La geografía. Es crucial. Pero se reflexiona poco sobre ello. Robert Kaplan --recuperen sus libros como aquel extraordinario Viaje al futuro del imperio, sobre Estados Unidos-- ha ahondado sobre ese factor, en relación a la política exterior de las grandes potencias. Lo reflejó en La venganza de la geografía. Una parte significativa de la evolución de los países se explica --no únicamente, claro-- por la situación estratégica, por sus oportunidades vitales. Y Cataluña ha gozado de ser un rincón muy interesante en el Mediterráneo, y con una frontera con un país tan extraordinario como Francia.

En eso se debería pensar más a menudo para compararse con otros territorios del resto de España, que se han visto condicionados por muchos años de aislamiento, con poca iniciativa empresarial, porque no se daban las condiciones ni físicas ni de formación del capital humano necesario. Antes que presentar siempre agravios, hay que ponerse en la piel del otro. Y los nacionalistas catalanes se olvidan con demasiada frecuencia. 

En las últimas décadas en Cataluña se ha llegado a cuestionar todo, sin valorar lo alcanzado, porque, y esa es la idea que comienza a ser central entre diversos analistas, como apunta Jordi Amat en La conjura de los irresponsables, se entró en una absurda guerra en el seno del campo nacionalista, que ha perjudicado al conjunto de la sociedad catalana.

En el resto de España hay proyectos e ideas como defiende el historiador Álvarez Junco, ¿quién las recoge?

Se advertía en los últimos años de gobierno de Jordi Pujol. Nadie supo recoger el legado, para mejorarlo y superarlo, pero desde otra perspectiva. Nadie tuvo la fuerza suficiente. Y CiU, entonces, luego Convergència y ahora no se sabe qué instrumento político neoconvergente, entró en una batalla contra Esquerra Republicana que ha secuestrado Cataluña. La voluntad de ser hegemónico en ese campo, ha roto los consensos, ha desviado la atención, ha arrinconado la necesaria atención por la gestión, y ha permitido una gran mentira sobre la supuesta necesidad de tener un Estado propio si se quería sobrevivir como país.

Porque disfunciones existen. Es una evidencia, pero no se apunta en la buena dirección. En el resto de España hay interés en cambiar y mejorar las cosas. Repasen la intervención del historiador José Álvarez Junco en el Congreso, en la comisión para la modernización del Estado autonómico. Hay ideas y proyectos, que no pasan, sin embargo, por una ruptura imposible. 

En ciudades y pueblos, y en función de las diferencias generacionales, la rivalidad entre PDeCAT y ERC es total

Fuera de Barcelona y de las grandes áreas urbanas catalanas, esa guerra en el campo nacionalista es todavía más evidente. Las nuevas generaciones, los profesionales de mediana edad, reclaman su momento. Y puede ocurrir que apuesten por Esquerra, pero también que se identifiquen con los neoconvergentes. Depende de cada ciudad, de cada pueblo. De hecho, el PDeCAT tiene un enorme poder en el territorio, con alcaldes de poco más de 40 años que tienen un gran arraigo. La cuestión es que todo se centra en quién defiende mejor “al país”, en quién es más soberanista, perdiendo ya cualquier matiz sobre cómo se gobierna, sobre cuáles son las prioridades en el campo socioeconómico.

Se comprueba ahora con la discusión sobre la figura de Carles Puigdemont. En gran medida --no digamos que en su totalidad-- lo que se busca es el poder de una Generalitat, que, aunque se desprecia porque se entiende que el autogobierno es mínimo, ofrece altavoces, puestos de trabajo bien pagados, influencia directa en la sociedad, y proyección para mantener la propaganda nacionalista. Esquerra contra los neoconvergentes, el nuevo instrumento de Puigdemont contra los republicanos. Y Cataluña sin gobernar y sin proyectos claros de futuro, mientras el mundo circula a toda velocidad.

Cataluña sigue secuestrada por una lucha de manual por el poder en el campo nacionalista

El independentismo --un disfraz para mantener el poder-- desprecia a los que insisten en la gestión. Personas, ciertamente mayores, pero siempre lúcidas, como Josep Maria Bricall, quien en su libro Memoria de un silencio aseguraba que no le interesaba el autogobierno si no servía para prestar servicios de calidad a los ciudadanos, si no permitía una administración sólida, eficaz y de prestigio. Bricall, que formó parte del Gobierno unitario de Josep Tarradellas, y rector de la Universidad de Barcelona, se sigue preguntando si se ha gestionado y se ha servido mejor a los catalanes desde la Generalitat que desde otras instancias de la administración general del Estado.

Sin embargo, Cataluña sigue secuestrada por una lucha de manual por el poder dentro del campo nacionalista. ¿Quién será el primero en advertir esa circunstancia para atender, de verdad, a todos los catalanes, nacionalistas incluidos?