Mario Centeno, presidente del Eurogrupo / EP

Mario Centeno, presidente del Eurogrupo / EP

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El insalvable escollo por el que Países Bajos e Italia bloquean el Eurogrupo

La mayoría de las propuestas para financiar la lucha contra el Covid-19 debatidas por los países de la zona euro cuentan con el apoyo de todos ellos

8 abril, 2020 21:14

El Eurogrupo ha vuelto a ofrecer una imagen de desunión al exterior tras no ser capaz de sacar adelante un acuerdo conjunto para un plan con el que afrontar desde el punto de vista económico la crisis provocada por el coronavirus. Pese a ello, a las cuatro reuniones fallidas que acumula en apenas tres semanas, el desacuerdo se concentra en un aspecto de una de las propuestas que se debatieron, cuya cuantía agregada supera el medio billón de euros. Y principalmente en dos estados, Países Bajos e Italia. Un escollo que podría calificarse como mínimo, teniendo en cuenta la magnitud de la empresa. Pero suficiente para que, por ahora, la respuesta de la Unión Europea al mayor desafío de su historia sea una hoja en blanco.

Ese obstáculo, por ahora insalvable, se basa en el mecanismo para que los diferentes estados miembros accedan al fondo de estabilidad, nacido precisamente de la anterior crisis y que fue clave para evitar la quiebra de algunos de ellos, como Grecia, Portugal e Irlanda.

Las condiciones del MEDE

Existe consenso en torno a la necesidad y conveniencia de utilizar el Mecanismo de Estabilidad (MEDE), aunque en la maratoniana reunión del martes, extendida hasta las primeras hora del miércoles, Italia seguía insistiendo en la imperiosa necesidad de los eurobonos. El problema que bloquea todo el acuerdo radica en las condiciones para utilizarlo. En su origen, recurrir al MEDE exigía como contrapartida, aceptar el cumplimiento de una serie de criterios de estabilidad que la Uníón Europea no solo exige sino que controla y vigila para comprobar que se cumplen.

Una notable cesión de soberanía por parte de los socios europeos que ya trajo numerosos problemas en sus primeras aplicaciones y que también los ha generado ahora, en el marco de una crisis con más que sensibles diferencias respecto de la que se inició a finales de la pasada década. En un primer momento, Italia rechazó directamente la idea al considerar este mecanismo como una humillación. Además de ser el país europeo más golpeado por el Covid-19 (fue la puerta por la que el virus entró al viejo continente), también es uno de los que más preocupa en el seno de la UE por su situación financiera, especialmente por su desbocada deuda pública.

Posturas inflexibles

La gravedad de la situación ha llevado al Gobierno italiano a aceptar, aun a regañadientes, el recurso al MEDE (una vez que la posibilidad de mutualizar la deuda se aleja cada vez más) pero, eso sí, sin ningún tipo de condiciones. Nada de obligaciones de estabilidad, nada de ‘troikas’ vigilantes de las cuentas públicas. Una de idea a la que se oponen de forma categórica un grupo de estados liderados por Países Bajos, con el apoyo de Austria y de los nórdicos. La postura es prácticamente la inversa: si se acude al MEDE, hay que cumplir sus condiciones.

La actitud del primer ministro holandés, Mark Rutten, en el último Consejo europeo causó desagrado entre la mayoría de sus socios, incluida Alemania, que ha procurado marcar distancias a partir de entonces cuando antes su postura no difería mucho. Una arrogancia e insolidaridad que, incluso, llegó a ser admitida por el Gobierno holandés aunque apenas fue capaz de dar un pequeño paso atrás. Países Bajos considera que toda aquella financiación a través del MEDE que no tenga como destino cuestiones sanitarias no puede ir separada de serios compromisos por parte del receptor.

Desafío al eje franco-alemán

En esta diatriba, la vía intermedia está representada por el célebre eje franco-alemán, que no acostumbra a perder batallas en el ámbito comunitario. El Gobierno liderado por la canciller Angela Merkel ha insistido en los últimos días que, en las circunstancias actuales, inéditas para la mayoría, el MEDE debe aplicarse de manera incondicional... al menos en una primera fase. A corto plazo, para amortiguar el golpe, el ejecutivo germano estima que determinados países no estarían en situación de cumplir con determinados criterios cuando, además, lo que hay en juego en un primer momento son ni más ni menos que vidas humanas.

Pero simplemente se trata de una vía intermedia porque tampoco se ajusta a lo que pide Italia. Tras esa primera fase vendría una siguiente en la que, a cambio de otra inyección económica del MEDE, los beneficiarios sí tendrían que cumplir determinados compromisos de estabilidad. En este punto es en el que Roma vuelve a mirar a los eurobonos como tabla de salvación. Y ese punto es el que lleva al Gobierno de Países Bajos a hablar de que incrementar el riesgo de todos los estados no es la mejor de las soluciones para afrontar la crisis.

La "trampa" del rescate

Esa segunda fase también genera inquietud en el Gobierno español, cuya posición en las últimas horas está más cerca de la francesa que de la italiana (frente a lo que sucedió en el último Consejo). Quizá por eso la ministra de Economía, Nadia Calviño, se apresuró a puntualizar que, por ahora, España no tiene problemas de liquidez que le lleven a tener que acudir al MEDE. En el caso de hacerlo, la llegada de los hombres de negro, más tarde o más temprano, dinamitaría la legislatura al acrecentar aun más los roces entre el PSOE y su socio en la Moncloa, Unidas Podemos.

Encima de la mesa virtual del Eurogrupo, reunido a través de videoconferencia, también estaba el voluminoso fondo propuesto por el ministro francés, Bruno Le Maire, que cuenta con el apoyo de prácticamente todos, aunque arroja alguna que otra duda sobre su financiación. Y también, el plan de la Comisión Europea para favorecer el empleo, dotado con 100.000 millones, que tan solo genera un recelo: cada día que transcurre parece más escaso. Aun así, tampoco parece que vaya a generar mucho problema sacarlo adelante.

Este jueves, quinto asalto, quinta oportunidad de salvar un escollo que, pese a su mínima apariencia, aboca a la Unión Europea a perder una oportunidad de más de 500.000 millones de euros en el momento más delicado de su historia. Y probablemente, a perder hasta su propio nombre de Unión.