El anuncio de que el BBVA inicia un proceso para absorber al Banco de Sabadell ha agitado los mercados bursátiles, pero sobre todo ha sembrado de inquietud a quienes conocen el mapa financiero español y de Cataluña en particular. La falta de tamaño del banco catalán, ahora con sede en Alicante, le hacía apetecible en las múltiples quinielas de concentración que se barajaban. Si avanza la propuesta de fusión, quizá sea la última de una cierta relevancia de cuantas se han producido en los últimos años. Sus consecuencias -dicen especialistas del sector- pueden resultar fatídicas en el medio plazo para la actividad económica catalana.
En España, en el momento natal de la crisis financiera de 2008 su sistema contaba con 46.065 sucursales bancarias. En abril, el número de oficinas que aún tienen sus puertas abiertas se ha reducido a menos de la mitad, 17.603.
La oferta física de la banca española que se ha unido, concentrado según la jerga, se ha jibarizado de forma abismal y no ha sido sustituida íntegramente por el uso de la tecnología y la banca online. Basta con ver algunos esfuerzos de las administraciones por llevar la banca a zonas rurales o a la España vaciada para impedir la total exclusión financiera de sus habitantes.
Precedente: fracaso en 2020
Las dos entidades acaban de iniciar la danza de apareamiento, comunicada al mercado a través de una escueta nota del BBVA y confirmada con otra aún más breve del Sabadell. La operación ya se intentó en 2020, aunque se saldó con sonoro fracaso. El precio que el BBVA proponía por el banco catalán fue considerado una ofensa por los accionistas vendedores y se decantaron por dar carpetazo a la oferta.
Una de las características principales del Sabadell es su fuerte implantación en el negocio de empresas y de pymes en particular. Ese segmento de actividad, que se reúne de manera principal en Cataluña, ha llegado a suponer el 40% del total de actividad del banco en España. El Sabadell fue durante años el banco del comercio y la pyme, una posición que compartía con el Banco Popular y que, tras la absorción de esa entidad por el Santander, se quedó casi en solitario para los banqueros catalanes.
Menos oferta de banca y menos bancarios
De consumarse la absorción del Sabadell habrá menos oferta bancaria disponible para los usuarios. Es casi una verdad de Perogrullo. Pero uno de los intangibles que se perderán es el oficio de bancario que apenas se estila por la morfología actual del sector. Se trata de los sistemas de evaluación de riesgo para las pequeñas empresas, que en muchas ocasiones no dependen del balance y la cuenta de resultados sino de la proximidad, del conocimiento que tiene el empleado bancario del emprendedor, su contexto, su experiencia, su patrimonio…
Como sucedió con Unimm, primero, y con Catalunya Caixa, después, BBVA lo fía todo a una fría operativa repleta de algoritmos y muros de contención que han deshumanizado el oficio de bancario hasta límites insospechables, tal y como destacaban ayer directivos de banca consultados.
Basta con que le pregunten a cualquier afectado por un fraude o phishing bancario en el BBVA para que les explique el nulo trato de apoyo recibido del banco a la par que debe desayunarse con las campañas publicitarias que realiza sobre su supuesta preocupación por la seguridad de los fondos de sus clientes.
Cataluña perderá oficinas y empleo
Lo peor de la absorción será la pérdida de empleo. La reducción será especialmente lacerante en Cataluña, donde el Sabadell tiene la mayoría de su red y de sus efectivos y donde el BBVA, tras la adquisición de Banca Catalana y las cajas de ahorros de Unnim y Catalunya Caixa, tiene una posición de mercado que linda lo legal desde una perspectiva de análisis de competencia. Ayer mismo los principales sindicatos ya pidieron garantías para los trabajadores de ambas entidades.
A decir de los expertos, esa duplicidad se saldará, de prosperar la fusión, en pérdidas de miles de puestos de trabajo -los primeros cálculos realizados por EADA apuntaban a 4.000 empleos- y tanto dará si son del Sabadell o de las antiguas cajas o del propio BBVA.
De poco le servirán al banco que preside Josep Oliu sus flamantes instalaciones centrales en Sant Cugat, porque los servicios centrales acabarán, tarde o temprano, con residencia en Madrid, en la Ciudad BBVA, un complejo de siete edificios donde destaca su torre principal conocida como La Vela. De hecho, el banco catalán ya tenía en su hoja de ruta una nueva reducción de efectivos que aún no se había anunciado a la plantilla. Se vende, por tanto, sobredimensionado.
Lo que suceda en Cataluña será lo más preocupante de esta fusión por más garantías que anuncien los ofertantes del BBVA en un primer momento. Pero tampoco se salvará el País Vasco, comunidad donde el Sabadell adquirió hace años el Banco Guipuzcoano y donde el BBVA tiene su origen y se preocupa por preservar una relación amistosa con la administración del PNV. La duplicidad, sin embargo, también producirá cierre de oficinas y supondrá prescindir de más bancarios en esa comunidad autónoma.
Sangrantes sinergias
Ninguno de esos efectos importará demasiado a los accionistas de una y otra entidad. Cuanta más sangría de efectivos y de tamaño, más sinergias acostumbran a decir los experimentados en estas lides. Por eso no es de extrañar que los mismos accionistas del Banco Sabadell que en 2020 dijeron que no a unas pretensiones que se consideraban altivas y petulantes de los compradores del BBVA cuando la acción cotizaba a 0,3 euros acaben diciendo que sí en un momento en que los títulos andan por los 1,78 euros.
Sucederá así, de acuerdo con las opiniones recabadas, por la diferencia de importe, que es un éxito en la gestión reciente del Sabadell, y también porque hoy el accionariado del banco catalán tiene más accionistas institucionales. Se trata justo de esos que no poseen ningún vínculo con el territorio ni empacho en desprenderse del capital si logran una suculenta plusvalía. Bien atrás quedan aquellos tiempos en los que los empresarios catalanes controlaban la entidad, su capital y su consejo, y muchas personas mayores refugiaban sus ahorros en las acciones de la entidad.
Tampoco lo tendrá fácil el consejo del Sabadell si decide aceptar la oferta de Carlos Torres en nombre del BBVA. Entre otras razones, porque cuando fracasó la operación de 2020, muchos de aquellos directivos no dejaban de repetir por la sede central: "De menuda nos hemos librado". Eran conscientes de que el banco comprador tendría contados escrúpulos si aterrizaba en su casa. Les costará a los vendedores justificar un sí en estos momentos por cuestiones estratégicas y solo podrán apelar, en realidad, a razones de precio.
Silencio político
Pues si no es interesante en términos de competencia, supondrá un drama en Cataluña en términos de empleo, restringirá la oferta financiera de manera evidente y los únicos que ganan son los que compran y los que venden, ¿cómo es posible que ni un solo líder político catalán en plena campaña electoral haya hecho mención al asunto? La única reacción se limitó a la de la consejera de Economía y Hacienda en funciones, Natàlia Mas, que expresó su "respeto" por la operación y se limitó a manifestar que "la ciudadanía y las pymes necesitan más entidades financieras y no menos".
No parece tratarse de un giro de los dirigentes de los partidos hacia el libre mercado. Se combina la desinformación sobre el sector con los intereses, préstamos y vínculos de cada formación con las entidades implicadas.
Sorprende, en cualquier caso, el silencio ante la pérdida de un activo económico de marcado acento local a la par que Cataluña dejará de tener control o relación alguna con una de las herramientas de financiación de su tejido productivo más básico. Los precedentes están en las hemerotecas y se llaman Banca Catalana, Unnim (Caixa Sabadell, Caixa Terrassa, Caixa Manlleu), CatalunyaCaixa (Caixa Tarragona, Caixa Manresa y Caixa de Catalunya). De ellas no queda apenas ni el recuerdo. Menos para la clase política.