El mayor de los Mossos d'Esquadra, Josep Lluís Trapero, junto a una imagen de dos agentes el día del 1-O / CG

El mayor de los Mossos d'Esquadra, Josep Lluís Trapero, junto a una imagen de dos agentes el día del 1-O / CG

Política

Trapero, el ocaso de un jefe al que odiaban sus amigos

La Guardia Civil y la Policía Nacional le devuelven la misma inquina que el mayor de los Mossos d'Esquadra derramó contra ellos tras el atentado de Las Ramblas

8 abril, 2018 00:00

22 de agosto de 2017.

La entrevista tuvo lugar un día después de la muerte en un enfrentamiento con los Mossos d’Esquadra de Younes Abouyaaquod, conductor de la furgoneta que protagonizó el atentado de Las Ramblas del día 17 de agosto en el que murieron 15 personas.

El dato objetivo era irrefutable: los agentes catalanes en tan sólo dos semanas habían acabado con la célula yihadista que conmocionó al mundo entero aquella calurosa tarde de agosto.

Grave error

El flamante mayor de los Mossos d'Esquadra, Josep Lluís Trapero, la cara visible del departamento de Interior durante aquellos 15 convulsos días, hablaba a los micrófonos de Catalunya Ràdio. Con una mueca de satisfacción insana, el entonces mayor declaró ante la entregada y lisonjera periodista:

“Oiga, --dijo sin modestia alguna-- que la ciudadanía está poniendo flores en los coches de los Mossos. ¿Y a otros? --en referencia a la Guardia Civil y al Cuerpo Nacional de Policía (CNP)--, ¿qué les ponen?" Y se respondió a si mismo con sarcasmo: "A otros, mierda. Cada vez están más lejos de la gente y por suerte la policía que yo dirijo esta cada vez más cerca. Veremos quién gana”, sentenció con un orgullo mal disimulado.

Era su mejor momento, el que tanto tiempo había anhelado. Pero esa declaración, ese tono y esas formas (malditas formas), supusieron, sin que probablemente él lo intuyera entonces, su sentencia de muerte profesional.

El mayor mordió el anzuelo

El que ha sido jefe de los Mossos sabe cómo son y cómo se comportan los generales de la Guardia Civil y los comisarios del CNP, funcionarios que comparten una común característica: son tipos resabiados.

Josep Lluís Trapero / PEPE FARRUQO

Josep Lluís Trapero / PEPE FARRUQO

Un tipo con el bagaje de Trapero debería haber sabido que aquellas palabras vertidas en la radio iban a constituir la excusa definitiva que buscaban sus "enemigos” para que, después de diversos intentos, machacarlo y esta vez con voluntad de aniquilación.

Humillación durante años

El mayor mordió el anzuelo y fue víctima de su propio carácter altivo, de ese vinagre almacenado durante tantos años a fuerza de ser humillado por guardias civiles y policías nacionales.

Se cuenta la amarga anécdota de que a mediados de los noventa, siendo jefe de atracos, Trapero solicitó a sus homólogos del CNP la foto de un ladrón sospechoso que actuaba en la demarcación de Girona, donde estaba destinado el entonces subinspector. La Policía Nacional, después de confirmarle que tenían indentificado al delincuente, le envió por fax la copia de la etiqueta de una botella de Anís del Mono.

Resbalones impropios

Con el paso del tiempo, Josep Lluís Trapero, José Luís o Pepe para sus amigos y conocidos, también había acabado siendo un mando resabiado. Lo era hasta el punto de que, durante años, se zafó de las innumerables pieles de plátano que desde dentro y fuera de la policía autonómica le pusieron en su camino.

Por ejemplo, guardias civiles, policías e incluso algún juez quisieron implicarle en un caso de corrupción policial llamado operación Macedonia. Estaba limpio y el intento por cuestionar al entonces comisario, resultó infructuoso, rayano en lo ridículo. Un confidente policial, M.G.C., implicado en ese sumario, explicó ante el juez, requerido a tal efecto, que en alguna ocasión había comido con el mando de los Mossos para hablar de aportaciones de datos. “Yo le llamaba el psicópata --declaró el confidente--. Era tan mirado que no me dejaba ni pagar los cafés”.

Demasiado alarde

Trapero sabía ya entonces que los deslices se pagan caro. Lo sabía, pero en 2017 resbaló incomprensiblemente.

Para empezar. Sí, es verdad, la célula yihadista cayó. Pero muchos observadores internacionales y reputados juristas como Carlos Jiménez Villarejo cuestionaron el “abatimiento” de los terroristas por parte de los Mossos. En particular el de Abouyaaqoub en Subirats (Barcelona). Le propinaron 24 tiros, algunos con arma larga a un hombre desarmado y a menos de diez metros. ¿Eran necesarios?

La suerte del proceso

A los Mossos --y probablemente a toda la sociedad-- les acompañó la suerte en toda aquella investigación. La hubo cuando el conductor de la furgoneta sólo hirió a una agente que le dio el alto en un control. No atinaron a identificar a ese yihadista cuando horas antes de su localización en Subirats intentó robar un coche en el parquin de un centro comercial. Muchos esfuerzos pero también muchos errores. Mucha suerte, demasiada como para alardear, pero el resultado final le supuso condecoraciones civiles y policiales.

Y lo peor estaba por venir. De nuevo, las formas. De nuevo, su incapacidad para controlar una arrogancia que parecía haber entrado en un irreversible conflicto con su reconocida capacidad técnica como investigador y como coordinador policial.