A punto de cumplirse un año de las elecciones del 14F, no queda rastro de la unidad independentista que salió de las urnas. El caso Juvillà ha dado la puntilla a un tripartito secesionista --Junts per Catalunya, ERC y CUP-- condenado a entenderse pero que, hoy por hoy, ni tiene una ruta común hacia la "república catalana" ni está de acuerdo en la gestión del día a día. Pero es que, además, la renuncia de Laura Borràs a la desobediencia ha desatado una caza de brujas dentro de su propio partido, JxCat, donde ha habido duras críticas a la estrategia jurídica seguida por la presidenta del Parlament.
ERC parece haber salido indemne de este conflicto, pero éste se produce en vísperas de la conferencia de Pere Aragonès prevista para el próximo lunes con la finalidad de hacer balance de ese primer año de gobierno. Durante este tiempo, el republicano ha perdido el apoyo de los cupaires y ha sido incapaz de convencer a sus socios de JxCat para que se sumen a su mesa de diálogo con el Gobierno. Una apuesta, la de la negociación, que no está dando los frutos que el secesionismo ha prometido.
La pasividad de Puigdemont
La decisión de Borràs de retirar el escaño al inhabilitado Juvillà ha agudizado las pugnas internas en Junts per Catalunya (JxCat), partido donde diversos sectores mantienen una lucha por el liderazgo del partido ante el papel cada vez más pasivo de Carles Puigdemont. También en la polémica generada por Borràs ha optado por el silencio. No así su entorno más inmediato. Aurora Madaula, secretaria segunda del Parlament y dirigente del Consejo para la República --el gobierno paralelo con sede en Waterloo a la medida de Puigdemont--, utilizaba las redes sociales para cerrar filas con Borràs y denunciar que “gente que creías que eran compañeros, atacando en modo dual, reclamando la inmolación y olvidando que cuando ellos estaban, ni hicieron nada de lo que ahora defienden. Y lo que más duele es que no son críticas constructivas ni inocentes, sino destructivas y con interés político personal”.
Más soterrado fue el cruce de reproches de los dirigentes de JxCat en la ejecutiva celebrada esta semana donde, de nuevo, fue Jordi Sànchez, secretario general del partido, quien se llevó la peor parte. Se le acusó de no ser más combativo a la hora de defender a Borràs.
Críticas a Boye
El caso Borràs ha hecho revivir fantasmas del pasado. Y de ahí que algunos miembros de JxCat hayan puesto el foco en el abogado de Puigdemont y de Quim Torra, Gonzalo Boye, a quien atribuyen el error estratégico de la presidenta del Parlament. Recuerdan que fue él quien dejó que Torra se inmolara ante los jueces confesando que había desobedecido --posteriormente, fue inhabilitado-- y que, asimismo, está detrás de algunos movimientos arriesgados del fugado.
No agrada a los neoconvergentes que en el despacho de Boye se llevara la defensa del periodista Carlos Mier, que se ha visto salpicado por el caso Villarejo. En paralelo a esa caza de brujas interna, JxCat culpa a ERC y CUP de haber dejado sola a Laura Borràs. Esto es, de buscar su inmolación.
Este es el enfoque que el también abogado Jaume Alonso-Cuevillas, diputado de Junts, dio a los hechos ocurridos en el Parlament. Una alusión poco velada a Esquerra, que ya tuvo que soportar en la anterior legislatura duros reproches por haber propiciado la retirada del escaño a Torra cuando Roger Torrent presidía la Cámara.
Baño de realidad procesista
Los republicanos, a través de su secretaria general adjunta y portavoz de ERC, Marta Vilalta, acusaron a Borràs de “prometer jugadas maestras” y pronunciar “palabras vacías”. Negó que la presidenta del Parlament les trasladara su plan para blindar el escaño del Juvillà.
ERC ha salido airosa de este nuevo baño de realidad procesista, aunque a partir de ahora deberá gestionar la desunión del independentismo. Aragonès va a tener que dar muchas explicaciones sobre esa fractura, así como de la consistencia de su mesa de diálogo, que no apoyan ni JxCat ni la CUP. Todo ello, cuando está a punto de llegar al primer año de mandato.