Fotomontaje de 'Oppenheimer' y 'Barbie'

Fotomontaje de 'Oppenheimer' y 'Barbie' CG

Famosos

He visto y vivido el fenómeno de 'Barbie' y 'Oppenheimer' y casi exploto del cabreo en el cine

La calidad de ambas cintas contrasta mucho con la experiencia de verlas rodeada de irrespetuosos

23 julio, 2023 11:22

¿Se puede ser más irrespetuoso? No lo digo por el ideólogo del título de esta crónica, que en parte la hizo posible y a su vez recoge el enfado del redactor, sino por la gente que se ha unido al fenómeno Barbenheimmer (la unión de los títulos de Barbie y Oppenheimer) y que han conseguido que se convierta en algo más difícil de lo que es.

Por mucho que intenten venderlo de otro modo, la experiencia no es para todos los públicos. No lo decimos por el excesivo metraje que supone ver una película detrás de otra, sino por todo lo que conlleva.

Dos fenómenos 

Ambas tienen todos los ingredientes para atraer a los espectadores al cine. El fenómeno fan se ha convertido en algo extra cinematográfico en el caso de Barbie. Tiendas de ropa, establecimientos y firmas de ropa han sucumbido al Barbiecore, un movimiento que lo tiñe todo de rosa.

La cinta de Christopher Nolan es todo un reclamo. El director de la trilogía de Batman y apasionado de jugar con el sonido explica la vida del creador de la bomba atómica y las acusaciones posteriores que recibió.

En busca del cine perfecto 

Con todo ello, hacerse una maratón de estas dos cintas puede ser una experiencia no apta para “gente demasiado sensible”, que diría el personaje de Rizzo en Grease. Para empezar, conseguir entradas es una odisea, sobre todo, si se quiere ir acompañado. Bueno para la taquilla, fatal para el ansioso que no se la quiere perder en el día del estreno y el próximo fin de semana.

Una opción eficaz es la que hizo este humilde redactor, acudir a una sala en versión original que diera la opción de disfrutar ambas películas con la máxima fidelidad y con la esperanza de encontrar un público menos groupie. Primer error.

Entrada de advertencia 

La entrada de los cines Verdi ya lo advertía. Ni uno de los templos del cine de autor ha podido evitar que en la sala llegue el color rosa para ver Barbie. Pocas veces la media de edad ha sido tan baja en esta sala, claro que eso tiene sus inconvenientes.

El público estaba entregado. A pesar de la escena inicial con referencias a Kubrick que, a juzgar por las caras, no todos entendieron, los primeros versos de la canción inicial ya despertaron las primeras carcajadas. Así, pasó en varias ocasiones. Espasmos de risas en momentos que no siempre lo eran. La entrega era absoluta. Lástima que alguna se pasó de lista y quiso grabar la escena final en su móvil con el consentimiento de su madre, que estaba al lado. La entrega a Barbie es absoluta, el respeto al cine, nulo.

El descanso y las horas

El resumen de la experiencia es que las escasas dos horas pasan volando y al salir los títulos de créditos se produjo un fenómeno más típico de los festivales que de un cine convencional. Aplausos.

Ahí llegó el descanso. Uno ha de programarse bien la sesión Barbenheimer, para que la espera entre una y otra no te haga esperar de más. La sesión de las 16h de Barbie y la de las 18.25h de Oppenheimer lo hacen ideal para reponer fuerzas, beber e incluso comprar palomitas o lo que sea.

Sin respeto 

Tras la experiencia juvenil de Barbie, uno espera que en Oppenheimer el público al menos sea algo más respetuoso con lo que va a ver. Enésimo error. Arranca la película y ya hay un personaje indeseado que saca el móvil para grabar el arranque. Vamos mal.

La cosa no continuó mucho mejor. Por poco que se conozca el cine de Nolan uno sabe que el sonido es fundamental en su cine. Las atmósferas que crea ponen al público en tensión. Siempre que no haya una colección de bolsas de papel de lo más sonoras en las que el espectador hurga en este tipo de momentos. ¿Está permitido? Obvio. Tanto como hacen más difícil vivir la experiencia propuesta por el realizador.

Espectadores hacen cola en los cines Verdi

Espectadores hacen cola en los cines Verdi JOAN COLÁS CRÓNICA GLOBAL

Momento baño y bebidas

La sorpresa fue descubrir que se puede entrar en la sala hasta pasados 20 minutos del inicio del film. ¿Será por la duración? No lo creo. A eso se le suma, la gente que no puede estar no cinco, sino tres horas sentadas sin levantarse para ir al baño o a por Coca-Cola sin importarle si molesta a la gente.

Claro que luego está quién le comenta a los colegas de atrás que en aquella universidad estudió él. Una anécdota que no aporta nada al film, a la experiencia, ni a los presentes. ¿El vicio de consumir cine en casa solo o en compañía?

A punto de estallar 

La sensación final de esta maratón no es precisamente la expresada por el amigo del colega que fue a la universidad del film tras salir de Oppenheimer. “Pues no ha estado tan mal”. ¿No está mal? No están nada mal las dos películas, verlo rodeado de gente que no respeta el cine, lo hacen una experiencia muy difícil.

Uno piensa que durante estas cinco horas se ha convertido en una bomba atómica, sólo quiere explotar y enviar a todos los espectadores no al otro barrio, sino a cualquier alejado de uno o, al menos, a una de estas escuelas de reeducación del personal. Todo para que aprendan a qué es estar en una sala y dejarse llevar por la película, sin móviles y con todas las necesidades fisiológicas básicas cubiertas para no tener que levantarse ni abrir la boca.

¿'Barbie' vs. 'Oppenheimer'? 

Una vez liberado el odio y sin pensar en los seres que a uno le rodean, la experiencia de Barbenheimer es toda una reconciliación con el cine comercial de calidad. Por un lado, Barbie consigue entretener como pocas, mostrando un reflejo del auge de un movimiento feminista en un mundo patriarcal que no muere. Todo bien digerible, con sentido del humor, minutos musicales y un guion a cuatro manos (Greta Gerwig y Noah Baumbach) que le da a todos, incluso a la propia directora. El objetivo es vender muñecas, obvio, con un lenguaje metacinematográfico que no tienen otros blockbusters.

El goce generado por Oppenheimer es de otro tipo. Uno asiste una vez más a la capacidad de Nolan de convertir una historia simple y real en un acontecimiento. Hace de un biopic un artefacto político cargado de tensión que explota en las manos de un espectador que lo único que desea es ver imágenes que no le va a mostrar. Y aún así, atrapa. (Aunque a muchos los últimos 45 minutos se les hicieron largos).

Balance final

En resumen, tal y como decíamos montarse un Barbenheimmer no es tan fácil como parece. Hay muchas barreras a superar: la larga duración de ambas películas, los irrespetuosos, los que descubren por primera que la sala 1 del Verdi hace subida y comentan e incluso el dolor de las posaderas, que a las 4 horas ya se deja notar.

Eso no quita que Barbie y Oppenheimer sean dos peliculones que uno debe ver en pantalla grande. La primera, para verla con gente adscrita el fenómeno. Aunque sólo sea para ver la eficacia del marketing capitalista. Oppenheimer porque eleva al biopic a un nivel autoral cargado de tensión.

La pregunta 

¡Ah! Y no duden los que se han atrevido a hacerse Barbenheimmer que la pregunta al salir siempre va a ser la misma, “¿con cuál te quedas?”.

La taquilla ya ha hablado. Barbie ha recaudado en tan sólo un día más de 1,8 millones de euros en los cines españoles, Oppenheimmer, se ha tenido que conformar con algo menos de la mitad, unos 700.000. En cualquier caso, los números no lo son todo. La respuesta, como dicen los trailers, en los mejores cines.