Ensanchar la base es, para ERC, colocar al castellanohablante Gabriel Rufián como portavoz en el Congreso y asegurar, en vísperas de las elecciones catalanas del 14F, que “aquí no sobra nadie”. También lo es que Pere Aragonès afirme que en Cataluña “no hay colonos” en un gesto de reconciliación posprocés que no se traduce en hechos. Y éstos son, que el president considera que el castellano es una lengua de segunda categoría que no merece ni un 25% de espacio en la enseñanza catalana.

No hay margen para defender los derechos lingüísticos de quienes piensan, sienten y viven en un idioma cooficial, mayoritario en una sociedad donde el soberanismo más recalcitrante quiere erradicarlo. El castellano, así lo sostiene el independentismo radical de Carles Puigdemont, Laura Borràs, los del manifiesto Koiné, la ANC y Plataforma per la Llengua, es una lengua de imposición. Y Aragonès se ha alineado con esas posiciones tras la resolución del Tribunal Supremo que tumba la inmersión. El republicano considera, por tanto, que quienes nacimos, vivimos y trabajamos en Cataluña teniendo como lengua materna el castellano, somos colonos. Y la única alternativa que tenemos para “integrarnos” en el modelo de sociedad que quiere ese secesionismo es renegar de la cultura de nuestros padres y dejar de reivindicar que si la cosa va de cuotas --el catalán en el sector audiovisual, o el castellano en la escuela--, que un 25% no supone ninguna amenaza.

Es difícil referirse a esos trabajadores del resto de España que, en los años 60, se trasladaron a Cataluña buscando mejores oportunidades, sin utilizar el término “inmigrantes”. Nunca lo fueron, aunque ese nacionalismo, excluyente y supremacista, al que se arrima Aragonès y su consejero de Educación, Josep González-Cambray, les haya tratado como tales. Decía la fallecida actriz Montserrat Carulla que Franco "nos envió a mucha gente, cargó trenes con gente, para ver si de alguna manera nos diluía. Porque él quería a Cataluña, pero quería una Cataluña castellana". Después vinieron las disculpas y las rectificaciones, pero Carulla dijo en voz alta lo que piensan muchos intransigentes. Que quienes hablan en castellano contaminan con sus costumbres a los catalanes de bien. El bilingüismo, sostienen, no enriquece, sino que pervierte a una nación milenaria. La convivencia lingüística, creen esos ultraseparatistas, genera un mestizaje indeseable.

Lo más curioso es que la sociedad catalana es mucho más razonable que quienes gobiernan nuestras instituciones. Ambos idiomas han convivido siempre sin problemas pero, por motivos que nada tienen de pedagógicos, esa naturalidad no se quiere trasladar a las aulas. Los sucesivos gobiernos catalanes han blindado una inmersión monolingüe en los colegios que no ha evitado el retroceso del catalán, como reflejan las encuestas de usos lingüísticos. El Govern, como si de un idioma marginal se tratara, quiere que el castellano se reduzca a una hora. O a ninguna, porque dice que quiere aumentar la presencia del catalán en las aulas. Sostener lo contrario, es decir, que quizá sería bueno flexibilizar el modelo en función de las necesidades de cada centro, como planteó el exconsejero de Educación, Josep Bargalló, es alta traición. Y ERC no se lo puede permitir.

Allá Puigdemont, Aragonès y Cambray con sus segregaciones sociales. Nada hay más aburrido, por sistémico y conservador, que ceñirse a un corsé ideológico y vivir como mandan los cánones patrióticos. Quienes tenemos la suerte de utilizar dos idiomas de forma indistinta --sin imposiciones-- en nuestras relaciones personales, sociales y laborales, disfrutamos de horizontes muchos más lejanos e interesantes. Será porque estrena libro, El año del Búfalo (Anagrama), he recordado la hermosa novela de Javier Pérez de Andújar, Paseos con mi madre, un recorrido por los barrios y polígonos de los que ERC y JxCat solo se acuerdan cuando hay elecciones. Porque no dan votos. Porque sus vecinos, castellanohablantes arrabaleros que sueltan una carcajada cada vez que son tildados de colonos o charnegos, exudan más transgresión y desobediencia que esos dirigentes separatistas que coquetean con la insumisión.