Nápoles más allá de la pizza, el caos y el culto a Maradona
La historia de la ciudad más poblada del sur de Italia, capital de la región de Campania, supura siglos de arte y arquitectura y buena gastronomía
8 febrero, 2020 00:00Besos de bienvenida entre familiares en Capodichino. El viaje hasta piazza Garibaldi en el Alibus, que cubre el trayecto entre el aeropuerto y el centro de la ciudad, se convierte en 15 minutos de bromas en dialecto napolitano. El centro neurálgico de la capital de la región de Campania amanece vibrante con tráfico intenso y, de fondo, tras el sonido de los cláxones, se aprecia el de las cucharillas removiendo el oro negro. Intenso aroma a espresso. Buongiorno Napoli!
La ciudad más poblada del sur de Italia también es Vesubio --el volcán aún activo que destruyó la cercana Pompeya--, fe y superstición, siglos de arte y arquitectura, calles angostas con balcones repletos de ropa tendida, motos circulando en un caos controlado —el oxímoron se cumple—. También Maradona, Renato Carosone y Antonio de Curtis (Totò). Ragú, conos con fritura de pescado y pantagruélicas polpettes --albóndigas-- regadas con vino rosso. Sfogliatella --hojaldre relleno de ricota-- los legendarios ministeriale de la pastelería Scaturchio, y babà al ron. Su pizza es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco. Plato humilde, elaborado con ingredientes económicos, contra el que tantas atrocidades se cometen en el resto del planeta --piensen en la piña--. Pero su gastronomía, al igual que sus habitantes rompen con los tópicos que se les atribuyen, va mucho más allá.
Stendhal pensaba en Nápoles
Aunque al síndrome de Stendhal también se le conoce como síndrome de Florencia, esta afectación psicosomática que causa vértigo y palpitaciones cuando alguien se ve expuesto a una gran belleza, también conocida como mal del viajero, bien podría aplicarse a la capital de Campania, Eso sí, en ocasiones hace falta apreciar el arte de Nápoles tras alguna capa de decadencia, deterioro y, en ocasiones, dejadez y suciedad. Porque, como reza la manida cita, la belleza está en los ojos de quien mira (o "lo esencial es invisible a los ojos", como escribió Antoine de Saint-Exupéry).
Así, entre la basta obra arquitectónica de la ciudad, destacan sus fortalezas, como el medieval Castel Nuovo --conocido como Maschio Angioino--; cuyo arco de triunfo de mármol blanco conmemora la entrada de Alfonso V de Aragón en Nápoles en 1443, o el Castel dell’Ovo, en el islote de Megaride. Según reza la leyenda, esta construcción debe su nombre al huevo que Virgilio habría depositado en los cimientos. Sin este, se derrumbaría y la ciudad sufriría una catástrofe.
Fe y superstición
El Convento de Santa Chiara; la iglesia de San Domenico Maggiore --donde estudió Santo Tomás de Aquino entre el 1272 y el 1274-- y Il Duomo di Napoli o Catedral de San Gennaro, son otros de los legados arquitectónicos de la ciudad. Y es que Nápoles es la urbe europea con mayor número de iglesias --cerca de 500--. Además, infinidad de altares con santos y vírgenes se suceden en sus calles. A pesar de ello, la fe no está reñida con la protección contra el mal de ojo, al menos en la tercera urbe más grande de Italia --tras Roma y Milán--. El amuleto napolitano más célebre es el curniciello. Un cuerno rojo tuosto, vacante, stuorto y cu 'a ponta --rígido, hueco, torcido y puntiagudo-- que debe ser regalado. Un símbolo que, ya desde tiempos prehistóricos, se ha considerado de buen augurio, así como emblema de fertilidad y prosperidad. Y es que quienes lo portan parecen secundar la cita del dramaturgo Eduardo de Filippo, que reza: “ser supersticioso es de ignorantes, pero no serlo no trae buena suerte”.
Tras abandonar Garibaldi, y dejando Corso Umberto a la espalda, uno se adentra en Forcella, y llega a Via dei Tribunali. Las imágenes de la Madonna se alternan con innumerables graffitis, entre ellos el majestuoso San Genaro —patrón de la ciudad— de Jorit Agoch. El más popular, pocos metros más adelante, el de una virgen, la del artista callejero más codiciado, Banksy, con una pistola a modo de halo, en referencia a la convivencia entre fe y crimen. Y es que Nápoles se ha transformado a lo largo de los años con el arte callejero. Barrios como los Quartieri Spagnoli o San Giovanni a Teduccio, a los que hasta hace algún tiempo pocos se atrevía a adentrarse, ahora reciben a visitantes que fotografían sus paredes.
Gastronomía napolitana más allá de la pizza
Tras tanto caminar, comienza a apretar el hambre, y sí, la pizza por excelencia es la napolitana. Más allá de la mítica Da Michele --que también cuenta con sucursal en Barcelona-- destaca Sorbillo --con varias sedes en la ciudad-- frecuentada por locales, y que, a lo largo de los últimos años ha sufrido varios ataques que se han atribuido a la Camorra. El último, en enero de 2019, cuando un paquete bomba destrozó el local del excarabinero Gino Sorbillo en Via dei Tribunali.
La margherita --según la tradición solo son originales ésta y la marinara-- de Le Sorelle Bandiera (Vico Cinquesanti, 33) también es exquisita. El precio ronda los 6 euros en la mayoría de locales. Otra opción para adentrarse en la gastronomía napolitana son las trattorias --tradicional restaurante familiar-- y osterias --antiguamente, era el bar donde los locales se reunían a beber vino de la casa, aunque a día de hoy es una casa de comidas ambiente rústico en la que sirven solo tres o cuatros platos del día--. Campagnola (Via dei Tribunali, 47), es de las primeras. Espectaculares fiore di zucha --flor de calabacín-- rellenas; fritura magistral, nada desdeñable parmigiana di melanzane, y exquisitas polpettes, con una cuidada selección de vinos de la región. De las segundas, La Chitarra (Rampe San Giovanni Maggiore), donde un matrimonio recibe y sirve auténtica comida casera. Antipasto compuesto por quesos, salami, zanahorias y col encurtida, así como fritura. Un risotto de tomate y provola de Amalfi y un bacalao frito magistral. De postre, la tarta de limoncello. Altamente recomendable.
Y es que, como afirmó Goethe en su obra Viaje a Italia, Vedi Napoli, poi muori --Ver Nápoles, después morir--.