La desazón económica “mata” a la democracia
Hay causas “estructurales” en el apoyo al trumpismo y al resto de populismos, sea el Brexit o el 'procés', que erosionan la libertad si no se resuelven
11 enero, 2021 00:00Darvin Bentlage es un granjero del Estado de Misuri. Habla poco, no se excita. Explica a su hijo, que ha pensado en vender su casa y asumir el negocio familiar –una granja que lleva 85 años en funcionamiento—, que la cuestión fiscal es muy dura. Bentlage ingresa 320.000 dólares al año y los gastos ascienden a 300.000. El margen es solo de 20.000 dólares. No es un negocio muy prometedor. Señala que sus ingresos han descendido un 50% en los últimos años, y que él no ve nada de todo lo que compra en el supermercado que haya descendido “un 50%”. Esa desazón económica, esa “ansiedad”, puede matar a la democracia, como se ha visto con el asalto al Capitolio en Estados Unidos, protagonizado por partidarios de Donald Trump que, en su gran mayoría, han sido trabajadores rurales e industriales castigados por una evolución económica que los ha dejado de lado.
Eso es lo que está detrás del deterioro de la democracia occidental que, ahora sí, tiene un problema muy serio. Lo señala el investigador del Real Instituto Elcano Miguel Otero, convencido de que las razones económicas explican en gran medida el auge de los populismos, de trabajadores y de clases medias que, sin estar en una situación de extrema precariedad, “sí creen que en los próximos años estarán peor, en gran medida por la transformación tecnológica, que les acongoja”.
"Ansiedad económica"
El caso de Bentlage es ilustrativo. Lo recoge el exsecretario de Trabajo de EEUU Robert Reich en el documental Salvar el capitalismo, que muestra cómo los beneficios empresariales han aumentado de forma notable en las dos últimas décadas, mientras que los salarios medios siguen en caída libre o con aumentos muy reducidos, que, teniendo en cuenta la inflación, no son superiores a los de los años sesenta. Es un fenómeno global, en todo occidente, que ha dejado a la intemperie a buena parte de los trabajadores y de las clases medias, que da pie a los populismos, sea el de Trump, el que ha conducido al Brexit o el procés independentista en Cataluña.
Otero incide en ello: “El populismo se aprovecha de una ansiedad económica, de un caldo de cultivo que existe, y al que no se le pone remedio. Los salarios se han estancado y muchos sectores sociales se consideran ninguneados, sin voz. Hay otros elementos, de carácter identitario, pero los económicos son fundamentales”.
La frontera es muy estrecha. Lo que apunta Otero forma parte de un debate entre expertos para intentar ofrecer la mejor solución. En el propio think tank más importante de España, el Real Instituto Elcano, se valoran también otras explicaciones. Lo apunta Ignacio Molina al señalar que, en el caso de Estados Unidos, se ha producido un hecho también incuestionable, y es que toda una parte de la población, blanca, de origen europeo, de religión protestante, se ve a sí misma como una minoría ignorada frente al cosmopolitismo de las grandes ciudades, frente a la mezcla de orígenes culturales distintos, frente al auge de hispanos, asiáticos o negros.
Actuar en el eje económico
Lo que ocurre es que la geografía, la procedencia cultural y el ámbito económico se confunden. Es en las zonas rurales, es en las ciudades medianas y pequeñas con menos oportunidades, donde se produce una protesta mayor, con población blanca y protestante, que ha resultado más perjudicada. La identidad y el bolsillo se unen. Y aquí surge la disyuntiva: ¿qué hacer?
Molina entiende que, “por razones prácticas, se debe actuar más en el eje económico, porque ello posibilitará un cambio que fortalecerá las instituciones y, por ende, la propia democracia”. Es decir, y aquí aparece el proceso independentista catalán, es mejor actuar sobre una parte de la población que posibilitará un cambio, aunque otra parte mantenga sus tesis ancladas en cuestiones identitarias, de carácer étnico, o basadas en una negación del avance social hacia el cosmopolitismo. “En Cataluña, por ejemplo, se ha discutido mucho, pero lo que resultaría práctico es reduir el número de independentistas, por debajo del 40%. Solo eso supondría un cambio radical para el propio sistema y el futuro de Cataluña”.
El economista liberal Lorenzo Bernaldo de Quirós admite la explicación económica, pero su diagnóstico es diferente. Considera que el problema se debe centrar “en los grandes partidos políticos, que no son capaces de tomar decisiones y de asumir los retos que se han planteado”. A su juicio, en Europa hay un “consenso socialdemócrata”, que “se sabe que no se podrá mantener”, y los partidos centrales de la izquierda deberían evitar “podemizarse” y los de la derecha “caer en los populismos ultra, tipo Vox”. Su respuesta es apostar “por los postulados de la democracia liberal”, insistir en ellos, y aguantar las presiones populistas. Para De Quirós es cierto que los salarios en Occidente se han congelado, pero “también los bienes de consumo se han hecho mucho más accesibles y se ha garantizado un determinado nivel de vida”.
China aplaude el espectáculo
Lo que ha pasado en Estados Unidos, sin embargo, socava esa democracia liberal hasta extremos no conocidos. Miquel Otero apunta a China. “Está claro que el modelo chino se refuerza, porque ¿cómo podrán sacar la cabeza ahora los sectores más liberales de China, los que reclamen reformas, visto lo que ocurre en la primera potencia del modelo democrático liberal?”. Lorenzo Bernaldo de Quirós admite que en China “están aplaudiendo con las orejas un espectáculo que resulta lamentable, con esas masas asaltando el Capitolio”.
Pero, con el diagnóstico hecho, con los datos en la mano, con los Robert Reich de turno, ¿por qué no se actúa? Otero remite a la obra de Martin Sandbu, The Economics of Belonging, que busca un camino para revertir lo que ocurre en Occidente y que ha dado paso a los populismos, que pueden matar la democracia. El subtítulo del libro es ilustrativo: “Un plan radical para recuperar a los rezagados y lograr la prosperidad para todos”.
Formación y fiscalidad
La idea de Sandbu, que no rechaza la globalización, es que, a cambio, es necesario un plan político, dirigido por responsables que tengan valor, para impulsar grandes reformas, en el terreno educativo y fiscal, entre otros. Si el gran temor es el tecnológico –todas esas clases medias que creen que en los próximos años perderán sus puestos de trabajo, que no podrán estar a la altura de las circunstancias— se debería atacar el problema para llevar a cabo importantes políticas activas en el mercado laboral, un salario mínimo más alto o límites a los sueldos muy elevados, además de buscar mayores ingresos fiscales.
Lo que está en juego ahora es la propia democracia, las instituciones democráticas liberales que surgieron tras la II Guerra Mundial. Se trata de propugnar un cierto regreso a políticas que funcionaron y que se pusieron en cuestión o se desterraron por completo a partir de los años ochenta –el consenso sobre esta cuestión es total— con las revoluciones conservadoras de Thatcher y Reagan, que dieron pie a otro hecho que no se discute en el ámbito académico: que las corporaciones internacionales lograron evitar pagar impuestos en los países donde realizan sus actividades.
¿Quién da el primer paso para que no se generalicen esos asaltos al Capitolio o al Parlament?