El escándalo es mayúsculo. Inés Arrimadas, la nueva líder de Ciudadanos, reclama a los dirigentes territoriales del PSOE que reaccionen ante el acuerdo de Pedro Sánchez con Esquerra. El PP, con Pablo Casado al frente, se refiere al “fraude electoral” de Sánchez, porque su posición con respecto al independentismo ha variado, a su juicio, desde la campaña de las elecciones a las negociaciones para asegurar su investidura. La indignación es total. Pero Sánchez será presidente de un Gobierno de coalición con Unidas Podemos, con el PNV en el corazón de ese acuerdo, y con la ayuda de Esquerra Republicana, a partir del próximo martes, cuando se vote en la segunda sesión del pleno de investidura en el Congreso, que se inicia este sábado, a no ser que todo cambie en pocas horas tras la inhabilitación del presidente Quim Torra por la JEC.

Esa es una posición respetable. La oposición dura a un acuerdo complicado, que parece muy inestable, es legítima. Y también necesaria. El PP se juega aparecer ante todos los ciudadanos españoles como una alternativa creíble y solvente. Y deberá modular esa crítica al PSOE, sin disfrazarse de Vox. No es fácil el nuevo papel que deberá protagonizar Pablo Casado.

Pero todos los actores políticos con representación en el Congreso, y también los medios de comunicación y los poderes económicos, deberían ser conscientes de que lo que se abre a partir de la próxima semana es un nuevo ciclo con grandes riesgos, pero también con grandes oportunidades. Se trata de la oportunidad, tal vez única, de España para afrontar otra etapa histórica llena de éxitos, teniendo en cuenta que también puede significar un fracaso colosal: para los propios protagonistas, y el principal será Pedro Sánchez, pero también para toda la sociedad española, incluida la catalana.

¿Por qué? Porque lo que ha comprado Pedro Sánchez y la dirección de Esquerra Republicana es tiempo, un periodo que se podría establecer en unos 10 o 15 años. El riesgo, como se apunta, es muy alto. También para los republicanos, asediados por los exconvergentes, gurús mediáticos, e independentistas de salón. No le perdonan a Esquerra que ahora ‘salve’ a un Gobierno español sin asegurar nada, ni el (inexistente ahora) derecho de autodeterminación ni avances económicos.

Sin embargo, nadie se debería engañar. Esquerra ha logrado algo impensable hace sólo un lustro. Tiene una organización interna disciplinada y una enorme determinación por el objetivo a medio y largo plazo: lograr mayorías independentistas amplias, en todas las elecciones a las que se presente, con el ánimo de forzar un referéndum de autodeterminación. Es curioso comprobar cómo todos sus dirigentes asumen la narrativa, forjada por guías intelectuales como Joan Manuel Tresserras o Enric Marín. Es importante conocer las reflexiones del exconsejero Carles Mundó, quien en su libro El referèndum inevitable, defiende las “condiciones para ganar”.

Es voluntad política y organización. Lo que ha comprado Esquerra es tiempo para poder alcanzar el Gobierno de la Generalitat, para tener un interlocutor en Madrid, para avanzar en el terreno municipal, con una obsesión: lograr porcentajes de apoyo de al menos el 35% o el 40% en el área metropolitana de Barcelona, convenciendo a los ahora no independentistas de que, en cualquier caso, esa decisión sobre el futuro de Cataluña, como un sujeto político y jurídico, la deberían poder tomar todos los ciudadanos que hoy viven en Cataluña.

Ante esa determinación, se puede presentar un proyecto opuesto, que niegue todas esas aspiraciones, teniendo en cuenta que hoy el ordenamiento jurídico da la razón a los partidos llamados constitucionalistas. Pero será, en todo caso, un proyecto siempre a la defensiva, en un contexto político contemporáneo demasiado complejo, con la democracia liberal en peligro, con la Unión Europea presionada por muchos países, desde el Reino Unido con el Brexit a los países del Este, que cada vez quieren saber menos cosas de Bruselas, como señalan con maestría Ivan Krastev y Stephen Holmes, en La Luz que se apaga (Debate), pasando por Italia, con Salvini esperando su momento pasa asaltar el poder.

Sánchez ha comprado también tiempo. Y se la juega más que Esquerra. Se la juega porque para tener éxito deberá contar con los partidos del centroderecha. Si quiere, realmente, entrar en un terreno de reformas, que incluya a una parte de ese independentismo ahora aparentemente irredento, o realista, deberá jugar a fondo, con la búsqueda de apoyos a su izquierda y a su derecha.

Es España la que se juega en los próximos 10 o 15 años --al margen de la actual legislatura de Sánchez y de una posible segunda, si saliera todo más o menos bien-- su propio futuro como un Estado moderno en el que figure Cataluña. Un proyecto que sepa convencer a una parte de ese independentismo, y, al mismo tiempo, persuadir al resto de territorios españoles que es lo mejor para el conjunto. Y, por supuesto, un tiempo para explicarse y pedir reformas, también, en el seno de la arquitectura institucional de Cataluña.

Es un tiempo precioso para los políticos constitucionalistas, sabiendo que Esquerra mantendrá su horizonte. No lo va a olvidar, ni guardar en un cajón. Ahora bien, si se llega a un nuevo consenso ‘nacional’, los republicanos también saben que su programa de máximos podría quedar olvidado durante unas cuantas décadas. Depende, por tanto, de toda la clase política, mediática y económica del conjunto de España. Y salidas posibles existen, y no pasan por “privilegios”, como apuntan los detractores del acuerdo.

La reacción fácil, y centrada sólo en alcanzar el poder, es la crítica frontal y el menosprecio a Sánchez por llegar a acuerdos con los independentistas. Es lícito. Pero la pregunta se debería centrar en si esa actitud es efectiva o no para que España afronte las próximas décadas desde la estabilidad y la prosperidad. Buen año 2020.