El ambiente se puede cortar de lo tenso que está. La sociedad está hastiada, cansada de una crisis crónica agravada por una pandemia, primero, y una guerra ahora, con lo que ello implica para el estado de ánimo y para el bolsillo. El mundo está polarizado. No hay matices entre el blanco polar y el negro azabache. Ingredientes perfectos para añadir al cóctel de la frustración. Y una frustración mal gestionada se torna irritación, crispación y, a veces, violencia. También padecen insatisfacción nuestros ídolos, que a priori tienen de todo y lo tienen todo para ser felices, pero que son tan débiles como el que más y tampoco saben lidiar con el fracaso ni con la presión. Para bien o para mal, sus reacciones airadas tienen mucha más repercusión, pero no a todos se les juzga por igual. Will Smith no es Cristiano.

El bueno de Will Smith ha representado muchísimos papeles durante su carrera artística, pero los perdió, en sentido literal y en figurado, el día que premiaron su trabajo. Él, un tipo querido, simpático, sin una mancha en su currículum, se dejó llevar por la ira para cometer su peor error. Nada justifica el bofetón más famoso de la historia de Hollywood, pero, una vez dado, estaría bien analizar cómo llegó a esa situación para evitar que él y otros actúen de ese modo en adelante. En lugar de eso, hacemos sangre de ello. A partir de ahí, es por todos conocido lo que ha ocurrido: se ha disculpado, se ha dejado ver en una terapia, su esposa le ha afeado su actitud, la Academia le ha vetado durante 10 años, y le han cancelado ya un par de proyectos. Está pagando con creces su pérdida de control (¿se le perdonará algún día? ¿quién lo decide?), algo que no ocurre en otros ámbitos.

Pongamos el caso del fútbol. Parece que hemos aceptado que es un juego bruto, violento, alejado de las buenas costumbres de sus inicios, y que todo vale, porque tiene sus propios códigos. Lo que pasa en el campo se queda en el campo, ¿no? Hemos visto agresiones tremendas, codazos, mordiscos, entrenadores metiendo el dedo en el ojo a otros... y aquí no pasa nada. A lo sumo, una multita y algún partido de sanción, salvo que sean reincidentes, que entonces el castigo puede ser algo mayor. Pero, por ejemplo, nadie crucificó a Zidane por el cabezazo que le propinó al italiano Materazzi en la final del Mundial del 2006 en el último partido de su carrera. Tuvo que pagar 7.500 francos suizos y conmutar su sanción deportiva por servicios a la comunidad. Nunca ha perdido por ello su “elegancia” ni su condición de “señor”. Y pronto tuvo la oportunidad de sentarse en los banquillos, incluso sin título, y triunfar en ellos.

Con Cristiano Ronaldo pasará algo parecido. Y eso que su manotazo a un chaval con autismo, al que le rompió el móvil presa de su frustración, va más allá del ámbito puramente deportivo. Por ahora, ha pedido perdón, pero dejará de ser embajador de Save the Children, y es posible que reciba alguna multa; que nadie espere una sanción mucho mayor. Seguirá con la mayoría de sus patrocinadores y continuará practicando el fútbol sin problemas. Es cierto que algo distinto ocurrió con Benzema, condenado por un caso de chantaje sexual. Le costó varios años sin vestir la camiseta de la selección. Pero es que eso ya es un delito. Grave.

Otro ámbito en el que estamos adormilados es la política. Si no es la corrupción de unos es el procés de otros, pero seguimos entregados a los mismos partidos e, incluso, a los mismos líderes. Algunos de ellos ni siquiera responden por sus actos y pregonan que lo volverán a hacer y, pese a ello, reciben el indulto, aunque les es insuficiente. De lo malo, empiezan a reconocer el daño que hicieron a la economía, bien que inician otras batallas, como la lingüística. Pero nada que no se pueda tapar con la próxima celebración del día de la república catalana. En todo caso, la cuestión aquí es la distinta vara de medir que se emplea según el sector, el contexto y el personaje. Y el ruido que se genera alrededor de cada situación concreta en función de unos parámetros que nadie conoce, pero que alguien marca. ¿Quién decide qué tipo de comportamientos hay que aceptar y en qué contexto? Seguramente no es justa esta diferencia de criterios.