Vista de Castellfollit de la Roca

Vista de Castellfollit de la Roca CANVA

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La joya volcánica de La Garrotxa: el pueblo de menos de 1.000 habitantes construido sobre lava solidificada

Un pequeño municipio suspendido sobre un paisaje único que esconde una historia poco conocida

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Al norte de Cataluña, entre valles húmedos, bosques de hoja caduca y cicatrices volcánicas que aún modelan el paisaje, existe un municipio cuyo emplazamiento desafía la lógica. Desde lejos parece una ilusión: un puñado de casas aferradas a una pared de roca negra, como si el tiempo hubiera decidido detenerse justo en el borde del abismo.

Documentado desde el siglo XI y construido sobre la huella petrificada de antiguas coladas de lava, este pequeño núcleo medieval ha sobrevivido a terremotos, guerras y a la propia fragilidad de su ubicación. Hoy continúa siendo uno de los enclaves más insólitos de la Garrotxa, aunque muchos visitantes pasan de largo sin sospechar la historia que se esconde sobre esa plataforma natural imposible.

Acantilado de basalto

Castellfollit de la Roca es un municipio de la comarca de la Garrotxa que se distingue por su emplazamiento extraordinario: todo su casco antiguo está construido sobre una cinglera basáltica que se eleva unos 50 metros sobre el cauce del río y se extiende casi un kilómetro de longitud. Está situado a 296 metros de altitud y allí viven 947 habitantes, según los datos más recientes del Idescat.

Ese basamento rocoso es el resultado de la solidificación de antiguas coladas de lava. Hay constancia de al menos dos flujos superpuestos formados en periodos geológicos remotos. Esta estructura confiere al pueblo una fisonomía única, con casas y calles que parecen surgir directamente de la roca. Su superficie municipal es de menos de un kilómetro cuadrado.

Origen medieval

Las primeras referencias documentadas del núcleo antiguo provienen de finales del siglo XI, cuando ya existía una pequeña fortificación conocida como “Kastro Fullit”, antecedente del asentamiento actual.

Castellfollit de la Roca

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A lo largo de la Edad Media y la Edad Moderna, este enclave sobrevivió a sacudidas sísmicas —como el terremoto de 1428— y a diversos conflictos regionales, conservando un tejido urbano adaptado a la roca y al relieve abrupto que lo sostiene.

Patrimonio geológico

El casco antiguo se sostiene sobre una cinglera basáltica imponente, formada por coladas de lava solidificada que, erosionadas durante miles de años, han creado un zócalo rocoso espectacular. Esta pared natural es uno de los mejores ejemplos de relieve volcánico conservado en la Garrotxa.

El entorno inmediato forma parte del Parque Natural de la Zona Volcánica de la Garrotxa, un territorio rico en volcanes apagados, coladas antiguas, bosques y espacios protegidos. Desde el casco histórico parten rutas que permiten recorrer el río, observar el acantilado desde la base y regresar por callejuelas estrechas, en un recorrido que resalta la fragilidad y belleza del paisaje volcánico.

Historia, escala humana y rincones por descubrir

Castellfollit es también uno de los municipios más pequeños de Cataluña: su término municipal ocupa menos de un kilómetro cuadrado. Esta escala reducida y su emplazamiento sobre la roca han condicionado su crecimiento, su urbanismo y la vida diaria de sus habitantes.

Castellfollit de la roca

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El barrio viejo conserva trazado medieval, con calles estrechas, casas construidas con piedra volcánica y un urbanismo que sigue la forma del risco. Entre los puntos de interés destacan la iglesia de Sant Salvador, que corona la cinglera como un mirador hacia los valles, y la pasarela sobre el río Fluvià, desde donde el perfil del pueblo adquiere toda su fuerza visual.

Para quienes busquen naturaleza más allá del casco histórico, Castellfollit ofrece acceso directo a rutas de senderismo, ciclismo y actividades al aire libre que recorren el territorio volcánico de la comarca, una forma de combinar patrimonio, paisaje y geología en un mismo entorno.

Cómo llegar

Llegar a Castellfollit de la Roca es sencillo gracias a su ubicación junto a la carretera C-26, que conecta directamente con Olot y Besalú. Desde Girona, el acceso habitual es por la A-2 y la C-66, una ruta que permite enlazar después con la C-26. El trayecto en coche ronda los 45 minutos, y la aproximación final ofrece algunas de las mejores vistas del acantilado.

El municipio también cuenta con autobuses interurbanos que enlazan con Olot y varias localidades de la Garrotxa, lo que facilita la visita sin vehículo propio. Una vez allí, el casco antiguo es completamente transitable a pie: las distancias son cortas y el recorrido permite apreciar la cinglera desde diferentes ángulos antes de abandonar el pueblo.