El empresario José Elías, al recordar la época en la que su negocio de instalación se arruinó, describe el entorno financiero como un juego de alto riesgo dominado por el sistema de pagarés y plazos de pago insostenibles.
La razón fundamental de su colapso no fue una mala gestión de la obra, sino la estructura financiera impuesta por el sector, donde la dependencia del crédito bancario se convertía en una trampa mortal.
El negocio operaba bajo reglas de juego que la empresa no podía marcar. Elías detalla que, aunque la ley prohibía los plazos excesivos (el máximo legal era 90 días), lo habitual era empezar a negociar los pagos a 180 días.
Además, estos 180 días se contaban solo después de que la factura había sido validada, un proceso a menudo demorado con tecnicismos ("le falta la coma"). Esto generaba un desfase de cobro de unos 4 meses.
La trampa del descuento
Dado que la empresa tenía que pagar salarios y materiales a final de mes (específicamente alrededor del día 25), era imposible esperar medio año a cobrar.
Elías señala que comenzaba el día 1 del mes con 0 € en la cuenta y, sin embargo, debía pagar, por ejemplo, 340.000 € ese mes en nóminas y suministros.
La solución pasaba por el descuento de pagarés. El pagaré es un documento similar a un cheque, pero con una fecha de vencimiento futura (ej. para dentro de 100 días).
La empresa llevaba este documento al banco para que lo hiciera efectivo de inmediato a cambio de intereses. El banco adelantaba el dinero, manteniendo el pagaré como garantía.
La pérdida catastrófica
El mecanismo de ruina se activaba cuando el cliente final (el deudor) no pagaba al banco en la fecha de vencimiento. La responsabilidad recaía entonces en la empresa de Elías, de forma inmediata y costosa.
La cita que resume la brutalidad del sistema es clara: "el banco no tendría no solo te quedas sin dinero, sino que te descuentan los 100.000 más el 7% por gastos de devolución".
Si se utilizaban 100.000 € como ejemplo del monto de un pagaré, el banco cobraba 7.000 € solo por la comisión de devolución (el 7%). Además, si este impago dejaba la cuenta de la empresa en descubierto, el banco podía cobrar un 25% sobre el saldo negativo.
Elías lamenta la magnitud de las penalizaciones: "me has adelantado 100.000 y me has soplado 30.000 con la tontería". Esto demuestra que la devolución de un solo documento generaba pérdidas desproporcionadas.
Este entorno financiero funcionaba como un efecto dominó: si el cliente grande ("el de arriba") dejaba de pagar, "se iba toda la mierda", colapsando toda la cadena de suministradores y contratistas.
La presión era tal que Elías recuerda el estrés extremo, donde la semana del día 25 podía adelgazar 2 kg, una señal de los "malabarismos" financieros constantes que definían el sector.
El sistema era "cruel," porque la penalización siempre recaía sobre el "débil," mientras que el banco era quien "hacía el agosto" con las comisiones.
