En medio del fenómeno Barbenheimer es muy difícil abrirse camino, pero hay más estrenos, aunque no lo parezca, y mucho más estimulantes. Es el caso de Tierra de nuestras madres, la última película de Liz Lobato que es un claro reflejo de la poética que emerge de suelo manchego, unas raíces que brotaron en el Festival de Málaga (se llevó el Premio del Público, el de Mejor Interpretación Masculina y el de las Escuelas de Cine de Zonazine) y que inundan de realismo mágico la cartelera en época de blockbusters.
El protagonista es un gran Saturnino García vestido de mujer, filmado en blanco y negro, que camina por tierras de la Mancha con su cabra como paseaban padre e hijo por tierras italianas al lado de un cuervo marxista en los Pajaritos y pajarracos de Pasolini. Aquí se suman además unos muñequitos de plomo, y la política va por otro lado.
Tierra, madres y pasado
Rosario, la protagonista, vende productos naturales que tienen efectos particulares. Mientras, el pueblo tradicional donde viven, con casas construidas en silos y donde la ludopatía es más que evidente, está a la venta. Así lo han decidido los gobernantes. Rosario no claudica.
Si de aquí se podría extraer un drama, Lobato hace una comedia maravillosa. Un artefacto que se sale de toda narrativa tradicional y protagonistas estereotipados. Reivindica un tipo de vida pasada, sin decir que sea fácil, sin asegurar que es posible. Simplemente, un canto a valorar un legado que muchos tienen olvidado.
- La película se aparta de los relatos tradicionales, realistas. Aquí hay una cabra, Saturnino García haciendo de mujer, una especie de realismo mágico de la España rural… ¿De dónde sale este lenguaje?
- De la necesidad brutal de contar esa historia y que no solo fuera yo quien la contara, sino que la contáramos en comunidad.
- Y con diferentes formatos, porque incorpora hasta muñequitos.
- No sabes qué maravilla lo de los muñequitos. Ha sido para mí una historia de amor con la tierra. Me he pasado tardes y tardes de invierno en esa laguna que me caía y se me volaba algo más, pero eran maravillosos cómo jugaban con la historia. Fue como una experiencia religiosa. Darle la libertad a ellos y a la luz para contar la historia, porque están allí debajo: es la sal, es la tierra.
- Lo cuenta con una pasión impresionante. ¿Dónde nace esa pasión por el cine?
- Mi padre me llevaba al cine todos los domingos a sesión continua. Y, siendo un hombre muy estricto, me obligaba a quedarme despierta si ponían una película que él consideraba que merecería la pena.
- En su caso, esa formación cinematográfica la ha llevado a otro punto. Si hablar de Historia era hablar de hombres, usted lo hace desde el punto de vista de las mujeres y las madres ¿sintió esa necesidad?
- Mi madre narra la historia. Es la voz de la cabra. Mi madre es la tierra. Y tu madre. Pero es que cuando trabajaba con unos alumnos en una escuela donde doy clases de Shakespeare me decían que el rey era el padre y la tierra es la madre. ¿Quién es la tierra en la película? Una madre manchega. Es una madre poderosa y una madre rancia y recia, acogedora desde otro punto de vista, desde el cariño, no desde el amor.
- En cualquier caso, se expresa que estamos perdiendo esa tierra de nuestras madres. ¿Por qué?
- Porque la hemos deslegitimado durante muchísimo tiempo. Le hemos quitado validez a nuestras raíces, a de dónde veníamos y le hemos quitado validez a los seres de nuestra comunidad que estaban alrededor nuestro. Las casas que se muestran de mi pueblo eran donde se vivía. Había unas 300 y la vida ahí era una vida maravillosa. Era bioclimática, en el silo hace frío en verano y en calor en invierno, se convive con los animales. Toda esa vida se mató por el clasismo. Esa gente vivía ahí porque no tenía dinero para las casas, y se les despreciaba. Se avergonzaban entonces de decir que vivían allí.
- Pero ¿no caemos en mitificar esa vida?
- Como en el buen salvaje, ¿no? No, porque la vida no era mucho mejor. Había inundaciones y moría la gente. Una de las actrices es una superviviente de una inundación en los silos. Es un modo de vida que yo no lo ensalzo, lo que ensalzo es de dónde venía eso y hacia dónde iba.
- ¿Qué podemos reivindicar y adaptarlo el mundo de hoy? ¿Qué podemos reivindicar de eso?
- A lo mejor, no podemos vivir en silos, pero podemos respetar esas construcciones, volver.
- Lo que es curioso es que ponga a un hombre como Saturnino como protagonista y haciendo de mujer. ¿Por qué?
- Tenía que ser así. Primero, antiguamente, un hombre se vestía como le daba la gana y así lo trataban.
- Pero para burlarse de él.
- No. Es verdad que existía esa cuestión de la alienación de adquirir el papel de “la loca”. Sin embargo, los que se vestían actuaban de manera simbólica.
- En cualquier caso, choca que hable de ‘Tierras de nuestras madres’ y lo interprete un actor.
- Porque no es una madre literal, sino simbólica.
- La cinta tiene toques fellinianos, de Amanece que no es poco… ¿Cuáles han sido realmente sus referentes?
- A mí me encanta ver El verdugo, Calabuch, de Berlanga, o Pajaritos y pajarracos de Pasolini. De hecho, esos paseos de los protagonistas salen de allí y la cabra es el cuervo.
- ¿Hace falta recuperar esos otros cines?
- Hace falta recuperar todo aquello que sea distinto.
- ¿Pero cómo se hace para atraer al público hasta ahí por eso? Porque antes Berlanga o Pasolini se veían
- Yo creo profundamente en el poder de lo simbólico. La verdad es que se está perdiendo, pero, por eso, en algún sitio tiene que estar la necesidad de recuperar.
- Y ¿es posible que sea atractiva la España vaciada también para el cine? ¿Qué papel juega el cine ahí?
- Que el cine puede ganar ahí, que puede contar otras de historias. La gente quiere hacer. Tiene la capacidad, el talento y la genialidad de contar historias, pero uno piensa “¿qué cuento?”. Hay que contar. No sé qué papel juega el cine ahí, sólo sé que el cine tiene mucho que ganar ahí.
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