Celia Rico cambia el cuarto de una madre, por una masía en Begues: la intimidad hecha cine
En 'Los pequeños amores', la realizadora vuelve a las relaciones madre-hija para enfrentarnos a los cuidados que no siempre sabemos manejar
9 marzo, 2024 11:17Noticias relacionadas
Celia Rico lo ha vuelto a hacer. Si en su primer largometraje viajaba al cuarto de una madre, para la segunda lo hace a la casa de la progenitora. Esta vez no es Lola Dueñas, sino Adriana Ozores, y su hija es María Vázquez en vez de Ana Castillo.
Los cambios reflejan que, a pesar de los vasos comunicantes que hay entre ambas, Los pequeños amores no es una continuación de aquella cinta que rodó en 2018, sino “un díptico”, como prefiere llamarlo la cineasta. Rodada en una masía en Begues y el lago de Navarcles esta coproducción se ha convertido desde su pase en el Festival de Málaga en la primera sensación del indie español.
Rico no ha hecho nada para conseguirlo más que ser fiel a su trabajo y a las historias que le interesan. La relación madre-hija vuelve a estar en el eje. Esta vez, ambas están más creciditas. No son las mismas que en la película anterior, aunque podrían. Son dos mujeres independientes y también solas. Ani vive en su casa de campo, apartada un poco del pueblo y viviendo su vida. Vive feliz cuidando y pintando su casa, hasta que una caída tonta la hace dependiente. Su hija, Teresa, cancela sus vacaciones para acompañarla y ayudarla, pero no va a ser fácil.
Rico recuerda que al nacer somos hijos “y mientras estamos en casa de los padres, sabemos cuál es el papel que nos toca”, en cambio, cuando los padres dejan de cuidarnos “y si nosotras hemos decidido, o ha pasado, que no somos madres” la cosa cambia. Asegura.
“Nos han enseñado que si tenemos hijos, cuando seamos mayores nos van a cuidar. Pero cuando te haces mayor y no has tenido ninguna, te preguntas quién va a cuidar de ti”. El personaje de Teresa parece que no está por la labor de reflexionarlo al arrancar el film. Ella se ha echado un novio y pretende irse a Estados Unidos con él. O eso quería.
El cuidado de su madre, la charla y los cuidados que le ofrecen parece que empiezan a cuestionar muchas de las ideas que tenía sobre sí misma y pensar en el futuro. ¿Quiere realmente irse a Estados Unidos? ¿Se va a quedar sola? ¿Qué va a ser de ella si eso sucede?
Todos esos pensamientos quedan dibujados en el rostro de María Vázquez que, en un ejercicio de contención, en sus silencios, en esos ojos que miran de lleno a un espacio indeterminado, permite penetrar en sus pensamientos. Aunque ella, no es la única que cambia en este proceso.
El personaje de Ani se cree independiente. Siempre lo ha sido y tiene pensado serlo. No quiere la ayuda de su hija, pero se da cuenta de que la necesita. Tampoco quiere que nadie le ayude a pintar, pero empieza a ver que no todo lo puede hacer sola.
Al final, Rico plantea aquí un viaje de madurez. Una especie de road movie sin salir de la casa de una madre, en el que no son unos jóvenes los que emprenden un viaje iniciático, sino que son dos mujeres que han pasado los 40 y que a nivel emocional, por circunstancias de la vida, sienten un cambio. La realidad, lo que ellas siempre creyeron, ha cambiado y ellas, sin darse cuenta, también.
“Es algo que sucede con la edad”, apunta la directora en conversación con Crónica Directo. “Muchas veces, como hijas, rechazamos lo que nos han enseñado nuestras madres y no es hasta pasado unos años, que nos damos cuenta de todo lo que han hecho. Aunque no compartan todo”, indica.
Hay una escena que la hace evidente. Madre e hija salen a pasear, aparentemente reconciliadas, y cuando el camino se bifurca en dos, una quiere tomar el de la derecha y la otra de la izquierda. “Es sólo un plano, pero creo que es muy significativo”, señala Rico.
Esto precisamente es lo que hace potente a la película. Esas pequeñas decisiones, esos pequeños amores que vivimos y que marcan incluso más que los duraderos o esos pequeños momentos de intimidad. Porque sí, la película vuelve a meterse en la intimidad más absoluta de un hogar.
“A Ani la vemos siempre en camisón”, destaca Celia. Pero además, vemos a Tere sacarse y limpiar la copa menstrual y mirarla "pensando que puede ser que sea de las últimas veces que lo haga, porque llegadas a una edad eso sucede". Pequeños gestos que hacen poderosa la cinta a la par que intimista. Aunque a la cineasta no le gusta el término.
“No me gusta eso del cine intimista, que parece que va muy relacionado con el cine de mujeres, porque se ha convertido en una etiqueta”, como si fuera una “especie de gueto”, minúsculo y reducido. “No es así”, zanja. A pesar de todo, defiende el valor de la intimidad “porque es allí cuando nos dejamos ver como somos”. Una verdad que se aprecia en la película.
Todo ello queda contenido en una película que con muy poco habla de mucho. Con los gestos y las miradas, las actrices dejan ver los pensamientos de los personajes. Pero también los secundarios. Los pintores de la casa y los amigos de la infancia con los que se encuentran las protagonistas son claves. Ellos también son esos pequeños amores tan "efímeros en tiempos líquidos", pero que, en cambio, quedan mucho más en nuestro recuerdo. Son los que logran dibujarnos una sonrisa en los peores momentos.
Porque de eso va la cinta de Rico, de disfrutar aquello que puede parecer nimio, de atender a aquello y a aquellos que nos resulta farragoso, porque tal vez, allí, encontramos lo que da significado, si no a nuestra vida, sí a nuestro día a día.