El característico olor de la marihuana es el primer indicativo. Un tufo persistente que se cuela por cualquier brecha y lo impregna todo. Los repentinos cortes de luz pueden ser otra señal de alerta y los tubos de aluminio flexible que salen al exterior, otra más. Y es que convivir puerta con puerta con una plantación clandestina de maría es una realidad cada vez más frecuente en Cataluña, tierra bautizada por los propios Mossos d'Esquadra como "la huerta de Europa".
Aina (nombre ficticio), por desgracia, sabe bien lo que eso significa. Propietaria de un pequeño comercio en uno de los principales ejes comerciales de una pequeña localidad del Vallès Occidental (Barcelona), lleva más de un año luchando contra los dueños de una plantación ubicada justo encima de su tienda. Un cultivo pequeño, controlado por dos camellos de barrio, pero que le ha provocado graves perjuicios, hasta el punto de que hace justo un año casi tuvo que bajar la persiana de su local para siempre.
El día de la tragedia
Era domingo. Aina lo recuerda bien. Esa mañana, una vecina la llamó alterada para advertirle de que un charco de agua sobresalía por debajo de la puerta de la tienda. "El agua caía a chorro por el techo y las paredes del local, salía con tanta presión que dolía. Todo el género estaba empapado, todos los muebles destrozados. Los bomberos tuvieron que sacarme a la fuerza...", explica a preguntas de Crónica Global.
Todavía se le eriza la piel cuando se visualiza a ella misma tratando de salvar lo insalvable. Aún no se explica cómo, pero sospecha que el sistema de regadío de la plantación reventó y la fuerza del agua se llevó por delante casi siete años de esfuerzos. Los años que su pequeño negocio llevaba en pie.
"Nadie hizo nada"
Sin embargo, "nadie hizo nada". La respuesta que más se repetía era: "Ya sabemos quiénes son y lo que hay. Pero sin una orden judicial no podemos entrar", recuerda la joven. Así, mientras su tienda de descomponía, los dueños de la plantación de marihuana pudieron recomponerse y seguir con su negocio. Aina sentía estar cayendo por un pozo sin fondo. "Yo los denuncié por los daños, porque, en realidad, en ese momento no podía demostrar que ahí dentro hubiese una plantación, a pesar de que mi tienda olía a marihuana todo el día".
Aina se sintió sola. Desprotegida y abandonada tanto por el consistorio, como por los Mossos d'Esquadra o la Policía Local que, según ella, "no hicieron absolutamente nada para remediar la situación". Aina tuvo que cerrar durante más de dos meses para poder reconstruir todo lo que la inundación se había llevado por delante. "Suerte de los proveedores", asegura. Cuando volvió a abrir, la plantación seguía ahí. "Lo sabía por el ruido constante del generador...".
La macrorredada de Policía Nacional
No fue hasta meses después cuando la joven empezó a ver la luz al final del túnel. "Un día llegaron agentes de la Policía Nacional y me dijeron que estaban investigando la supuesta plantación que se encontraba encima de mi local". En ese momento, ya habían pasado varios meses desde el siniestro, y ella, después de mucho esfuerzo, había logrado remontar, pero le herida emocional seguía bien abierta. Aquello fue, sin duda, un soplo de aire fresco.
"En menos de dos meses desde que me informaron de la investigación en marcha, los investigadores de la Policía organizaron una macrorredada para detener a los dueños de la plantación". Desde entonces, Aina ya no convive con el olor permanente a marihuana. Tampoco con el ruido persistente de los generadores o con el miedo de que su tienda vuelva a quedar inundada. No obstante, el proceso judicial por los daños causados sigue en marcha y teme que, tarde o temprano, puedan volver...
Una pesadilla cada vez más frecuente
Lamentablemente, convivir con una plantación de marihuana es una pesadilla cada vez más frecuente. Y son, precisamente, casos como el de Aina los que permiten a los investigadores conocer la presencia de cultivos clandestinos. Sin embargo, Óscar, un aspirante a policía local, vecino de Cubelles (Barcelona), lamenta, como en el caso de la joven, que los Mossos van tan desbordados que "no pueden hacerse cargo de todas las denuncias y sospechas que les llegan".
En su caso, su instinto policial le hizo detectar varios indicios en un piso ubicado a escasos metros de su vivienda. Prácticamente, ventana con ventana. Óscar desde su comedor podría observar como varios tubos de aluminio flexible sobresalían de unas ventanas totalmente selladas de su vecino, disimuladas con un tendedero con ropa que podía pasarse semanas en la intemperie. "Todo muy sospechoso", indica el joven a preguntas de esta redacción.
Los Mossos van desbordados
"Costó mucho que los Mossos me hicieran caso", reconoce. "Lo que dejó en clara prueba la falta de medios y recursos. No dudo que los agentes no quisieran ayudarme, pero van sobrepasados", añade.
Finalmente, tras meses insistiendo, los investigadores de la comisaría de Vilanova i la Geltrú empezaron a tirar del hilo y, gracias a su aviso, se pudo cerrar un punto de cultivo y venta de marihuana en Cubelles y desarticular toda una red que traficaba con sustancias estupefacientes y que se extendía por toda la comarca del Baix Penedès, entre Barcelona y Tarragona.
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