¿Hola?, dietario de la monomaternidad
Alrededor del año de vida, los bebés empiezan a decir palabras con sentido y llega la mamitis, una fase más del desarrollo
27 noviembre, 2021 00:00Poco después de cumplir el año, mi hijo ha aprendido a decir “mamá”, lo que me llena de un profundo orgullo, aunque todavía no estoy segura de si se refiere a mí. A veces estamos en el parque jugando y de pronto echa a andar en dirección opuesta a mí, gritando “mamaaaá, mamaaaá”, marcando un fuerte acento en la última sílaba, y yo creo que significa: “Me voy”. Después está el “ma-ma-ma-ma-ma-ma” muy seguido, que balbucea cuando se acerca la hora de comer o entramos en la cocina, por lo que yo intuyo que significa que tiene hambre. Y luego está el “¿mamá?, ¿mamá?”, que suelta cada vez que me ve desparecer de una habitación y sale corriendo a buscarme, como si le diera pánico quedarse solo, o cuando se engancha a mi pierna como una garrapata y alza los brazos, pidiendo que lo coja.
“La mamitis dura hasta los 3 o 4 años, así que vete acostumbrando”, me comentó una amiga muerta de risa cuando le conté que mi hijo empezaba a querer estar todo el rato conmigo y se hacía un poco pesado. Admito que el fenómeno mamitis me ha pillado por sorpresa, y hasta me da un poco de pena ver que, si estoy yo delante, mi hijo lloriquea cuando el abuelo, la canguro o algún amigo de confianza lo agarra en brazos. “Pero si es el avi”, le digo, preocupada por si está demasiado enmadrado por mi culpa. Pero me he informado al respecto, y según varias webs especializadas en bebés, la mamitis es una fase totalmente normal en el desarrollo del bebé, y suele aparecer entre los 8 y 15 meses. “La mamitis se debe a la ansiedad por la separación, y es una fase normal del desarrollo que va disminuyendo gradualmente, a medida que el niño crece. En este período, el pequeño desea estar siempre con su madre y siente angustia si ella se aleja: se siente inseguro, asustado, triste y a veces enfadado”, leo en la web Mi bebé y yo. Me tranquiliza también escuchar a mi madre, siempre tan directa: “Lo de tu hijo es puro teatro: cuando no estás delante, está más feliz que unas castañuelas”, me asegura.
Madre soltera
Me cuentan mis amigas casadas que la mamitis implica incluso el rechazo del bebé a estar con el padre, algo que les afecta más de lo que parece, especialmente cuando se trata de padres primerizos y les pilla por sorpresa. Algunos padres pueden sentirse frustrados o desplazados, y llegar a tener celos, provocando discusiones en el hogar.
Como madre soltera me libraré de este problema, pero tengo otros, como la falta de referentes masculinos para mi hijo, más allá del abuelo o de mi hermano, así que me he propuesto que mi hijo vea a menudo a mis amigos hombres. La presencia masculina por lo general no le asusta, a no ser que lleven barbas. A mi hermano mismo, por ejemplo, que luce una cuidada barba hípster, todavía lo mira con cierto recelo. En cambio, al diácono que lo bautizó el pasado sábado, un chaval de rostro imberbe y mirada afectuosa, lo miraba con mucha curiosidad mientras leía el Evangelio, enfundado en la túnica color marfil y la estola verde. “¡Agua! ¡Agua!”, iba chillando muy contento cuando descubrió el caldero de cobre lleno de agua con el que iban a bautizarlo. El diácono tuvo que aguantarse la risa en varias ocasiones durante la ceremonia, que —gracias a Dios— fue breve, amena y muy familiar. La verdad es que yo no soy creyente, pero como mis padres sí lo son y les hacía ilusión bautizarlo, lo hice por ellos. No me costaba nada. Incluso la sesión de catequesis obligatoria previa a la ceremonia estuvo bien, con mi hermano (el padrino) preguntando qué diría la Iglesia si mañana descubrieran que hay vida extraterrestre y mi hermana (la madrina) cuestionando al joven diácono qué pensaba sobre el hecho de que las mujeres no pudieran ser sacerdotes. Lo que más agradecí fue que el diácono no mencionara en ningún momento mi decisión de ser madre soltera con reproducción asistida.
Le encanta el queso
Para celebrar el bautizo, nos reunimos unos cuantos en casa a tomar una copa y picar algo. Mi hijo se puso las botas de pan con queso: el brie de meaux y el comté son sus favoritos. “No hay duda de que ha salido a mí”, me dije con orgullo contemplando sus dedos manchados de queso. A veces le doy galletas o pan untado con Philadelphia y se divierte relamiendo las capas de queso hasta que solo queda una masa marrón pringosa con textura de plastilina, que voy encontrando por toda la casa.
El queso también ha sido la solución para que me coma verdura: hace poco le hice unas hamburguesas de brócoli con parmesano siguiendo una receta que encontré por internet y se las comió muy a gusto. ¿Brócoli al vapor? ¿Verdura hervida? ¿Crema de calabaza? ¿Puré de patata? Ni lo sueñes, mamá, parece decirme, fijando la mirada en un libro o en el más allá. Los forcejeos suelen acabar con la verdura estrellándose contra su pijama y el suelo de la cocina como un campo de batalla.
Un teléfono
“El mes que viene te meto en la guarde”, lo amenazo, sabiendo que no servirá de nada. Tampoco distraerlo con sus libros musicales o enchufándole el videoclip de Baby Shark en el móvil, como hace la canguro. Cuando mi hijo decide no comer, no hay nada que hacer. Sé que la lucha está totalmente perdida si señala el teléfono inalámbrico, situado junto a la mesa de la cocina. Cuando se lo doy, él solito se lo pone detrás de la oreja y dice “¿Hola?, ¿hola?”, como si estuviera hablando por teléfono.
“¿Hola? ¿Hola?”, decía también ayer noche, colocándose una manita en la oreja, cuando intentaba dormirlo en su cuna. “No, bebé, ahora toca dormir, no hablar por teléfono”. Y él se reía y se revolcaba de un lado a otro por la cuna, sin dar ninguna señal de tener sueño. Cuando por fin parecía dormirse, de pronto se ponía a balbucear y hacer el sonido del indio, cubriendo y descubriendo la boca con sus manos, o volviendo otra vez al “¿hola?, ¿hola?”.
Conseguir que mi hijo se duerma rápido sigue siendo un reto, pero yo he optado por armarme de paciencia y quedarme junto a él hasta que se duerma. Cerrar la puerta y dejarlo llorar me parece demasiado cruel.