referentes literarios: la combinación de melodrama y pasiones criminales de James Cain y la violencia en crudo de Jim Thompson.
La trama se sitúa en Nuevo México en los años ochenta (hay algunas pinceladas de época: en una escena aparece en la pantalla de un televisor la caída del muro de Berlín). La cinta tiene un tono de apariencia hiperrealista -que no esquiva lo sórdido-, pero en realidad recrea el imaginario de cierto cine americano, porque tanto la directora como su coguionista Weronika Tofilska son británicas y de este país es la producción, aunque los paisajes y los actores son estadounidenses. Un dato: en los inicios del proyecto la historia se situaba en Escocia, pero la cineasta optó por cambiar el escenario en busca de mayores magnitudes y de ciertas complicidades con el espectador.
Glass maneja con soltura en este neonoir los recursos y códigos del género: el fatalismo de la violencia que conduce a más violencia -un cadáver lleva a otro cadáver-; el pasado que siempre vuelve y persigue a los personajes; los arrebatos pasionales que derivan en actos criminales; las traiciones y lealtades familiares… Glass ya había manejado otro género, en ese caso el terror, en su anterior largometraje, con el que debutó: Saint Maud.
Esto la convierte en una de estas directoras que se rebelan contra la casi obligatoriedad de hacer películas femeninas e intimistas, y abrazan y reelaboran géneros considerados a priori masculinos. Es el mismo caso de su compatriota Emerald Fennell (Una joven prometedora y Saltburn), o las francesas Coralie Fargeat (Revenge) o Julia Ducornau (Crudo y la demencial Titane, en la que hablaba de tú a tú con el mismísimo Cronenberg). En España, con resultados más discretos, destaca Carlota Pereda con Cerdita y La ermita.
Glass juega sin miedo con lo extremo: hay algún momento muy gore y escenas sexuales tórridas -amour fou y lujuria-, pero también sabe ser sutil -y brillante- en el retrato de la violencia doméstica que sufre la hermana de la protagonista. Retrata muy bien la dependencia que la víctima genera hacia su maltratador (en la escena de los palillos en el restaurante chino). Al mismo tiempo, hay un desarrollo dramático bien armado del pasado del que no pueden escapar las dos protagonistas. La culturista ha huido de casa -cuando telefonea a su familia, le cuelgan llamándola monstruo-, mientras que la encargada del gimnasio jamás ha salido de su pueblo y vive atormentada por situaciones que vivió y que la trama va desvelando de forma gradual.
Sin embargo, pese a su dramatismo, Sangre en los labios es un neonoir que va introduciendo crecientes elementos de humor negro -el toque Coen- conforme avanza, como el gato que lame la sangre de un cadáver envuelto en una alfombra o el padre que, rabioso, rompe de un puñetazo un terrario y se come un escarabajo. Hasta llegar a unos minutos finales en los que la directora desbarra y se atreve a rendir homenaje al Hulk de Marvel y al icónico cartel de la película de serie B The Attack of the 50Ft. Woman (y no les detallo más, hay que verlo para creerlo; desconcertará y mosqueará a más de uno, pero la tronada osadía de la cineasta merece cuando menos simpatía). En este último tramo, en que todo se acelera y se desboca, cambia el tono y asoman las decisiones acaso más discutibles, que sin embargo son coherentes con lo que se ha ido sembrando a lo largo del metraje.
Además de la potencia visual que despliega Glass -virados en rojo en algunos flashbacks, iluminación sombría, preeminencia de las escenas nocturnas-, en el buen funcionamiento de la propuesta es crucial la inteligente elección del elenco de actores. En primer lugar hay que mencionar a Kisten Stewart en el papel de Lou, la encargada del gimnasio. Era una actriz que, tras triunfar como ídolo adolescente con la saga Crepúsculo, tenía muchos números para quedar encasillada o derrapar.
Sin embargo, ha sabido reconducir su carrera alejándose de los grandes presupuestos y optando por proyectos arriesgados, que rompen moldes como este. Ha descartado el camino cómodo y buscado personajes que representaran un reto actoral. El mismo criterio de asumir riesgos como el modo de romper con el encasillamiento han seguido otros dos iconos juveniles: su compañero en Crespúsculo Robert Pattinson (es el protagonista de Mickey 17, el esperado nuevo largometraje de Boon Jon-Ho después de Parásitos, que se estrenará el año próximo) y el Harry Potter Daniel Radcliffe.
En Sangre en los labios la coprotagonista -todo un descubrimiento- es Katy O’Brian, a la que se eligió porque tiene un pasado como culturista y una musculatura que lucir en pantalla, pese a que su carrera hasta ahora había discurrido en el cine de acción y superhéroes. Aquí tiene la oportunidad de demostrar su talento dramático. Junto a ellas, Ed Harris en el papel del criminal patriarca familiar da volumen a un personaje no muy desarrollado con su sola y perturbadora presencia: una gestualidad contenida y unas miradas fulminantes.
Esta economía de medios, propulsada por una caracterización singular -calvo y con larga melena- es el camino más eficaz para construir un secundario cautivador (recuerden la lección de Marlon Brando en El padrino). Del resto del reparto hay que destacar a Anna Baryshnikov (sí, les confirmo la sospecha que pudiera despertarles el apellido: es la hija de Mijail Baryshnikov, el bailarín más completo que ha dado el siglo XX). Resulta muy convincente como ex novia de Kristin Stewart, con sus desamparados aires de colgada, siempre insegura y necesitada de un cariño que nadie le da.
Rose Glass podría haber optado por armar un drama queer y sociológico sobre las miserias de la América profunda, que es el modo más fácil de cosechar aplausos. Su mérito es que no se conforma con desarrollar estos aspectos de la trama, sino que se adentra sin recato y hasta con desvergüenza por los más resbaladizos territorios del pastiche pulp. El título original, Love Lies Bleeding, está tomado de un soneto de Christina Rossetti que habla de amores perdidos e imposibles. La película habla de pasiones turbulentas y criminales.