Nos llegan noticias inquietantes desde esa ERC moderada, pragmática y ávida de ensanchar la base. Josep Lluís Trapero ha sido fulminado porque los republicanos querían marcar perfil, dejar claro que mandan en el Consejería de Interior. Esa es la versión semioficial. La inconfesable, aunque obvia, es que el hasta ahora jefe de los Mossos d’Esquadra ha adquirido con el paso de los años una pátina constitucionalista que podría obstaculizar otra intentona de repetir el desafío independentista. Ho tornaran a fer? Todo es posible bajo ese cielo independentista, crepuscular, pero cansino.

Agonizante, aunque con estertores que no se deben tomar a la ligera. A estas alturas de mandato republicano, Pere Aragonès ha demostrado que todavía necesita hacerse perdonar su pacto con Pedro Sánchez, que no lleva bien la presión de sus socios de Junts per Catalunya, que si hay una posibilidad, por pequeña que sea, de que el PSOE pierda las elecciones generales y PP tome las riendas del Gobierno español --con Vox como posible aliado--, es necesario estar preparado para dar un último golpe de efecto final. Y Trapero, el arrepentido, no puede estar al frente de la policía autonómica cuando eso ocurra.

Quizá se pueda demostrar algún día que la filtración de los viajes del mando policial a Madrid procede de la misma Consejería de Interior. Porque son esas reuniones institucionales en Zarzuela, Tribunal Supremo y Audiencia Nacional, por otro lado normales cuando se tiene la responsabilidad y la obligación de mantener la colaboración con otros cuerpos policiales, las que activaron la cuenta atrás hacia el despido de Trapero, que ahora expía sus pecados de ambición. Nada tenía de independentista este policía. Ni antes, cuando alternaba con la droite divine liderada por la tertuliana Pilar Rahola en Cadaqués, ni mucho menos después, cuando una vez absuelto de sedición por el referéndum del 1-O, se dio cuenta de las consecuencias de politizar un cuerpo utilizado como escolta personal de Carles Puigdemont para huir a Bélgica, despreciado por Quim Torra ante las presiones de los CDR y vendido por Aragonès a la CUP.

La cosa va de mal en peor y, según se mire, Trapero se ha librado de una buena. La labor de los Mossos es hoy fiscalizada por una comisión parlamentaria presidida por los antisistema, por una oficina externa encargada de detectar las malas praxis de los agentes --como si no hubiera ya una División de Asuntos Internos, Fiscalía o los juzgados-- y por unos servicios jurídicos que filtran los casos en los que el Govern ejerce la acusación cuando son agredidos por activistas independentistas.

Al frente de todo eso estará el sustituto de Trapero, Josep Maria Estela, que pertenece a la remesa de nuevos comisarios elegidos a dedo por el exconsejero de Interior, Miquel Buch. En efecto, esa ERC que quería dar un golpe de timón en este departamento recurre a un mando ungido por los neoconvergentes y que, entre sus méritos patrióticos, figura la polémica identificación de 14 personas que retiraban símbolos independentistas en agosto de 2018. Estela estaba al frente de la unidad que ordenó actuar contra esas personas, a las que se advirtió de que podían ser sancionados con multas de hasta 30.000 euros. No en vano, el nuevo jefe de los Mossos había posado junto a varios miembros del anterior Govern --entre ellos Aragonès, entonces vicepresidente-- ante un gran lazo amarillo en un homenaje en Alcanar a los agentes que intervinieron en la operación contra los yihadistas que atentaron en Cataluña en 2017.

Y si Estela no soporta que le toquen los lazos, sus bases no pueden tolerar que, en cinco años, les hayan cambiado seis veces de jefe. “Eso no da estabilidad ni denota confianza del Govern hacia sus mossos”, denuncia el diputado de PSC-Units y exconsejero de Interior Ramon Espadaler.

Y tiene razón. Joan Ignasi Elena está jugando con fuego. No parece que al conseller le importe demasiado que los miembros de una “estructura de Estado” como es la policía autonómica estén al límite, sufran una carencia crónica de recursos materiales y personales, y sean utilizados como moneda de cambio entre ERC y la CUP. No hace tanto, mossos y policías locales salieron a la calle para defender su dignidad. Y hace mucho más tiempo, lo hicieron hablando en castellano, algo que se le hizo insoportable al entonces presidente de la Generalitat, Artur Mas. Yo he visto cosas que vosotros no creeríais...