El enésimo día clave para la historia de Grífols en los últimos siete meses, en este caso con motivo de la publicación de los resultados del primer semestre, podría haber supuesto un espaldarazo importante a las negociaciones abiertas entre el fondo Brookfield y la familia fundadora y primer accionista para lanzar una OPA conjunta sobre la farmacéutica. Lejos de hacerlo, el balance de los acontecimientos arroja más dudas sobre la operación debido, una vez más, a la pesada herencia que arrastra el grupo por su errática gestión.
Una nueva incorrección contable, revelada en este caso por la auditora Deloitte, volvió a poner de manifiesto que el productor de hemoderivados tiene un serio problema en esta área, algo que hace mucho más difícil una maniobra con la que los Grífols pretenden poner fin a la pesadilla que viven desde los primeros días de enero e iniciar una nueva etapa en el grupo.
Precisamente, el inicio del particular via crucis se sitúa en la publicación del ya célebre informe de Gotham City Research, uno de cuyos puntos críticos con la gestión de la empresa se centraba en la praxis contable.
Tras el estallido del escándalo y el descalabro bursátil, la pertinente investigación de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) concluyó que Grífols debería modificar algunos puntos de su contabilidad. La farmacéutica esquivó la tan temida obligación de reformular las cuentas pero sí tuvo que reexpresarlas con las guías del supervisor.
Una revisión que hizo aflorar cerca de 1.100 millones de euros de deuda, que no era nueva pero tampoco había sido consignada de forma adecuada por Grífols, lo que tenía un cierto impacto en el cálculo del apalancamiento, uno de los puntos débiles de la farmacéutica.
El episodio de este martes llega en un momento sumamente inoportuno, justo cuando se inicia el periodo de 'due dilligence' para que Brookfield acceda, con la autorización del consejo de administración, a determinada información de la empresa con el fin de contar con la mejor base posible a la hora de tomar una decisión sobre una eventual OPA.
Resultados alentadores
Momento especialmente inoportuno y más si se tiene en cuenta que el escenario podría haber sido muy diferente. Al margen de la incorrección contable y de la reexpresión de las cifras comparables, sin impacto en resultados, el balance de los seis primeros meses de 2024 en lo que se refiere al negocio de Grífols es, al menos, alentador.
El productor de hemoderivados ha vuelto a la senda de los beneficios, ha elevado ingresos y resultado operativo a ritmo de doble dígito y, además, ya ha sido capaz de generar flujo de caja positivo, uno de los objetivos más importantes fijado para el conjunto del año.
Con todo, la compañía ha cumplido con su compromiso de destinar el ingreso por la venta del 20% de Shanghai RAAS, unos 1.800 millones, a amortizar deuda, lo que ha derivado en una notable rebaja del apalancamiento, aunque esta derivada sigue aún en cifras demasiado elevadas.
Difícil imaginar un mejor escenario para entrar en la fase definitiva de las conversaciones entre la familia fundadora y Brookfield si no fuera porque antes de conocerse estas cifras hubo una advertencia de la auditora, una reacción negativa por parte del mercado e, incluso, una suspensión de cotización.
Factores que ponen sobre la mesa de Brookfield que Grífols soporta una pesada herencia derivada de años de gestión errática, gobernanza alejada de la profesionalización que requiere una empresa cotizada y prácticas contables puestas en duda.
En definitiva, elementos que, por sí mismos, pueden generar un rechazo a realizar una inversión como la que eventualmente deberá hacer Brookfield si finalmente decide dar el pasado adelante; o bien, que decida realizar una oferta a la baja ante de los riesgos más que evidentes que asumiría.
Por lo pronto, pese a que finalmente las cuentas hicieron que la compañía pudiera salvar los muebles, Grífols cerró la sesión del martes levemente por encima de la cota de 9 euros, apenas ocho céntimos por encima de la sesión anterior al anuncio de la posible OPA.
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